Pantaleón Tovar (1828-1876)

Por Francisco Sosa (1848-1925)

Pantaleón Tovar

Sosa, Francisco, Biografías de mexicanos distinguidos, Ciudad de México, Oficina tipográfica de la Secretaría de Fomento, 1884, pp.1015-1020.

Nació en la Ciudad de México el día 27 de julio de 1828, hijo de don Serapio Tovar y de doña Guadalupe Morquecho, quienes le proporcionaron en sus primeros años la instrucción que en aquella época se daba en los mejores establecimientos. Su padre, algunos años después, quiso dedicarle a un oficio mecánico, mas no lo logró, porque Tovar, desde niño, se manifestó aficionado a la lectura y al trabajo intelectual. Tenía catorce años cuando formó una asociación de jóvenes con el objeto de tratar cuestiones sobre el mejoramiento político y moral del pueblo; asociación de la que surgió más tarde otra que se llamó el Club Rojo, donde se habló desde entonces del desafuero eclesiástico y de la desamortización de sus bienes. Pasaron algunos años, y el Club Rojo se convirtió en una sociedad dramática, que dio sus funciones en un salón del mismo edificio en que hoy se halla la sociedad Netzahualcóyotl y que entonces tuvo por objeto la formación de un Conservatorio Nacional. A ese grupo pertenecieron Emilio Villanueva Francesconi y sus hermanos Mariano y José, Remedios Amador y otras personas que han figurado en la escena mexicana. En el seno de esas sociedades Tovar trabajaba desinteresadamente por el bien público. En 1847, sus sentimientos patrióticos le hicieron tomar las armas y servir en la Guardia Nacional como soldado raso en defensa del país, invadido por los norteamericanos. Ocupada la capital de la República por los invasores, Tovar se retiró a Toluca, y allí se representó su primer ensayo dramático después de la desocupación del territorio por los yankees. Cuando por los reveses de la fortuna perdió la familia Tovar los bienes que poseía, entró este a servir de corrector en la imprenta del señor Navarro en la calle de Chiquis (1847). Hijo del pueblo, sus hábitos y sus sentimientos le pusieron, como era natural, del lado de los demócratas, y le atrajeron los odios y persecuciones del partido conservador. Empleado en la oficina de Crédito público, desempeñó el encargo hasta que se dio el golpe de Estado en 1857. Él había combatido en la prensa en favor de la Carta de 1857 y había sufrido prisión y atropellamiento por ella, y al ser puesto en libertad con motivo de la desocupación de la capital por el gobierno conservador, lo primero que hizo fue, exponiendo su vida, contener el desorden de los que asaltaron la imprenta de Segura. En 1858 dirigíase Tovar al interior en unión de otros liberales distinguidos, como Ramírez y Morales Puente, a unirse con Juárez, y fueron aprehendidos por las tropas de la reacción y entregados al general don Tomás Mejía. Grandes fueron las penalidades a que se vieron sujetos, hasta el grado de estar próximos al patíbulo. De la cárcel de Querétaro fueron traídos a la prisión militar de México, en la que permanecieron largos días. La guerra de Reforma contó a Tovar en sus filas. Abandonó él la capital y prestó sus servicios en el Estado de México, defendiendo enérgicamente en la prensa los principios proclamados. Verdadero demócrata, entusiasta y desinteresado partidario, tratándose del bien del país, aceptaba con valor las consecuencias de sus ideas.

Fue diputado al Congreso general en 1861, y al comenzar la lucha con los franceses, presentóse al general Zaragoza y sirvió a su lado hasta que la muerte arrebató a aquel héroe, volviendo entonces Tovar al Congreso. Después salió de la capital como ayudante del general Negrete y con el carácter de teniente coronel, título que jamás hizo valer, y sirvió como jefe de sección del gobierno de Veracruz, que había sido encomendado a aquel general.

Cuando los azares de la guerra hicieron imposible la defensa de las ciudades de Oriente, Tovar marchó a San Luis Potosí, residencia entonces del Gobierno Nacional, y en donde debía reunirse el Congreso, del que él era miembro. La suma escasez de recursos no desalentó a Tovar; sufrió los rigores de la pobreza, y cuando el gobierno se dirigió al Norte, fijó él su residencia en Saltillo y se dedicó, para poder subsistir, a la enseñanza de algunos jóvenes. Incorporose más tarde al general González Ortega; tomó parte en algunos pequeños encuentros, y al saber que el señor Juárez se dirigía a Chihuahua, pasó el Bravo y se encaminó a Nueva Orleans, de donde partió para La Habana. En esta última ciudad escribió en El siglo XIX y publicó La hora de Dios y las Horas de ostracismo en días de suprema angustia, de verdadera miseria.

De La Habana salió Tovar para Nueva York, en cuya ciudad se mantuvo traduciendo folletines de periódicos ingleses y franceses, perseguido siempre por las enfermedades y por todo género de privaciones. En esa expatriación recibió (1866) la nueva dolorosa de la muerte de su señora madre, rudísimo golpe que vino, puede decirse, a anonadarle.

Apenas se lo permitieron sus recursos volvió al territorio mexicano, internándose en el estado de Oaxaca, donde sirvió a las órdenes del General Díaz hasta que este ocupó la capital de la República el 21 de junio de 1867. Seguidamente entró a formar parte de la redacción de El siglo XIX, y fue nombrado administrador de rentas municipales, puesto que desempeñó hasta 1870 en que pasó a representar a un distrito oaxaqueño en el Congreso de la Unión.

Terminado en 1872 el periodo para que fue electo, no se le repuso en el cargo del municipio por cuestiones de partido y comenzó de nuevo para Tovar la época de los sufrimientos y de las privaciones. Entonces, como en otros días, refugiose en el periodismo ingresando a la redacción del Federalista. Allí le conocimos y tratamos, y compartimos con él las tareas de la prensa. Tovar, desengañado del mundo, sin ilusiones, sin esperanzas, dominado por una tristeza cruel, acosado por recuerdos amargos y dolorosos, formaba un verdadero contraste con los demás que en el Federalista escribíamos. Dibujábase en sus labios una sonrisa cruel cada vez que se permitía la distracción de pasar algunas horas a nuestro lado. Ni de la sociedad, ni del Gobierno, de nadie esperaba nada; y si del porvenir nos oía hablar, sonreía y ni siquiera se tomaba la pena de expresar la causa de su desencanto. Casi siempre llegaba a la redacción con el exclusivo objeto de entregar originales por él escritos en el silencio del hogar, sobre costumbres, nunca sobre sucesos de actualidad ni relativos a la política militante, y sin despedirse se alejaba de aquel grupo de jóvenes que todavía soñaban; que anhelaban alcanzar un nombre en el mundo de las letras o elevarse a altos puestos, conquistándolos con el estudio y con los servicios a la causa representada por la administración pública.

Así se consumía aquella vida, gastada no tanto por los combates en ella librados, sino por recuerdos de un tiempo mejor aunque breve, y por las incurables heridas de un amor mal correspondido, pero siempre llevado en el corazón, invencible, avasallador. Trabajando siempre hasta que sus padecimientos físicos se lo impidieron todo, Tovar, con admirable resignación, apuró su suerte hasta el día 22 de agosto de 1876 en que dejó de existir.

Tovar, para quienes no lo conocieron sino superficialmente, era un hombre de aquellos de quienes nada se puede esperar, un misántropo, un egoísta. Y sin embargo, no era así. La corteza áspera ocultaba un corazón dispuesto siempre a hacer el bien; y si de verdad que era intransigente en punto a ideas políticas, jamás calumnió a sus enemigos ni muchos menos hizo, por utilitarismo, lo que en otros condenaba.

En El guardia nacional, en El cabrión, en Las Cosquillas, en El siglo XIX, en El Constitucional, en el Federalista y en otras varias publicaciones mexicanas, escribió Tovar. También fue miembro de algunas sociedades literarias y científicas.

Dotado de un espíritu observativo, Tovar, si se hubiese consagrado exclusivamente a novelista de costumbres, habría prestado al pueblo muy importantes servicios, pues no solo no pretendió nunca halagarle disimulándole sus defectos, sino que se los señalaba y censuraba con energía. Pero Tovar, como la gran mayoría de los escritores mexicanos posteriores a la Independencia, gastó gran parte de sus fuerzas en el periodismo político, en la poesía sentimental, en ensayos dramáticos, en producciones de diverso género, siempre sin perseguir una idea capital, sin trazarse una sola e invariable senda. Sentimos no poder insertar aquí una bibliografía de los escritos de Tovar, en comprobación de nuestro aserto.

No le culpamos. Tocole vivir en una época en la que no le era dado escoger, ni mucho menos dedicarse al ramo de literatura a que su vocación le inclinara; tocole escribir aquello que podía ser remunerado. La lucha por la existencia hace que el hombre se aparte de lo que ama y se precipite en lo que tal vez detesta.

Los descuidos de forma que el crítico puede señalar en los escritos de Tovar son disculpables. No fue en las universidades en donde aprendió a expresar sus pensamientos; no poseía un título científico ni literario; formóse por sí solo, y preciso es confesar que sus esfuerzos no fueron infructuosos. Aquel humilde hijo del pueblo se elevó sin ayuda de nadie, hasta donde no han podido elevarse muchos a quienes han sobrado elementos para lograrlo.

Cuando Tovar murió, dijo Justo Sierra en un artículo necrológico lo que sigue:

Uno de los miembros de la generación que realizó la Reforma en México, ha muerto ayer. Pantaleón Tovar era uno de esos hombres que atraviesan la vida tras un sueño de amor o de gloria, y que el día que reciben el desengaño supremo, es el primero de su agonía.

Nosotros le quisimos mucho. Sabíamos que bajo aquella corteza áspera y triste, que en el interior de aquel misántropo, pálido de dolor y de hastío, había un mártir silencioso, una víctima muda de la fatalidad que se había debatido en vano contra ella y que había sido vencido.

Sabíamos también que ese poeta desesperado encerraba en su alma un tesoro de inagotable ternura, de compasión por los desvalidos, de caridad y de amor ¡Pobre Tovar! Es seguro que los que solo le trataron superficialmente, quedaron lastimados con las espinas de su carácter excéntrico. Y sin embargo, ese hombre fue, en otro tiempo, joven y feliz ¿Qué tragedia moral había quebrantado para siempre aquella honrada vida?

Tovar, aunque en segunda línea por su significación política, había prestado el valioso concurso de su fe sincera y de su patriotismo a la obra de la libertad. Amigo y colaborador de los hombres más ilustres del partido liberal, perseguido político durante la revolución reformista, secretario de Zaragoza en la campaña contra los franceses, proscrito después, amigo y compañero de Porfirio Díaz hasta el momento de la victoria, el literato supo convertirse en soldado de la patria en el día de la desgracia.

Sus obras dramáticas y poéticas son populares. Nótase en ellas la influencia de la escuela romántica y socialista francesa. Sus estudios sociales revelan un odio profundo por el vicio y por el mal.

Cuando un hombre ha muerto después de haber cumplido con su deber hasta el sacrificio, basta decir esto para hacer su elogio, para tributar el más cordial homenaje a su memoria. Ningún otro epitafio habría deseado sobre su modesta tumba, ese estoico, cuya conciencia recta sobrevivió al naufragio de la ilusión y de la esperanza.

¡Duerma en paz!

Transcripción yedición por Claudia Alejandra Colosio García

Hipervínculos por Diego Eduardo Esparza Resendiz