Rodolfo Usigli (1905-1979)

Rodolfo Usigli

¡Buenas noches, señor Usigli!

por Vicente Leñero

Leñero, Vicente. “Lo que sea de cada quien. ¡Buenas noches, señor Usigli!.” Revista de la Universidad de México 100 (2012).

No me esperaba encontrar a Rodolfo Usigli entrando en el teatro Xola donde se presentaba (noviembre de 1968) mi primera obra de teatro. Jamás lo había visto en persona pero lo admiraba, más que por sus dramas y comedias —nunca las consideré suficientemente logradas— por su radical defensa de la dramaturgia mexicana y por los epílogos que añadía a sus obras ya impresas, siempre lúcidos, convincentes, escritos con brillantez académica.

Llegó con su esposa Argentina y yo lo vi de espaldas, escondiéndome.

Cuando terminó la función me hice presente y me dio un abrazo cálido mientras decía:

—Yo soy aristotélico y usted pinta para brechtiano, no coincidimos. Pero está bien, para empezar está bien.

Luego fuimos en mi ópel a tomar unos whiskys en un restorán-bar que él frecuentó durante mucho tiempo: el Noche y Día, a espaldas del hotel Hilton.

Era bueno para la plática y el chisme don Rodolfo. Desbordaba resentimiento contra sus estudiantes traidores —Carballido, Magaña, Ibargüengoitia—, odiaba a Salvador Novo de quien no pronunciaba su nombre —le decía el Cronista— y ni por asomo se dirigía a su esposa, como si ella fuera invisible.

Al terminar la cháchara, sin haber picado más que jamón serrano y quesitos, lo llevé a la casa donde se hospedaba provisionalmente, en Las Lomas. Prometió estar atento a lo que yo escribiera pero nunca volvió a asistir a una obra mía.

En 1972, Usigli recibió el Premio Nacional de Literatura de manos del presidente Echeverría. Ese mismo año publicó en Joaquín Mortiz la que sería su última creación teatral: ¡Buenos días, señor presidente!

Expresamente apoyada en La vida es sueño de Calderón, la obra —que nunca se representó que yo sepa— desarrollaba un tema que lo obsesionó durante años: el con – flicto entre la vejez y la juventud, la insurgencia juvenil que en el 68 caló su ánimo y ahora descalificaba utilizando a su protagonista Harmodio como imagen del mítico Segismundo. En parodias, hablaba el autor de prepotencia juvenil, de ansia demoledora contra el mundo de los mayores, de tenaz rebeldía. Así al menos leí la obra a pocos días de publicada.

Me molestó. No sólo por la tesis que parecía impugnar el movimiento triturado en Tlatelolco, sino por lo engorrosa que era, por su fatuidad poética, por su inoportuno mensaje intelectual.

Estaba ya muy lejos Usigli de El gesticulador, de Corona de sombra, de Un día de éstos.

En el Diorama de la cultura de Excélsior —que coordinaba entonces Pedro Álvarez del Villar— escribí una crítica sobre ¡Buenos días, señor presidente! Fui duro, violento, y la encabecé con un título que aludía al declive, para mí evidente, del dramaturgo mexicano por antonomasia: ¡Buenas noches, señor Usigli!

Álvarez del Villar se escandalizó con el título y con el texto.

—Eres injusto —me dijo—. Por lo menos ponle otra cabeza. Ésa es una grosería. Le di la razón y le pedí que él mismo la cambiara: Análisis y examen de ¡Buenos días, señor presidente!

Aunque la frase corregía el gargajo periodístico, no suavizaba la intransigencia de la nota.

Un par de días más tarde recibí una tarjeta manuscrita de Rodolfo Usigli. Pensé que me insultaría —yo ya estaba un poco arrepentido—, pero su misiva era de una elegancia que me sorprendió. Decía:

Amigo Vicente Leñero:

Me habría gustado encontrar en su excelente artículo de hoy alguna consideración en torno a mi toma de conciencia dramática en el Análisis y Examen de ¡Buenos días…! En todo caso sus puntos de vista y sus reservas lógicas son del mayor interés por venir de usted especialmente.

Acepte con un agradecimiento efusivo mis votos por su personal éxito.

Lo abraza

Rodolfo Usigli

Conservo esa tarjeta como un caro recuerdo. No conozco a ningún escritor maltratado por un crítico que haya respondido con tal nobleza a los improperios de su detractor.

Transcripción e hipervínculos por Liliana Sánchez García