Francisco Sosa (1848-1925)

por Juan de Dios Peza

Francisco Sosa

(del libro Mis amigos)

Peza, Juan de Dios. De la gaveta íntima: memorias, reliquias y retratos. México-París: Vda de Ch. Bouret, 1900. Pp. 236-243.

En los momentos en que Manuel Acuña se suicidaba, llegaba yo a la puerta de la Escuela de Medicina y allí saludé a un joven escritor, laborioso, inteligente y erudito, que iba a una redacción de la calle de la Perpetua y que tenía conmigo un lazo que nos estrechaba en amistad y en consideraciones mutuas: ser íntimo amigo del general Vicente Riva Palacio a quien ya profesaba yo la devoción cariñosa que no ha entibiado la ausencia ni extinguirá el tiempo en mi corazón. 

Entré a la escuela, encontré muerto al autor de El pasado y en aquel aturdimiento de dolor y de sorpresa no supe a quién se debía de comunicar la infausta noticia. Sabido es cuán rápidas vuela estas nuevas dolorosas y a los pocos minutos de estar en el cuarto de Acuña en unión de algunos estudiantes, no menos sorprendidos y anonadados que yo, vi entras al escritor a quien poco antes acababa de saludar en la puerta de la escuela. Era Francisco Sosa. 

Nos cambiamos una mirada de pesar supremo y encontré en su fisonomía, en su actitud, en sus palabras balbucientes, la más sincera revelación de lo que pasaba por su alma, en presencia de aquella catástrofe. 

Me ligó con más fuerza a su cariño esta manera de estimar y de sentir al infortunado poeta a quien amé como a un hermano. 

De entonces a esta fecha han transcurrido dieciocho años y nada ha perturbado entre nosotros la amistad nacida desde antes de aquel día, pero estrechada y nutrida ante aquel acontecimiento. 

¿Cómo no he de dar un lugar de honor en este libro, al escritor, al poeta, al caballero, que, sin asomo de duda, ha trabajado sin descanso y con brillantísimo éxito por la unión de los literatos hispanoamericanos: por la gloria de los mexicanos ilustres que en épocas pasadas se distinguieron, y por el renombre de muchos que viven aún y son conocidos merced a los esfuerzos y a la constancia de Sosa?

Francisco Sosa tiene hoy cuarenta y tres años. Es hijo de don José Domingo Sosa y de doña Manuela Escalante; nació el año de 1848 en Campeche, y estudió Latinidad, Filosofía y Derecho en la ciudad de Mérida (Yucatán). 

Antes de los quince años ya publicaba versos y fue La Esperanza, periódico redactado por los hermanos Zorrilla, la que engalanó sus columnas con su primera composición poética. 

Si hemos de creer a los que dicen que las principales acciones de la vida se manifiestan desde muy temprano, hallaremos confirmada esta idea en la circunstancia de haber publicado Sosa su Manual de biografía yucateca a los dieciocho años de edad, cuando más se piensa en cantar a una golondrina o a una mariposa que en relatar los méritos de un médico, de un guerrero o de un literato. 

Sosa nación con el alma exenta de envidia, está limpio de ese pecado negro y ya en su Manual de biografía yucateca se manifiesta sano y generoso, advirtiendo que emprende la obra con el anhelo de dar a conocer a sus compatriotas. 

Raro es que un joven que siente dentro de su cerebro la llama de la inspiración, no busque todos los medios en que pueda emplearla noblemente dando a la luz pública su nombre y por esto los poetas en sus primeras épocas invaden y ocupan la pluma en labores de índole distinta de la que su vocación les impone. En pocos se adunan tan opuestas facultades y Sosa es de estos pocos y de los de mayor mérito. 

Fundó en unión de don Ramón Aldana La Revista de Mérida, periódico que hoy lleva veintitrés años de existencia y que tiene gran reputación por su cordura. 

Entonces la política todo lo absorbía y el joven Sosa abordó las cuestiones palpitantes, manifestó con honrada entereza sus ideas, combatió duramente lo que a su juicio veía combatirse y sufrió persecuciones amargas; estuvo preso en un oscuro y húmedo calabozo de San Juan de Ulúa, vio la muerte muy de cerca pues no le faltaron ni las torturas de la capilla y se vio obligado a dejar el campo de que eran dueños sus adversarios, para venir a continuar combatiéndolos en México en 1868. 

En aquella época estaba en todo su vigor el renacimiento de las bellas letras: Ignacio M. Altamirano, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez, Luis G. Ortiz, Vicente Riva Palacio, Juan Antonio Mateos y otros muchos de quienes hablamos ya en este libro, trabajaban con infatigable celo, alentando a sus antiguos amigos, enseñando y estimulando a los jóvenes y dando ejemplo de que a la sombra de la paz, México entraba de lleno a una vida intelectual sana y vigorosa. 

Sosa fue recibido con entusiasmo en nuestros círculos más distinguidos. 

En cuanto Altamirano conoció su talento le tendió la mano con fraternal estimación y el general Riva Palacio lo hizo su inseparable compañero, lo trató como a miembro de su familia y le aplaudió sus grandes facultades como pensador y sus grandes virtudes como amigo. 

Sosa, en cuanto se apaciguó el hervor de las pasiones políticas; cuando ya sus enemigos calmaron los rencores con que le habían perseguido, escribió en notables y populares periódicos. La Vida de México, La Revista Universal, redactada por Ángel Núñez Ortega, El Domingo, semanario de lujosa edición que contiene interesantísimos estudios, El Renacimiento que sin discusión es el primer periódico literario que ha tenido México; embellecieron sus páginas con versos, biografías, estudios y juicios que eran fruto del ingenio de Sosa. 

Periódicos muy interesantes de los estados, como Las Violetas de Veracruz, El Pensamiento de Jalapa y El Correo de Sotavento de Tlacotalpan publicaron con júbilo sus producciones y en todas partes fueron éstas encomiadas y reproducidas.

El año de 1873, en unión del general Riva Palacio fundó El Radical, donde aparecieron muchos artículos de gran trascendencia, hijos de su pluma; después formó parte de la redacción de El Eco del Comercio, y luego regresó a la de El Federalista de aquel inolvidable diario que no ha tenido otro que le iguale en interés, en oportunidad y en acopio de asuntos y de noticias. 

Sobrevino la revolución de 1876 y Sosa redactó El Bien Público, afrontando multitud de peligros, pues combatía duramente al gobierno del señor Lerdo: de allí salió para Guanajuato a tomar parte activa en el movimiento político iniciado por el señor Iglesias y volvió a México después del triunfo del Plan de Tuxtepec

La redacción de El Siglo XIX se engalanó con las obras de su pluma; pasó después a la de El Nacional donde trabajó con inquebrantable constancia algunos años y más tarde tomó parte en La Libertad, en unión de antiguos amigos suyos. 

Sin ofender a nadie puede decirse que Sosa es entre los escritores mexicanos el que más ha trabajado con éxito por dar a conocer ante el mundo entero y especialmente ante la América Latina toda nuestra vida intelectual. Constantemente envía obras nuestras, se afana porque reproduzcan lo que aquí escribimos, manda retratos de nuestros ingenios, de nuestros guerreros, de nuestros sabios y hasta de nuestras distinguidas damas, sin otro premio que la satisfacción íntima de dar a conocer a sus compatriotas sin importarle que se desconozca o se olvide cuanto hacer por su fama. 

El Perú Ilustrado de Lima, y La Argentina de Buenos Aires, son elocuentes testimonios de lo que decimos y su última obra Escritores y poetas sudamericanos la mejor muestra del anhelo que tiene Sosa por presentarnos a los inspirados y famosos literatos de nuestras hermanas del Sur. 

La obra Escritores y poetas sudamericanos, lujosamente impresa, nos da a conocer por medio de magníficos retratos e imparciales juicios a Ricardo Palma, a quien tanto queremos en México y cuyas importantes producciones engalanan constantemente nuestros periódicos, Bartolomé Mitre, Guillermo Mata, Juana Manuela Gorriti, Numa Pompilio Llona, Carlos Guido y Spano, Luis Benjamín Cisneros, Juan Zorrilla de San Martín, Rafael Obligado, Nicanor Bolet Peraza, Ricardo Gutiérrez, Clorinda Matto, Mariano A. Paliza, Jorge Isaacs, José Antonio de Lavalle, Eduardo de la Barra y Adolfo P. Carranza

Cierto es que a muchos de estos ingenios les conocemos desde hace muchos años los que cultivamos las letras, pero merced al libro en que Sosa los congrega, hoy podrán todos admirarlos y formarse exacta idea de sus méritos. 

Esta obra es un hermoso lazo de unión que honra y enaltece a su erudito y modesto autor. 

Ha pasado los años mejores de su vida en las más nobles labores que puede escoger un escritor amante de su patria. 

Buscadle como biógrafo y allí está su obra colosal Biografías de mexicanos distinguidos (1 tomo, 1884) que es riquísima fuente de datos para la historia e inmarcesible laurel para las glorias de México. El episcopado mexicano (1 tomo, 1877), obra imparcial, interesante y única en su género. El Manual de biografía yucateca (1 tomo, 1866) y Don Wenceslao Alpuche (1 tomo, 1873) son las joyas que cede a la fértil península donde nació. Las efemérides históricas y biográficas (2 tomos, 1883) Los contemporáneos (1 tomo, 1883). El Bosquejo histórico de Coyoacán, el Elogio fúnebre del ilustre doctor don Rafael Lucio, el Monumento de Cuauhtémoc, y el Discurso en elogio del poeta mexicano Manuel M. Flores, obras son que enaltecen a México, que dan gloria a sus hijos, que elevan a la patria al lugar que merece entre todos los pueblos cultos y que no dejarán que muera nunca el nombre del que las escribió con tanto talento como patriotismo. 

Buscadle como novelista y como poeta y allí están Magdalena (1 tomo, 1871), Doce leyendas (1 tomo, 1877), Recuerdos, colección de sonetos (1 tomo, 1890), Versión castellana de la Jerusalem libertada, Ecos de gloria, Il libro dell’amore de Marco A. Canini y Epístola a un amigo ausente en que campean la inspiración tierna y dulce, el estilo correctísimo y galano, la erudición y la nobleza en apreciaciones, en juicios, en argumentos y en propósitos. 

A él, que como hemos dicho, no conoce la envidia; a él, que goza con las glorias de sus compatriotas; a él, que se regocija saboreando como si fueran suyos los aplausos conquistados por los demás; a él, que ama con intenso amor a su patria, le debemos que se hayan publicado la Historia antigua de México por don Manuel Orozco y Berra, obra monumental e imperecedera, de la que tiene dedicado un tomo; el Romancero nacional y las Lecciones de historia patria de Guillermo Prieto, y la traducción hecha por Gomés del Palacio de La Jerusalem libertada

Ha escrito innumerables biografía y de él solo conocemos una, publicada en El Nacional y de la que tomamos la apreciación siguiente: 

“Como biógrafo, es el primero de todos los nuestros. Tenemos obras de este género que honran a nuestras letras: la vida de Zumárraga, por García Icazbalceta; las de Pesado y Gorostiza, por Roa Bárcena; la de Carpio, por don Bernardo Couto; la del Nigromante, por Altamirano; la del Pensador, por González Obregón; la de Morelos, por Zárate; la de don Anselmo de la Portilla, por Agüeros, la de Isabel Prieto, por Vigil, y otras varias: pero libros como El episcopado mexicano y las Biografías de mexicanos distinguidos tenemos solamente los del señor Sosa. Es un benemérito de nuestras letras este escritor. Lo que ha luchado por acumular datos, fechas, nombres, lugares, sucesos, recuerdos históricos, anécdotas curiosas, es increíble; largos años de pesquisas en los archivos, de investigaciones en las bibliotecas, de consultas a las familias, de estudios y de trabajos constantes emprendidos con gusto por darle a la patria un libro en que se hallan las biografías de sus héroes más grandes, de sus artistas más ilustres, de sus poetas, pensadores, mártires, literatos y sabios más dignos de recuerdo. Esta obra patriótica ha sido la emprendida y llevada a cabo por el señor Sosa. Como biógrafo merece, pues, nuestros aplausos, sean cuales fueren los errores que no haya podido dominar. Como crítico también merece alabanza. Su prólogo a la Jerusalem libertada —traducción del señor Gómez del Palacio— revela buen gusto y mucho estudio. Pasa otro tanto con sus Escritores y poetas sudamericanos, obra llamada a ejercer gran influencia en las relaciones literarias de México con las otras repúblicas latinas”. 

    Estamos en todo conformes con su biógrafo, y nosotros no vacilamos en darle un laurel como poeta. Lo merece porque tiene sonetos y romances que son verdaderas filigranas de sentimiento y de buen gusto, especialmente el titulado “Lelia”, que es en todas partes aplaudido. No ha seguido una escuela de grandes matices; le placen la forma clásica y la idea elevada. 

Francisco Sosa es una gloria literaria de México; muchos dentro de la esfera de las letras podrán hacer tanto como él en bien de los poetas de nuestro Parnaso, pero nadie ha hecho más que él ni tiene tantos títulos a la gratitud, al aplauso y al cariño de todos. 

Me creo imparcial para juzgarlo porque él no me ha biografiado y porque no ha sido nuestro cariño el que se vale de circunloquios para manifestarse.

Sosa es una gloria de las letras mexicanas; un amigo modelo, un caballero sin tacha y un amantísimo devoto de todos los que cultivando las bellas letras escriben, piensan y sienten en el continente americano.

Transcripción y edición por Fernando A. Morales Orozco

Hipervínculos por Verónica Yaneth Galván Ojeda