José Revueltas (1914-1976)

José Revueltas

Los albañiles de José Revueltas

Por Vicente Leñero

Leñero, Vicente. “Lo que sea de cada quien. Los albañiles de José Revueltas” Revista de la Universidad de México 84 (2011).

Me lo encontré un par de veces en la Casa de las Campanas de Ernesto Alonso, en Coyoacán.

José Revueltas llegaba cuando yo salía o salía cuando yo llegaba. Ernesto me explicó:

—Estoy viendo con Pepe si hacemos una telenovela histórica de su Zapata. Pienso que Eduardo Lizalde podría encargarse de armar los capítulos y tú de los diálogos.

Aunque no lo dije, me pareció que la figura de Zapata iba a resultar conflictiva, inadmisible, para una empresa como la de Televicentro de Emilio Azcárraga.

Eso sucedió finalmente. El Zapata de José Revueltas nunca se adaptó para la televisión.

Poco tiempo después, en 1966, un viejo amigo de los tiempos del taller de Arreola, Rubén Broido, me buscó para un proyecto “retador”. Más que por la literatura, Broido se apasionaba ahora por el cine. Quería filmar su ópera prima a costillas de mi novela Los albañiles.

Dudé de que Broido tuviera los arrestos suficientes para debutar con una película que yo suponía difícil, pero su entusiasmo y la amistad me vencieron.

Con un contrato muy profesional por delante, le cedí los derechos de la novela mientras él barajaba nombres para encargarles la adaptación. Yo me negué a hacerlo porque no poseía entonces conocimiento alguno de las técnicas cinematográficas. Se necesitaba a un profesional.

—¿Qué te parece Pepe Revueltas?

Ciertamente, Revueltas era un profesional. Lo admiraba como novelista, como ardiente luchador social, y tenía noticia de sus tareas en el cine: con Roberto Gavaldón en El rebozo de Soledad, y con Luis Buñuel en La ilusión viaja en tranvía. Sin duda alguna Revueltas podría escribir un libreto excelente, siempre y cuando aceptara trabajar con un primerizo como Broido y con una novela que seguramente desconocía.

—¡Aceptó a la primera! —exclamó Rubén Broido una semana después, y yo me sentí dichoso de poner en manos de un escritor indiscutible a mis albañiles.

Mecanografiado en una vieja Remington que hacía brincar algunas letras sobre el nivel de flotación, el guión de Revueltas tenía setenta y ocho páginas y sesenta escenas. Lo leí de un tirón. Era bueno, realmente bueno en los desdoblamientos que proponía del viejo velador de la obra, en su adolescencia, con un peón chamaco al que seduce; interpretados ambos por un mismo actor. Del mismo modo desdoblaba a la novia del peón chamaco, a la que también seduce, con la que fuera novia del velador en su adolescencia; igualmente interpretados por una sola actriz. Me asombró su destreza en esos juegos con el pasado-presente, y la visión aguda de José Revueltas en el manejo de la clase trabajadora.

Pero el guión tenía un serio problema para mí: su final. En la novela, el velador amanecía asesinado y nunca se llegaba a saber —yo no lo sé todavía— quién fue el criminal. En el guión, Revueltas resolvía el conflicto: lo asesinaba el plomero de la obra —antiguo seminarista—, achicharrándolo con un soplete. El peón vejado terminaba, por su parte, ahorcándose en una vigueta de la obra.

No, de ninguna manera. Se trataba de un final inadmisible porque contradecía el espíritu de la novela, pensé. Se lo dije a Revueltas.

—Es mi lectura personal de tu novela. Tengo derecho a leerla así, ¿o no? —me respondió—.

—Sólo objeto el final.

—Es mi final.

—Pero con ese final —repliqué tajante— yo no puedo aceptar el guión.

—No lo aceptes. Estás en tu derecho, como yo. Al fin y al cabo —y sonrió malicioso—, Broido ya me pagó el trabajo.

La adaptación al cine de Los albañiles se frenó durante años, hasta que en 1975 yo mismo hice una versión para Jorge Fons que la convirtió en película.

Luego, en 1983, decidí publicar ese guión de Revueltas para Premià Editora —con la autorización de su hija Andrea y con un prólogo mío— porque me sentía arrepentido de aquel precipitado rechazo. Revueltas tenía razón, como la tendría cualquier lector creativo: ésa era su lectura personal de la novela. Una lectura inteligente, feroz, implacable, tal vez mejor que la realizada por Jorge Fons y por mí para la película.

Transcripción, edición e hipervínculos por Liliana Sánchez García