Emmanuel Carballo (1929-2014)

Emmanuel Carballo

La agria muerte de Emmanuel Carballo

Por Vicente Leñero


Leñero, Vicente. “Lo que sea de cada quien. La agria muerte de Emmanuel Carballo.” Revista de la Universidad de México 129 (2014).

Cuando concluyó en 1962 mi beca en el Centro Mexicano de Escritores, Ramón Xirau me llamó. Él había sido por fortuna, para nuestra generación, el tutor y el guía de cada una de las sesiones.

—Su novela podría publicarse en el Fondo de Cultura Económica —me dijo—, en la colección Letras Mexicanas.

—No conozco a nadie en el Fondo.

—Si quiere yo lo acompaño y lo presento —dijo—. Lo haré con gusto.

La generosidad de Xirau me apabulló (me apabullaría siempre) y cuando estuvimos frente a Alí Chumacero —que fungía entonces como director editorial—, Alí se dirigió a mí con una sonrisa:

—Con este padrino ya puede dar por seguro que publicaremos su novela muy pronto —dijo.

La respuesta oficial del Fondo tardó muchísimo. Me la dio, con la cantinela de siempre, Elsa Cecilia Frost:

Que no, que de momento la producción del Fondo estaba muy saturada, que tardarían un año o un poco más en programar mi novela, que lo sentían muchísimo, que podía llevarme el original.

Me morí del coraje —es un decir— cuando supe tiempo después que había sido Emmanuel Carballo, el crítico literario “más sobresaliente” de los años 50-60, el autor del informe de lectura que descalificaba mi novela Los albañiles y ¡no! recomendaba su publicación.

No se vale, pensé. El que a un crítico no le guste en lo personal un libro no es razón para rechazarlo de manera radical.

Desde entonces viví masticando un inagotable resentimiento contra Carballo. Con el menor pretexto le atizaba golpes bajos en declaraciones y entrevistas mientras él hacía lo mismo. Llegó a decir que yo me sabía un mal escritor y le echaba a él la culpa de que lo fuera.

Hubo, sin embargo, tiempos de calma. Cuando a Carballo se le ocurrió publicar, en libritos pequeños, una serie de autobiografías de los jóvenes autores de entonces: Sainz, José Agustín, Monsiváis, Elizondo… Entre ellos, para mi sorpresa, me incluyó. Debí no aceptar por congruencia, y aunque quise tomarle el pelo escribiendo una “autobiografía” que trataba de por qué no escribía la autobiografía, lo hice mal, quedé pésimo. Él también quedó pésimo con su prólogo en el que disimulaba torpemente —yéndose por las ramas— su convicción de que yo era un escritor de segunda.

El tiempo nos apartó aunque a menudo nos topábamos sin querer en reuniones culturales, ni modo. Un saludo, un gesto, una frase y ya. Luego yo aprovechaba la ocasión para burlarme de mi enemigo con el vecino más próximo:

—Mira al pobre de Carballo, tan seguro que se sentía. Pero cayó de la gracia de Fernando Benítez, no sé por qué, y ahora nadie lo pela.

Un día, por fin, después de muchísimo tiempo de enemistad silenciosa, Ignacio Solares se mostró buena gente y trató de reconciliarnos.

Celebrábamos en los altos del Hotel Hilton, durante una feria del libro de Guadalajara, el premio de periodismo cultural que se le otorgaba a Solares. En la clásica comida previa organizada por Raúl Padilla, Nacho me prensó del brazo y me llevó en compañía de Estela hasta la mesa donde se había ubicado Emmanuel Carballo con su esposa Beatriz Espejo y no recuerdo qué comensales más. El gesto me cayó en el hígado aunque Solares —eso dijo— lo hacía por mi bien. Quería que yo escuchara en voz viva la opinión de Carballo sobre mi libro de relatos recién publicado en Alfaguara.

Era muy favorable, insólitamente favorable. A Carballo lo habían convencido mis cuentos —“ingeniosos, bien armados”— y me lo decía sonriendo durante el cacareo de la conversación plural. Debería haberme emocionado en ese instante pero recordé la cita de Mark Twain en sus cartas a Andrew Lang: Sólo debes creer los elogios de un crítico literario cuando los profiere por escrito. Eso no lo haría jamás Carballo y tal vez por eso, o porque ya no me importaba su opinión después de tantísimos años, permanecí indiferente a su panegírico.

No lo necesitaba en realidad. Había sobrevivido a los terremotos culturales y vivía en paz con lo conseguido en mi profesión. En julio de 2014, cuando todo mundo lloraba a García Márquez, sobrevino la muerte de Emmanuel Carballo provocada por un infartazo brutal. Me sorprendió, me lastimó, me dolió en lo más íntimo, no sé por qué.

Transcripción e hipervínculos por Liliana Sánchez García