Antonio Vanegas Arroyo (1852-1917)

Antonio Vanegas Arroyo (1852-1917)

Por Nicolás Rangel (1864-1935)

El alma popular y Vanegas Arroyo

Rangel, Nicolás. “El alma popular y Vanegas Arroyo”, Revista de Revistas, vol. VIII, núm. 360, 25 de marzo de 1917, p. 13.

El folklore nacional está de duelo… Uno de sus más genuinos representantes en México, don Antonio Vanegas Arroyo, dejó de existir el día 14 del mes actual, y es justo consagrarle un tierno recuerdo al que bien pudiéramos llamar el bardo, el escritor y el editor del pueblo mexicano.

En efecto: hasta las más apartadas regiones del país, el nombre de Vanegas Arroyo es conocido y las producciones por él editadas se adquieren con gran estima, toda vez que en ellas palpita el alma del pueblo: sienten y dicen como él. El acervo literario es variado y pintoresco. El amor, los celos, los crímenes pasionales, la nota sensacional del día, relatada en versos desmañados, pero llenos de ese sabor peculiar del bajo pueblo mexicano: o bien la nota cómica y escandalosa, como la de los cuarenta y dos maricones, relatada y comentada con fina ironía y burla salada y cáustica, que tanto distingue a los artesanos y a la gente menuda de la capital; los versos de Valentín Mancera traídos de Guanajuato; el Nuevo Corrido del Cancionero Popular, dedicados a Jesús Negrete, alias el tigre de Santa Julia; el descarrilamiento de Temamatla; la “Muy interesante noticia de los cuatro asesinados por el desgraciado Antonio Sánchez en el pueblo de San José de Iturbide, estado de Guanajuato, quien después del horrible crimen, se comió los restos de su propio hijo”; todas estas hojas ilustradas con grabados de factura especial, dignos de los relatos; y junto a estas hojas volantes, porque en hojas, baratas, de uno, dos o tres centavos publicaba constantemente estos asuntos, editaba cuadernillos de novenas de muchos santos; mañanitas, salutaciones, alabanzas y tiernos despedimientos al señor de Chalma, al de Iztapalapa, al de Tepalcingo, al de las Maravillas y a la Virgen de Guadalupe; las nueve jornadas de los Santos Peregrinos, con la letra de una marcha pastoril, “Caminemos con gusto, pastores, a Belem donde está nuestro dios, etc.”, escrita para cantarse con la música del Himno Nacional; y las inimitables loas, en hojas, cuyos asuntos sugestivos son un encanto: loa dicha por un soldado en honor de Nuestro Padre Jesús de las Tres Caídas; loa dicha por Sancho Panza y doña Cenobia en honor de la Pureza de María; loa dicha por un petatero y una tortillera en honor del Señor de las Maravillas; loa de un indio pollero, quien la dedica a la Maravillosa Aparición de la Virgen Santísima de Guadalupe; loa dicha por merolicos en honor de Nuestra Señora de Guadalupe, y loa en honor de la Santísima Virgen de la Soledad dicha por un titiritero ambulante y un músico ídem.

Y después de esto, la colección de cartas amorosas que contiene: borradores para declaraciones amorosas, de quiebra y de reconciliación, etc.; y las colecciones de canciones modernas, dedicadas al bello sexo. Y las reglas para tirar la baraja mexicana, conteniendo la explicación de lo que significan las cartas, las modificaciones que sufren cuando vienen acompañadas de otras, y todo lo relativo al arte de echar las cartas; y el reglamento para el juego de gallos; y la relación para los danzantes, etcétera.

¿Qué composiciones pueden llegar más directamente al alma del pueblo que las hasta aquí enumeradas? ¿Cuál ha sido la labor fecunda, constante y dilatada que pueda superar a la de Vanegas Arroyo? Ninguna. Y durante 37 años ha sido la misma, así literaria como tipográficamente. Porque hay que advertir que las impresiones de 1917, casi son las mismas de 1880 en que se fundó la casa editorial. Los grabados son los mismos: toscos, pero muy insinuantes.

Don Antonio Vanegas Arroyo era originario de Puebla. A los siete años de edad vino a la capital en compañía de su padre que era impresor, con el que aprendió el arte de Gutenberg. En 1875 se casó y un año más tarde se separó de la casa paterna para establecerse por su cuenta. ¿Con qué capital? Con diez pesos y una energía que le acompañó hasta su muerte. Tomó en arrendamiento una accesoria en la calle de la Encarnación y compró un pequeño mostrador de una tocinería en tres pesos; construyó una mesa y comenzó a encuadernar obras de texto de la librería de don José María Aguilar y Ortiz. Y a fuerza de trabajo y economía, logró reunir algunos fondos con los que adquirió una pequeñísima imprenta con la que fundó su casa editorial en la 2a. calle de Santa Teresa, frente a donde existe actualmente.

Contraportada de un cuadernillo publicado por Vanegas Arroyo.

La primera impresión que salió de su taller fue la Oración del Justo Juez y Sombra de Señor San Pedro. Después, con motivo de la cuestión del níquel casi diariamente lanzaba a la publicidad millares de hojas satíricas, que eran consumidas a las pocas horas.
El trabajo era abrumador. Necesitaba colaboradores que se identificaran con sus ideas y sus tendencias, y los encontró, durante el dilatado periodo de su labor en don Manuel Romero, primero que todos, y más tarde en don Constancio S. Suárez, autor de varios dramas y comedias, como el melodrama patriótico en cuatro cuadros: El cura Hidalgo, el capricho cómico-fantástico-macabro El fandango de los muertos, y otros.

Figuraron, igualmente, como sus colaboradores, Manuel Flores del Campo, Francisco Osácar, el “Chónforo”, Ramón N. Franco, autor de Dorada nébula y el drama La apoteosis de un éxodo, escrito con motivo del Centenario de la Independencia, y don Pablo Calderón de Becerra.

Poco tiempo antes de la desaparición de Vanegas Arroyo, murió Guadalupe Posada, grabador único en su género, pues nadie como él ha tenido la percepción de lo caricaturesco del pueblo bajo de la capital.

Fue don Antonio de carácter afable y comunicativo, siempre dispuesto a ayudar a los que le servían de vehículo para que sus producciones llegaran al pueblo: los rapsodas de callejas y plazuelas, que, con la música más en boga, cantaban los versos que salían de las prensas de Vanegas. ¡Cuántas veces estas papeleras viejas, viejos y muchachos, llegaban en la mañana al despacho de “Don Antoñito” a pedirle fiadas algunas canciones en boga, para satisfacer sus necesidades, sin que salieran desairados! Más tarde le pagaban religiosamente y hacían nuevos pedidos.

Por eso hubo una nota simpática y conmovedora, cuando el cadáver del que en vida se llamó Antonio Vanegas Arroyo, descansaba en su lecho mortuorio, en la capilla ardiente que sus cariñosos hijos le formaron, llena, literalmente. de coronas, de flores que sus numerosas amistades le mandaran. Y esa nota fue, que los desarrapados papeleros pidieran la gracia de permitirles formar la Guardia de Honor a su “don Antoñito”. De cuatro en cuatro fueron turnándose durante el día y toda la noche, hasta que los restos mortales del folklorista mexicano don Antonio Vanegas Arroyo fueron a descansar para siempre en el Panteón de Dolores.

Transcripción e hipervínculos: Grecia Monroy Sánchez