Manuel Payno (1820-1894)

Por Guillermo Prieto

Manuel Payno

Prieto, Guillermo. Memorias de mis tiempos. 1828-1840. París-México: Vda. Charles Bouret, 1906. pp. 134-136, 138-140, 144.

Era mi amistad predilecta por ese entonces don Manuel Payno, hijo del inmaculado empleado don Manuel Payno, eminentísimo en conocimientos sobre hacienda, de modestia suma y dechado de altas virtudes.

            El señor don Manuel fungía como vista en la aduana, aunque por su saber estaba lleno de delicadísimas comisiones, como don José Ignacio Pavón, don José de la Fuente, don Agustín Ruiz, Alamán y Mangino.

            Manuel Payno era meritorio de la Dirección General de Rentas; su buena letra y su expedición para los negocios, así como su finura general y el influjo de su ilustre padre, le hacían estimable en la oficina, y su buen decir; su amabilidad y talento le abrían campo en la buena sociedad.

            Era Manuel de color apiñonado, de cabello negro y sedoso, de ojos hermosos de sombría pestaña; esmerado en vestir, pulcro en sus maneras y de plática sabrosa y entretenida.

            Pero lo que llamaba la atención, eran ciertas excentricidades que le hacían singular en extremo.

            Jugaba con las señoras ancianas a la baraja, les hacía suertes a los chicos y era la admiración y el encanto de las polluelas.

            Leía y estudiaba con su padre y sus jefes; disponía tertulias y frascas con jóvenes de buen tono de su tiempo, como Juan Peza, Nacho Algara, los hermanos Suárez, los Peñas y otros, y siempre tendiendo a penetrar en los círculos aristocráticos y negociantes ricos. Manuelito Payno era citado como el adorno de las reuniones selectas.

            En la casa del señor licenciado Domínguez, que era, como se ha dicho, Tesorero de la Aduana, había frecuentes y escogidas tertulias; allí jugaban malilla o tresillo los señores formales; y las polluelas, o cantaban o bailaban o jugaban a juegos de prendas, o disponían un día de campo, o preparaban posadas, rifas de compadres, lotería u otras diversiones con el mayor primor.

            Paynito, o era tallador en el montecito, o pregonaba los cartones en la lotería con toda su sal y pimienta, llamando al 8 los anteojos de Pilatos, al veintidós las palomitas, al 90 el viejo, etc., con alusiones a la concurrencia que hacía desternillar de risa a los más encopetados y circunspectos caballeros.

            Cada lunes y martes, con diferentes objetos de su advocación, recorría desde la sonrisa platónica hasta los preliminares del suicidio, y cuando en lo íntimo narraba sus aventuras con desgaire ingenuo y con naturalidad inimitable, nos tenía lelos de admiración por aquel talento que preludiaba al narrador inimitable.

            Payno me llevó a su casa, me sentó a su mesa, me participaba de sus escasos fondos, y me presentó a su padre, quien me acogió con tierno cariño, haciéndome leer y releer a Canga Argüelles, la ordenanza de Intendentes Ripia de Rentas reales, los muchos y buenos informes de don Ignacio de la Barrera sobre alcabalas, y, por fin, me recomendó con el señor Pavón, quien tenía real importancia como sabio y como digno y levantado en el cumplimiento de sus deberes de Magistrado y de Director general de Rentas. […]

            Volviendo a Payno, se me pasó decir que su primera educación de niño fino, la piedad de la señora Cruzado, su mamá, y otras circunstancias, lo endilgaron a la Iglesia y figuró como pajecillo del señor Obispo Belaunzarán, el mismo heroico padre que contuvo enérgico y sublime el degüello de Guanajuato, enfrentando con su palabra elocuente y su actitud resuelta la ira brutal del sangriento Calleja.

            Aunque el temprano siervo de Dios, hablo de Payno, colgó la sotana por incompatible con su sensibilidad para con el sexo hermoso, conservaba cierta compostura, cierto encogimiento y cierta literatura mística que era el encanto de las mamás; de suerte que Payno no era solicitante sino solicitado, introducido en las intimidades, y de una intimidad y de una boga increíble con las polluelas. Ya volveré a ocuparme de Manuel Payno. […] en esas tertulias era divino, y como le adornaba verdadera gracia y sumo desinterés y finura, era Manuelito por aquí, Manuelito por allá, y él: mamita, peloncita, esposa y otros dictados de sabrosa familiaridad.

Transcripción yedición por Fernando A.Morales Orozco

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