Francisco Cervantes de Salazar (ca.1514-1518-1575)

Por Joaquín García Icazbalceta (1825-1894)

Joaquín García Icazbalceta, “Noticias del autor y de sus obras” en Francisco Cervantes de Salazar, México en 1554. Tres diálogos latinos que Francisco Cervantes de Salazar escribió en imprimió en México en dicho año. Los reimprime con traducción castellana y notas J.G.I., México, Imprenta de F. Díaz de León y S. White-Antigua Librería de Andrade y Morales, 1875, pp VII-XVIII.

El ilustre bibliotecario español don Nicolás Antonio anduvo tan escaso de noticias de nuestro Francisco Cervantes Salazar, que no pudo decir de él otra cosa, sino que nada sabía: nescto quis, aut unde oriundas. El diligente académico D. Francisco Cerdá y Rico, que en 1772 reimprimió las obras de Cervantes, nos dio en el prólogo unos incompletos apuntes biográficos del autor, sin mencionar para nada su traslación a México. Aunque son pocos los datos que he podido recoger por otras partes, sirven, sin embargo, para ampliar algo las noticias de Cerdá y Rico1.

No queda duda de que Cervantes nació en Toledo; pero no es posible señalar con certeza la fecha de su nacimiento. Creí, y aun así lo dije2, que podia fijarse la de 1521, porque su maestro Venegas, en el Prólogo de las Obras impresas en 1546, dice que «siendo (Cervantes) de edad de veinticinco años, ha tirado la barra sobre más de cuarenta». Pero no tardé en reflexionar dos cosas: la una, que aun cuando ese prólogo se imprimió en 1546, no es seguro que se escribiera ese año, en que acaso había ya muerto Venegas; la otra, que de las palabras de este no se infiere de una manera absoluta que al tiempo que él escribía tuviese Cervantes los veinticinco años, sino que cuando tenía esa edad había aventajado a otros mayores; si bien es verdad que las palabras «ha tirado», reducen la latitud de tal interpretación, pues designan una época no muy lejana. La necesidad de atrasar el nacimiento de Cervantes se confirma al ver que en la Descripción del Arzobispado de México y hecha en 1570, se le llama «hombre viejo» calificación que no sería propia, si el que era objeto de ella hubiera nacido en 1521, pues solo tendría entonces cuarenta y nueve años. El señor Arzobispo Moya de Contreras decía después, en 1575, que nuestro Cervantes tenía «más de sesenta años,» lo cual nos lleva a fijar su nacimiento antes del año de 1515. Esta fecha, lejos de oponerse a alguna otra de las que tenemos bien conocidas en su vida, se ajusta mejor con ellas que la de 1521. No parece probable que a los veinticinco años tuviera ya hechos sus estudios de humanidades, y además de haber viajado fuera de su país, hubiera escrito y publicado el volumen de sus obras, en que algunas circunstancias revelan que el autor gozaba ya de cierta consideración en la sociedad, y en cuyo prólogo consta que tenía escritas otras. Beristáin dice que Cervantes nació «a principios del siglo «XVI»; y por poco que nos contente tan vaga designación, es necesario conformarnos con ella, porque no hay datos para precisarla más. El maestro Venegas alude a la nobleza de los ascendientes de Cervantes; pero sin duda esa nobleza no iba acompañada de los bienes de fortuna, a juzgar por los empleos que desempeñó nuestro autor. 

Discípulo muy querido de Vives fue Cervantes, si hemos de creer a Beristáin; pero este testimonio único, me parece muy debilitado, o más bien destruido, por el argumento negativo que ofrecen los escritos del mismo Cervantes. Respetaba y admiraba a Vives; tradujo su Introducción y Camino para la Sabiduría, comentó y continuó sus Diálogos, y ni en la dedicatoria de aquella obra, ni en lugar alguno de esta, ni en ningún otro escrito suyo que conozcamos, se vanagloria de haber sido discípulo del sabio valenciano: cosa, que a ser cierta, no habría dejado de mencionar para honra propia. El pasaje de la Vida de Vives, puesta al frente de los Diálogos, solo prueba que tenía amistad con él; y su silencio en ocasión tan oportuna para decir que le había tenido por maestro, es una prueba de lo contrario. 

Mas si Cervantes no fue discípulo de Vives, fuelo indudablemente del sabio y piadoso Alejo de Venegas3, que en su patria Toledo buscaba, por medio de la enseñanza, la subsistencia de su numerosa familia. Del aprovechamiento de Cervantes, sobre todo en la lengua latina, da testimonio el mismo Venegas en el prólogo a las obras del discípulo, de quien sabemos también, que estudió cánones en Salamanca

La preponderancia de España en aquel siglo y la grande extensión de sus dominios, eran causa de que los jóvenes españoles viajaran a menudo por diversos países, en especial por Italia y Flandes, unos para instruirse, otros para buscar fortuna en las armas o en los empleos civiles, y agregados otros al servicio de los personajes que pasaban a desempeñar cargos en las provincias sujetas a la corona. Nuestro Cervantes fue de estos últimos, y pasó a Flandes, ignorase con qué carácter, en compañía del Lic. Girón. No he podido fijar la fecha de este viaje, ni su duración, y solo hallo que de regreso a su patria ejercía ya Cervantes en 1540 el empleo de secretario latino del cardenal don fray García de Loaysa, general de la orden de Santo Domingo, obispo de Osma y de Sigüenza, arzobispo de Sevilla, consejero de Estado, comisario de Cruzada, inquisidor general, y sucesor del arzobispo Fonseca en la presidencia del Consejo de Indias. Ocupaba todavía Cervantes este empleo el 25 de agosto de 1545; mas parece que le había dejado antes del 22 de abril del año siguiente, fecha del fallecimiento del cardenal, porque precisamente se estaban imprimiendo entonces en Alcalá las obras de Cervantes, y no hace en ellas mención alguna del protector que acababa de perder. En 1550 era el autor catedrático de retórica en la universidad de Osuna, y hay quien diga que fue profesor en la de Alcalá. Es noticia de Beristáin, quien, al parecer, la tomó, con otras, de la Crónica de la Universidad de México, escrita por Cristóbal Plaza: obra que disfrutó nuestro bibliotecario, y que hoy, por desgracia, ya no se encuentra; pero es ciertamente extraño, que haciendo el mismo Cervantes, en sus Diálogos, mención expresa de haber enseñado retórica en una universidad menor, como era la de Osuna, callara la circunstancia, más honrosa para él, de haber sido profesor en la insigne Complutense. Es de creerse, sin embargo, que hubo de residir en aquella ciudad, pues allí hizo imprimir sus obras. 

La vida de nuestro autor se divide naturalmente en dos partes: el tiempo que pasó en España, y el que residió en México. Antes de entrar a referir lo que se sabe de este período, terminaremos lo tocante al primero con la noticia de las obras que Cervantes publicó en España. 

Estas obras no son de grande extensión, ni le pertenecen sino en parte. Redúcese todo a un tomo en 49 impreso en Alcalá de Henares, por Juan de Brocar, hijo del célebre Arnaldo Guillen de Brocar, impresor de la Poliglota Complutense. Tuve una vez a la vista esa edición original; mas descuidé anotar la descripción de ella. Me guio ahora por la reimpresión que D. Francisco Cerdá y Rico hizo en 1772, en casa de D. Antonio de Sancha, también en un tomo en 4º.  

El título de la antigua edición, que Cerdá compendió en la nueva, era como sigue: (i) 

Obras que Francisco Cervantes de Salazar ha hecho, glossado y «traduzido. La primera es un Diálogo de la Dignidad del Hombre, donde por manera de disputa se trata de las grandezas y maravillas que hay en el hombre, y por el contrario de sus trabajos y miserias, comenzado por el maestro Oliva, y acabado por Francisco Cervantes de Salazar. La segunda es el Apólogo de la Ociosidad y el Trabajo, intitulado Labricio Portundo, donde se trata con maravilloso estilo de los grandes males de la ociosidad, y por el contrario de los provechos y bienes del trabajo, compuesto por el protonotario Luis Mexia, glosado y moralizado por Francisco Cervantes de Salazar. La tercera es la Introducción y Camino para la Sabiduría, donde se declara qué cosa sea, y se ponen grandes avisos para la vida humana, compuesta en latín por el excelente varón Luis Vives, vuelta al castellano con muchas adiciones que al propósito hacían, por Francisco Cervantes de Salazar.

Cada obra tiene portada y foliatura particular. La primera está dedicada a Hernán Cortés, por medio de una epístola, llena de elogios al Mecenas, como era natural, pero que no ofrece circunstancia alguna por donde merezca que la copiemos aquí. La parte que añadió Cervantes a la obra de Oliva es mucho mayor que ella, y tanto, que en la edición de Cerdá, el Diálogo de Oliva ocupa 44 páginas, y la continuación de Cervantes 127. 

La segunda obra es el Apólogo de la Ociosidad y el Trabajo, por el protonotario Luis Mexia. Ticknor4 dice que nada se sabe de este autor; que el Apólogo está tomado en gran parte de la Visión deleitable del Br. Alfonso de la Torre, y que su estilo es castizo y bastante elevado: a mí me parece una cansada alegoría. Le cargó Cervantes de notas curiosas, henchidas de erudición grecolatina, y dedicó todo a don Juan Martínez Silíceo, arzobispo de Toledo. Tras la dedicatoria viene un interesante prólogo del Maestro Alejo de Venegas al benigno y pío lector y no sé por qué está colocado en este lugar, siendo el suyo propio al principio del tomo, puesto que se refiere a las tres obras contenidas en él. Sigue luego un Argumento y moralidad de la obra, por Francisco Cervantes de Salazar, a continuación el Apólogo, y al fin una nota en que se expresa que aquella obra se imprimió en Alcalá de Henares, en casa de Juan de Brocar, en el mes de Mayo del año de 1546. 

La tercera y última parte del volumen es la célebre Introducción a la Sabiduría, escrita en latín por Luis Vives, y traducida al castellano, con algunas notas, por nuestro Cervantes5. La traducción es algo parafrástica, mas no carece de mérito: las notas se reducen a unos breves comentarios para aclaración, o más bien confirmación del texto. Una de ellas, acaso la más larga, quiero copiar aquí, como muestra del estilo castellano de Cervantes Salazar, a quien don Diego Clemencin, en su gran Comentario al Quijote, no contó entre los que condenaron y abominaron la perniciosa lectura de libros de caballerías. Dice Vives que no deben leerse libros malos ni viciosos, y Cervantes agrega: 

En esto se había más de cargar la mano, y es en lo que más nos descuidamos, porque tras el sabroso hablar de los libros de caballerías, bebemos mil vicios, como sabrosa ponzoña; porque de allí viene aborrecer los libros sanctos y contemplativos, y el desear verse en actos feos, cuales son los que aquellos libros tratan. Ansi que con el falso gusto de los mentirosos, perdemos el que tendríamos, si no los oviese, en los verdaderos y sanctos: en los cuales, si estuviésemos destetados de la mala ponzoña de los otros, hallaríamos gran gusto para el entendimiento, y gran fruto para el ánima. Guarda el padre a su hija, como dicen, tras siete paredes, para que quitada la ocasión de hablar con los hombres, sea más buena; y dejanla un Amadís en las manos, donde deprende mil maldades, y desea peores cosas, que quizá en toda la vida, aunque tratara con los hombres, pudiera saber ni desear; y vase tanto tras del gusto de aquello, que no quisiera hacer otra cosa; ocupando el tiempo que había de gastar en ser laboriosa y sierva de Dios, no se acuerda de rezar ni de otra virtud, deseando ser otra Oriana, como allí, y verse servida de otro Amadís. Tras este deseo viene luego procurarlo, de lo cual estuviera bien descuidada, si no tuviera donde lo deprendiera. En lo mesmo corren también lanzas parejas los mozos, los cuales, con los avisos de tan malos libros, encendidos con el deseo natural, no tratan sino cómo deshonrarán la doncella, y afrentarán la casada. De todo esto son causa estos libros, los cuales, plega a Dios, por el bien de nuestras almas, vieden los que para ello tienen poder. 

Estas justísimas observaciones son tan aplicables a los libros de caballerías, como a las novelas modernas. 

Dedicó Cervantes su traducción a la Serenísima señora doña María, infanta de España, hija de Carlos V, después Emperatriz de Alemania, y reina de Hungría. Al fin de la primera edición consta que se acabó de imprimir a 18 de julio de 1546. Cerdá añadió en la segunda el texto latino de Vives. Las obras mencionadas, con un prólogo del editor, y el discurso de Ambrosio de Morales en favor de la lengua castellana, es lo que contiene la edición de 1772. Costeó la impresión don Manuel Negrete, marqués de Torremanzanal, coronel del regimiento de Voluntarios extranjeros6.

Estas son las noticias que he podido hallar, pertenecientes al tiempo que Cervantes Salazar vivió en España: veamos ahora lo que hizo en México, adonde ignoraron los literatos españoles que hubiese pasado, perdiéndole totalmente de vista desde que en 1546 publicó el tomo de sus obras. 

Duda Beristáin si Cervantes vino a México convidado por Cortés, a quien había dedicado el Diálogo de la Dignidad del Hombre o llamado por su pariente el doctor Rafael Cervantes, tesorero de la Iglesia Metropolitana. Lo primero no parece ni probable, porque Cortés murió en España a fines del año siguiente de 1547, y el viaje de Cervantes no se verificó sino hasta unos tres años después: lo segundo podrá ser cierto, aunque Beristáin lo da como dudoso, y yo no encuentro ningún otro dato o indicio, ni aun de que hubiera parentesco entre los dos Cervantes. Más natural es creer que habiendo estado el nuestro al servicio del cardenal Loaysa, presidente del Consejo de Indias, tuvo por eso ocasión de conocer a muchos de los que volvían de América a tratar negocios en aquel consejo, de lo cual vinieron las relaciones con Cortés, y más adelante la determinación de visitar unos países de que ya tendría largas y favorables noticias. Tal vez la falta de nuevo protector, o de empleo en que ganar la subsistencia, le obligó a emigrar, como tantos otros, para buscar fortuna en el Nuevo Mundo.

Vino, pues, Cervantes, a México, por los años de 1550 o 1551, todavía seglar, y sin empleo alguno, que sepamos. De un pasaje de sus Diálogos se deduce que al principio se dedicó a enseñar gramática latina en escuela particular. Pocos años después, a principios del de 1553, se erigía la Universidad de México, y se daba a nuestro Cervantes la cátedra de retórica, así como el honorífico encargo de inaugurar los estudios con una oración latina, ceremonia que se verificó el día 3 de junio del mismo año de 1553. Al mes siguiente fue nombrado consiliario de la Universidad. Beristáin dice que llegó a ser rector de ella, y es de creerse, porque la noticia está tomada, probablemente, de la Crónica de Plaza; mas no consta en el prólogo de los Estatutos de la Universidad. 

Los emolumentos de la cátedra, aunque no muy crecidos, si hemos de juzgar por las quejas del mismo Cervantes en su diálogo Academia Mexicana eran a lo menos un recurso para subsistir, y le dejaban holgura para dedicarse a continuar su carrera literaria. Era a un tiempo profesor y discípulo en la Universidad, porque inmediatamente se aplicó a estudiar artes y teología, teniendo sin duda por maestro en esta última facultad al insigne fray Alonso de la Veracrüz. En la primera se graduó de todos tres grados por suficiencia, lo cual quiere decir que no la había estudiado por completo en esta Universidad o en otra, sino que acaso la comenzó en España con su maestro Venegas, o en algún estudio particular de México, durante los años que trascurrieron desde su llegada hasta la creación de la Universidad. Resuelto a abrazar el estado eclesiástico, recibió todas las órdenes sagradas en 1555, aun antes de concluir sus estudios teológicos, que prosiguió hasta obtener los tres grados de bachiller, licenciado y doctor; ya antes se había graduado de bachiller en cánones, por remisión de cursos. En 1 563, según unos, o en 1566, según otros, obtuvo una canonjía en la catedral de México; y si no alcanzó la mitra a que dicen aspiraba, parece que por lo menos subió a la dignidad de deán, pues tal título le da el cronista Herrera. Las últimas noticias que de él tenemos son del año de 1575: ignoramos cuál fué el de su fallecimiento. 

En España recibió Cervantes elogios de los sabios, y en México le alabaron igualmente su discípulo Alfonso Gómez y el impresor de sus Diálogos; pero tales elogios, obligados y públicos, no deben tomarse a la letra, ni sirven para darnos a conocer el carácter de nuestro autor. Testimonios de otra clase conviene buscar; y por desgracia, los pocos que se encuentran, están lejos de serle favorables. Así sucede con la calificación de un prelado como don Pedro Moya de Contreras, expresada en un informe al rey; documento serio por su propia naturaleza y por la categoría de su autor, de quien no es creíble que desfigurase intencionalmente la verdad, ni escribiese por pasión. Ya cinco años antes, en otro informe enviado por el Sr. Montúfar, antecesor del Sr. Moya en el arzobispado, se dice de Cervantes que era «hombre viejo y de poca experiencia en las cosas del coro e iglesia.» Esta breve indicación adquiere mayor gravedad, cuando oímos decir al Sr. Moya, que Cervantes no era «nada eclesiástico, ni hombre para encomendarle negocios.» Juntando ambas opiniones, se viene en conocimiento de que los dos respetables prelados estaban acordes en considerar a Cervantes como un eclesiástico que no se aplicaba a entender y practicar los deberes de su estado. El señor Montúfar no añadió otra cosa; pero su sucesor pasó mucho más adelante, acusándole de «liviano y mudable,» diciendo «que le agradaba la lisonja»» y era «ambicioso de honra;» regateándole hasta la cualidad de buen latino, tachándole de desarreglado en sus costumbres, y contando que había sido objeto de algunas burlas, por la persuasión en que estaba de que había de llegar a ser obispo. Todo el pasaje está escrito en un tono despreciativo, que revela muy a las claras el mal concepto que el prelado tenia de su canónigo. 

No puede imputarse a delito que Cervantes fuera «ambicioso de honra,» mientras no tengamos pruebas (que no tenemos) de que esa ambición excedía de los limites debidos. El deseo de adelantar y distinguirse es natural al hombre de pensamientos elevados; ni tampoco debe tomarse a mal que aspirara a una mitra, como término de la carrera eclesiástica que había abrazado. Aunque Cervantes no era ciertamente un hombre vulgar, podrían, con todo, ser sus méritos inferiores a sus aspiraciones, y esa desigualdad acarrearle las burlas de sus contemporáneos; mas tal vez aquellos mismos que le burlaban adolecían de igual flaqueza, por no haber nada tan difícil como la práctica del precepto délfico noscete ipsum. Si era amigo de la lisonja y de que le alabasen, no es de extrañar que en eso imitase a la casi totalidad de los hombres, y sobre todo en un siglo en que la modestia no era virtud común entre los literatos. Dígalo uno por todos: el célebre maestro Hernán Pérez de Oliva, cuyo Razonamiento en la oposición a la cátedra de filosofía moral, contiene pasajes como estos: 

Vuestras mercedes han visto si sé hablar en romance, que no estimo yo por pequeña parte en el que ha de hacer en el pueblo fruto de sus disciplinas; y también si sé hablar latín para las escuelas do las ciencias se discuten. De lo que supe en Dialéctica, muchos son testigos. En Matemáticas todos mis contrarios porfían que sé mucho, así como en Geometría, Cosmografía, Arquitectura y Prospectiva, que en esta universidad he leído. También he mostrado aquí el largo estudio que yo tuve en Filosofía natural… Pues de la Teología no digo más sino que vuestras mercedes me han visto en disputas públicas unas veces responder y otras argüir en diversas materias y difíciles, y por allí me pueden juzgar, pues por los hechos públicos se conocen las personas, y no por las hablillas de rincones. Allende de esto, señores, he leído muchos días de los cuatro libros de Sentencias, siempre con grande auditorio; y si se perdieron los oyentes que me han oído, vuestras mercedes lo saben. Pero porque nuestra contienda es sobre la lición de Filosofía moral de Aristóteles, diré de ella en especial. Vuestras mercedes saben cuántos tiempos han pasado que en esta cátedra ningún lector tuvo auditorio, sino solo maestro Gonzalo, do bien se ha mostrado que es cosa de gran dificultad leer bien la doctrina de Aristóteles en lo moral, que no lo puede hacer sino hombre de muchas partes y de especial suficiencia… Pues si yo he leído muchas veces esta lición extraordinaria, y no con menos oyentes que el maestro Gonzalo tuvo cuando tenia más, verísimil cosa es que para esta lición tengo la suficiencia que es menester. Y si en Retórica y Matemáticas, que ni oí de preceptor ni leí en escuelas,… dicen que sé tanto, ¿qué no sabré en las otras disciplinas que tantos años he ejercitado en escuelas?7 

Por este estilo va todo el Razonamiento en un tono de vanidad insoportable; y sin embargo, el gran Ambrosio de Morales dice que todos celebraban mucho la modestia con que está escrito! ¿Qué no estarían acostumbrados a leer y oír los que así pensaban? A lo menos en sus escritos no mostró tanta vanidad el pobre de Cervantes. El peor cargo que le dirige su prelado es sin duda el de desarreglo en las costumbres, y debemos suponer que el respetable arzobispo no avanzarla tan grave acusación sin fundamento bastante; pero valdría más que la hubiera omitido en un documento de esa naturaleza, en que deben pesarse las menores palabras, ya que el acusado ignora el cargo y no tiene medio alguno de defensa. Menos le tiene hoy Cervantes después de dormir tres siglos en el sepulcro. Pero si es que no tuvo virtud suficiente para resistir a sus pasiones, a lo menos no sembró semillas de corrupción en sus escritos, como tantos otros que han perpetuado así el escándalo y el daño de la sociedad. Nada hay en las páginas de Cervantes que pueda ofender la moral más rígida, y antes bien están llenas de excelentes máximas. A ser cierta la acusación, sería Cervantes el reverso del sucio Marcial, que decía. Lascivia est nobis pagina, sed vita proba, y ofrecerla un ejemplo más de la contradicción que con frecuencia se nota entre las palabras y los hechos de los escritores. Y después de todo ¿quién es más reprensible? ¿El que cae de flaqueza y lo oculta, sin hacer alarde del vicio ni escandalizar a la posteridad, o el que se complace en ostentar la corrupción y comunicarla a los demás? Juzguemos a Cervantes como escritor, agradezcámosle el provecho que saquemos de sus obras, y si como hombre tuvo defectos y flaquezas, aquel que esté sin pecado tírele la primera piedra.

Transcripción por Fernando A. Morales Orozco

Hipervínculos por Alaide Morán Aguilar

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