Joaquín Velázquez de León (1728-1786)

Por Antonio de León y Gama (1736-1802)

CARTA

León y Gama, Antonio de, El Museo mexicano, ó, Miscelanea pintoresca de amenidades curiosas é instructivas, tomo IV, número 23. México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1844, pp. 541.

Que en elogio del señor don Joaquín Velázquez de León, colegial que fue del insigne, mayor y más antiguo Colegio de Santa María de todos los Santos de esta ciudad de México, abogado de la Real Audiencia de ella, e individuo de su ilustre colegio, catedrático de matemáticas en la Real y Pontificia Universidad, del consejo de Su Majestad, su alcalde de corte honorario, y director del importante cuerpo de minería de este reino, escribió a un dependiente suyo don Antonio de León y Gama.

Señor Don Miguel Becerra

Muy señor mío: La estrecha amistad que tuve con el señor don Francisco Velázquez de León, obliga a usted a solicitar de mí que le participe algunas noticias de sus generosas prendas, distinguidos méritos, y elevados talentos. Bien pudiera excusarme de condescender a su súplica; por la misma razón de que se vale para preguntarme, dejando para otra persona imparcial y desinteresada su elogio; si no me pusieran a cubierto las palabras de Séneca y Cicerón contra las presunciones que pudieran calumniar de poco ciertas, o dictadas por la pasión, las cláusulas con que daré a usted una sucinta pero verdadera idea de lo que observé y supe en el tiempo de nuestra amistad. Asegura aquel filósofo, que la verdad nunca se oculta, y a favor de ella exclama el orador romano (pro M. Cælio) contra las calumnias de los que las quieren confundir diciendo: O magna vis veritatis, quæ contra que hominum ingenia, calliditatem, solertiam, contraque fietas omnium insidias, facile se per se ipsam defendet.1 En esta carta no solo quedará por sí misma defendida la verdad, sino auxiliada con los documentos así manuscritos, como impresos, que el propio señor Velázquez dejó a la posteridad para memoria de sus tareas literarias, y operaciones prácticas, que fueron el fruto de un continuo estudio en todo género de ciencias.

Las que más le llevaron la atención, fueron las matemáticas; y estas dieron motivo a nuestra amistad. Cuando las cultivaba en el Colegio Mayor de Santos, tuvo noticia de que yo también divertía en ellas el tiempo que me dejaba libre de las ocupaciones de mi empleo: llegaron a sus manos algunos cálculos astronómicos que tenía yo formados; y entre ellos el de un eclipse de sol, que mantuvo más de un año guardado, hasta que llegó el tiempo de verificar su observación, la que le pareció conforme al cálculo, cuando por el de otros había variado en mucho tiempo y en muchas circunstancias. Accidente que le obligó a mandármela, y con ella las más atentas expresiones, y literales ofrecimientos de sus instrumentos, y libros, en cuya correspondencia pasé a su casa, donde tratamos del error que había en todas las tablas y cartas geográficas en cuanto a la longitud y latitud de esta ciudad, que desde entonces procuramos cada uno por su parte, verificar y corregir.

Continuamos nuestras concurrencias, y en ellas advertí la grande extensión de su entendimiento, pues a más del estudio de la jurisprudencia, que era su principal profesión, como abogado de la Real Audiencia, se ocupaba sin embarazarse, en los de la química y metalurgia, en el de la física experimental, historia natural, y ciencias matemáticas; no olvidando las letras humanas, poesía y mitología en que estaba tan instruido que parecía ser su único y cotidiano estudio, el de los poetas latinos y castellanos, según habla de ellos, explicando cuando se ofrecía conversación, los lugares más oscuros de Virgilio, Ovidio, Horacio y otros. Con igual facilidad hacía todo género de versos, así latinos como castellanos; siguiendo con la mayor perfección a los mejores poetas en aquellos pensamientos que se adaptaban más a su elevada fantasía, haciendo en pocas horas lo que con gran dificultad podría otro acabar en muchos días: tal era la facilidad, naturaleza y ejercicio que tenía en la poesía.

Conociendo la noble Ciudad de México el acierto con que procedía en estas materias, y la grande instrucción que tenía de la antigua historia romana, le encomendó varias veces la construcción y descripción de los arcos triunfales con que acostumbraba recibir a los excelentísimos señores virreyes en sus entradas públicas: y siempre desempeñó esta confianza con general aceptación y aplausos de las personas bien instruidas. La primera vez que se manifestó al público su erudita pluma, fue en la entrada que hizo el excelentísimo señor marqués de Cruillas el día 25 de enero de 1761, en que comparando sus heroicas y valerosas hazañas, con las de Hércules, cifró simbólicamente los trabajos militares, y verdaderas virtudes de este excelentísimo héroe español, en las fabulosas empresas que hicieron elevar hasta el cielo, y colocar entre las constelaciones septentrionales al antiguo héroe tebano. Inventó en esta ocasión el señor Velázquez, un nuevo método de arco triunfal, que hasta entonces no se había acostumbrado, así en cuanto a su arquitectónica disposición, como en cuanto a la fórmula de las inscripciones y motes, semejantes en todo al verdadero estilo antiguo romano, de cuya construcción y método dio una completa idea en el cuaderno que se imprimió el mismo año, para explicar las primorosos emblemas y curiosas pinturas que se figuraron en los lienzos que componían el arco, donde están doctamente explicadas, y donde se pueden ver también los heroicos versos latinos y castellanos, con que descifró sus emblemas.

Habiendo parecido tan bien, así la disposición de este arco, como sus poéticas inscripciones y pinturas al cuerpo de plateros, tiradores de oro, y batihojas de esta ciudad, que solicitaban solemnizar con demostraciones no vulgares de su afecto y lealtad, la exaltación al trono de nuestro actual católico monarca el señor don Carlos III (que Dios guarde) el mismo año de 1761 dispuso a su solicitud el señor Velázquez, otros dos arcos triunfales, en los que figuró con gran propiedad, el curso que hace el Sol con su movimiento diario de oriente a poniente, en cuya dirección está situada la calle de Plateros, representando en el plano del primero que miraba al oriente el palacio del Sol, adornado de hermosas y ricas columnas de oro, plata y piedras preciosas, como lo describe Ovidio en el libro 2 de las Metamorfosis; y figurando alegóricamente en el reino de Apolo, el siglo de oro que se prometía esta ciudad (como vaticinó Virgilio en el reinado de Augusto) con la estatua de oro del rey, que hizo colocar a caballo sobre el arco. Este, y su correspondiente que miraba al ocaso, y se colocó en la esquina que llaman de la Palma, se componían de los más poderosos adornos, y bellas inscripciones que constan en el cuaderno que imprimió para su explicación.

El debido concepto que formaban todos de su literatura, su afable estilo, prudencia y buen juicio, les daba ocasión, para que le comunicasen sus más reservados asuntos, consultasen sus dudas, y le encomendasen la defensa de sus derechos en los pleitos que con grande acierto siguió durante el tiempo que ejercitó la abogacía. Pero sin embargo de llenarlo casi todo con estas ocupaciones, no dejó por eso de la mano el estudio, que le era más genial, de la física y ciencias matemáticas, que por sí mismo, y sin el auxilio de otras personas, con quienes pudieron resolver sus dudas (por haber entonces tan pocas en México que se dedicaran a estas ciencias), comenzó a aprender en el colegio seminario, desde que estaba cursando cánones, sin otro maestro en la aritmética y geometría, que la cansada y antigua obra de Euclides; preponderando su afición a las innumerables dificultades que en ella, a cada paso encontraba, sin que por esto hubiera nunca pensado abandonar su estudio, antes sí con mayor constancia proseguido, como me lo aseguró muchas veces.

Con el conocimiento de estas dificultades, y para que las personas aplicadas pudiesen instruirse sin aquel trabajo que había experimentado, formó una Academia en el Colegio de los Santos, donde ocurrían de noche algunos sujetos, que querían tomar por diversión este delicado estudio a quienes explicaba con la mayor claridad, que por naturaleza fue dotado, todas aquellas reglas que eran más principales y necesarias para una perfecta instrucción, omitiendo otras, que a los principios solo sirven de confundir al estudiante. Y con este método consignó en el tiempo que duró la Academia, que saliesen bien aprovechados los que asistían a ellas. Con igual método logró el mismo aprovechamiento en sus cursantes, cuando leyó en la Real Universidad la cátedra de matemáticas.

Como sujeto a propósito para desempeñar las mayores confianzas, le solicitó el Excelentísimo Señor don José de Gálvez, marqués de Sonora, entonces visitador general de los tribunales de este reino, para que le acompañase a la California, destinándole en los asuntos y negocios reservados del real servicio, que le fuesen comunicados; para cuyo efecto salió de esta ciudad el año de 1768; y habiendo llegado a aquella península, desempeñó con la mayor satisfacción del mismo señor ministro, todas las confianzas y comisiones que se le habían comunicado. Dispuso allí máquinas para el muy pronto beneficio de los metales, con ahorro de gastos y gente, haciendo fabricar una con tal disposición y artificio, que con un solo peón, y una bestia, se moviese uniformemente en dos sentidos contrarios. Con los conocimientos químicos que poseía, se sirvió de las mismas producciones de la tierra, sustituyendo con ellas los materiales que faltaban en aquellos países para beneficiar los metales, consiguiendo muchas veces mayor efecto con estos sucedáneos, que con las mismas materias de que comúnmente se usa en la metalurgia, para la disposición del fuego, y debidas proporciones con que mezclaba las sales y azufres facticios, de que se servía; cuyo método me comunicó.

Su infatigable espíritu no le daba lugar para entregarse al ocio el más pequeño tiempo. Después de los trabajos del día, ocupaba las noches en continuas observaciones de aquel cielo califórnico (cuya limpieza y serenidad, me dijo muchas veces, le convidaba a ejecutarlas); siendo su mayor descanso la fatiga y molestia con que las hacía, por carecer de instrumentos acomodados, supliéndose con algunos que hacía construir brevemente, por no perder el tiempo de la observación, sin cuidar de la pulidez en su fábrica, como estuvieran prontos y produjeran el efecto que deseaba. De estos mantengo en mi poder un pie de anteojo, hecho groseramente, pero muy simple y fácil de manejar. Desde que llegó a aquel lugar se dedicó a observar los eclipses de los satélites de Júpiter y a tomar las alturas del sol y las estrellas; y de todas estas observaciones dedujo la verdadera longitud y latitud de Santa Ana, y otros lugares donde estuvo con algún espacio: descubrió los errores de los mapas, principalmente el de monsieur De L’Isle,2 como lo manifestó en un manuscrito que remitió a la corte; halló ser estos errores trascendentales a toda la Nueva España, y procuró, en cuanto pudo, corregirlos en algunos parajes de ella, donde logró estar el tiempo necesario, como en Temascaltepec, Guanajuato, y otros.

Con el motivo de que el día 3 de junio del año de 1769, se debía observar el paso de Venus por el disco sol (fenómeno raro, que todos los soberanos de Europa pretendieron verificar, enviando astrónomos a los lugares más distantes de sus reinos, como que ha de pasar más de cien años sin volver a observarse otro), se preparó para ello el señor Velázquez, disponiendo sus instrumentos, y haciendo construir un corto, pero capaz observatorio de madera, donde, aunque con alguna incomodidad, se pudiera lograr con la firmeza y resguardo del péndulo, del barómetro y termómetro, con los demás instrumentos necesarios al afecto. Examinó algunos días antes la marcha del reloj, y el mismo día, para las alturas correspondientes del sol, para corregir los tiempos de las observaciones, que había prometido enviar a San José a los astrónomos franceses y españoles que habían ido con el propio destino a aquel lugar: las que con efecto envió al día siguiente, en latín, a monsieur Chappe,3 y en castellano a los señores don Vicente Dolz y con Salvador de Medina, que son las mismas que nos envió a México: cuya copia a la letra, creo no será desagradable a los inteligentes insertar aquí, y es la siguiente:

Inmersionis principium   
visum est contingisre die 3a   
Junni, civili hora matutina11h55’45”
Ejusdem finis, seu cesactus &   
introitus in u…………………….121410
Interior vero limbrorum   
contactus ad emersionis   
initium vespere…………………5h53’36”
At perfectus veneris agressus61159
Conjuntionem inde, seu   
marimam centrorum   
proximitatem deductam   
refero ad horæ……………………3h8’7”

Id suspicatus, cum metirer hora 3a 15’ 22” utriusque & limbi (Australis scilicit et borealsi) ab utraque u margine, cognomine distantias, u semi diametrum e majori subtrahens reperi centralem minimæ u duores planetarum=10’14” ad Boream. Diameter autæ u imminutacarum summa, residus dabat & diametrum=59”. Ceterum ipsam emensus eisdem quibis umper Kirkianis cochleis inveni=1’ ÷ unde non a deo justum censui cochleaum usum.

Hora 3a 47’35” ratus centrum & directé oppositum (recta a Meridie ad Septentrionis), centro major maculæ earum quæ tune temporis in u apparebant, utriusque puncti distantiam mensurari=7’24” macula tero restabat ad austrum.

Porro de his observationibus quæ mensuram continent nimis dubito, eum exacto Mierometro carsem sem: vix tamen de utroque ad ingressum contactu; qued ad exitum attinet, ne vix quidem omnes erunt sub judice donene censeas.

Esta es copia de la resulta de mis observaciones que envié a monsieur Chappe (y lo mismo en español a los españoles) la mañana del día 4 de junio, así para que las cotejasen prontamente, como para quitar toda sospecha de esperar yo las suyas. Pero de antemano habíamos tratado monsieur Chappe y yo, que viniendo a Santa Ana, cotejaríamos entre los dos mis anteojos y los suyos, para deducir la diferencia que podía ocasionar la refracción de la luz en los primeros; y ve aquí usted que por su muerte, me he visto precisado a hacerlo yo solo, por lo menos entre el anteojo de poco más de 8 pies, con que observé la entrada, y el telescopio inglés, de dos pies, en que observé la salida: que esto me fue preciso, por la incomodidad de la observación de la entrada, casi en el zenit de aquí: y como el anteojo me presentó los fenómenos mucho antes, por las razones que a usted diré en otra ocasión, he deducido la diferencia de 2’ de él al telescopio, observado en los dos muchas inmersiones, y emersiones de los satélites: con lo que he corregido mis observaciones en la forma siguiente:

Princip. immers ……11h57’45”
Inmers. totalis ……..12h16’10”
Princip. emers ……5h53’36”
Emers. totalis …….6h11’59”

Maxima centrorum proximitas=10’ 14” hora 3a 7’ 7’ Diameter Veneris=58’ 35”

El resultado de estas observaciones se halla también inserto en la colección que de todas formó en París monsieur Cassini.4 De ellas tratamos varias veces después de su regreso a esta ciudad y me aseguró haber visto una especie de gota negra entre el limbo oscuro de Venus y el claro del sol, antes del contacto interior a la salida: fenómeno que igualmente observaron los padres Hell5 y Sajnovics6 en la Isla de Wardoe al norte de Dinamarca, como lo refiere el primero en su observación impresa en Viena el año de 1770; que habiendo yo leído mucho tiempo después me sirvió de gran satisfacción y gusto, por comprobarse con esta circunstancia (que ninguno de los demás astrónomos advierte en las suyas) la exactitud de la del señor Velázquez.

Con ocasión de haber poco tiempo antes llegado a aquellos países los señores Dolz y Medina, y no tener aun conocida su verdadera situación, no creyeron poder observar el eclipse de luna del día 18 del mismo mes de junio; pero el señor Velázquez, que tenía bien conocida la longitud y latitud de varios lugares de aquella península, lo anunció antes, y se dispuso a su observación, la que efectivamente hizo, y vieron todos los que le creyeron: este acontecimiento, que me comunicó posteriormente con la modestia que acostumbraba, mostrándome toda su observación, me lo aseguró también (ya después de su muerte) el reverendo padre fray Francisco Palou, actual guardián del Colegio de San Fernando, que se hallaba entonces de presidente de aquellas misiones. Observó igualmente el paso de Mercurio por debajo del sol el día 9 de noviembre de aquel mismo año, e hizo otras útiles y curiosas observaciones, así para deducir la longitud y latitud de los lugares de su residencia en aquella parte de América, como para ilustrar la astronomía y geografía, enmendando los mapas y corrigiendo los errores de las tablas, que situaban a la Nueva España dentro del mar del sur.

Apenas se habían restituido a México, no bien desembarazado todavía de los negocios de su comisión, cuando de orden del excelentísimo señor marqués de Croix, virrey que fue de esta Nueva España, hizo un informe instructivo del estado de las minas del reino, de su laborío y beneficio de sus metales, exponiendo sus propios pensamientos y observaciones, que con la larga experiencia y estudio de los mejores autores metalúrgicos, había adquirido conducentes a la mayor facilidad y aumento en la saca de metales, y en el modo de beneficiarlos a favor de la pública utilidad, y del erario real. Este informe, que con fecha de 9 de febrero de 1771 presentó a Su Excelencia en 104 párrafos, le dio a conocer, con evidentes demostraciones, el deplorable estado en que se hallaba la minería, los remedios de que necesitaba, y las riquezas que con ellos era capaz de producir. Mucho agradó a Su Excelencia este papel; y aunque comenzó a poner en ejecución sus proyectos, no pudo continuar, por haber cesado en el gobierno; pero dio cuenta a Su Majestad y fue el origen de la reforma que se hizo posteriormente, de que hablaré adelante.

Con motivo de haber sucedido en el virreinato el excelentísimo señor bachiller fray don Antonio de Bucareli y Ursúa, se le ofreció nueva ocasión de manifestar su buen gusto y facilidad con que trataba las letras humanas. Fue el caso, que habiendo encomendado esta noble ciudad a un sujeto docto, y bastante instruido en la poesía, la construcción de un arco triunfal, con que había de recibir el día 31 de octubre del mismo año de 71, en su entrada pública, a dicho excelentísimo señor virrey: formados ya los lienzos que componían el arco, y asentadas sus inscripciones y versos, o agradaron a uno de los regidores comisionados, que lo fue don Antonio de Mier y Terán, persona de una literatura nada vulgar, ni la disposición, ni el estilo, ni la alegoría; y acordándose del primor con que había el señor Velázquez dispuesto el del excelentísimo señor marqués de Cruillas, y las de los plateros, le vino el pensamiento de encomendárselo. Pero como el tiempo ya tan corto, que juzgaba no poder acabarse otro nuevo para el día señalado, por la diversa disposición y pintura, con que debía formarse; temiendo que se le negara, así por esta razón, como porque no tenía comunicación alguna con dicho señor, se valió de mí, para que me interpusiese, a efecto de que admitiera este encargo. Pasé inmediatamente a verle, y le hice presente mi súplica a nombre de la noble ciudad, a la que por fin condescendió (después de haberme opuesto varias dificultades, como eran la escasez del tiempo; la necesidad de pintar nuevos lienzos conforme a la idea que se había de representar; la preciosa y continua asistencia en casa del pintor, para instruirle en el modo como debía formar y colocar los adornos, figuras e inscripciones; y otros embarazos que prepara, y conocía había de ofrecerle una obra de esta naturaleza.) Arbitró, pues, el medio de que varios pintores presentasen los mejores dibujos que tuviesen, para entre todos elegir el más conforme a su idea, que formó inmediatamente. Con efecto le agradó entre todos el que presentaron dos célebres profesores de este arte, como más apropiados a su pensamiento.

Este fue una soberbia fábrica de arquitectura, en que se veían distribuidas con bella proporción y simetría los tres órdenes: Jónica, Corintia y Compuesta, que en la altura de 120 palmos, y en la latitud de 60, le dejasen bastante campo para colocar las tarjetas y adornos, inscripciones y figuras que representasen en la imagen de Ulises (cuya alegoría tomó) la persona del Señor Bucareli, sus heroicas acciones, su sabiduría, su prudencia y demás virtudes. La fórmula que usó en las inscripciones era la misma que usaron antiguamente los romanos: los motes y emblemas deducidos, con gran propiedad, de los poetas griegos y latinos; y las descripciones de los pasajes se expresaban en heroicas octavas castellanas bien constantes y cadentes. Explicó todo su pensamiento en un cuaderno lleno de erudición, que se imprimió el mismo año de 71, donde se manifiesta su penetración y delicado ingenio.

Deseoso el real tribunal del consulado de esta Nueva España de verificar el proyecto que había intentado el año de 1768, de hacer conducir las aguas del desagüe por canales abiertos, y evacuar por ellos la laguna de México o Texcoco, se consultó por dos de sus diputados al señor Velázquez sobre su posibilidad. La dificultad de dar una respuesta decisiva en un asunto de tanta importancia; los esfuerzos y tentativas que se habían hecho sin efecto el siglo pasado; las diversas opiniones de los peritos, y contradicciones que se opusieron por algunos de aquellos a quienes se comisionó la nivelación del terreno por donde debían caminar las aguas, fueron para él prudente juicio y madurez de este caballero un motivo suficiente para suspender su dictamen, hasta hacer por sí mismo las medidas y nivelaciones exactas, con que pudiera cerciorarse de si era posible o no su consecución. Estaba por este tiempo encargado por el superior gobierno de escribir la historia de esta laguna de México, y de las grandes obras que se habían ejecutado para libertar a esta ciudad de las inundaciones que había padecido: y a efecto de cumplir con ambos encargos, se determinó a ejecutar con la mayor exactitud posible las nivelaciones y medidas de tan gran terreno como se contienen desde la orilla de la laguna, hasta el río de Tula, y lugar nombrado el Salto, donde unidas sus aguas, debían con su curso natural juntarse con las del río Pánuco, que desagua en el Seno mexicano. Procedió con efecto a la nivelación, midiendo varias veces más de 12 leguas de que se compone aquel terreno, por unos planos desiguales, y otros pantanosos, que anduvo y desanduvo pie, sufriendo los ardores del sol, el zote de los vientos, y otras incomodidades: trabajó ciertamente, lleno de dificultades y embarazos, y empresa propia de un ingenioso y diestro geómetra, como lo era el señor Velázquez.

Comenzó sus operaciones el 1° de diciembre del año de 1773, habiendo antes registrado y reconocido todo el terreno, y el curso del río Cuautitlán, desde su puente, hasta donde entra en el canal artificial de Huehuetoca, con todos los parajes y puntos principales desde este lugar hasta el salto del río Tula; volviendo después por las orillas de las lagunas de Zumpango, Xaltocan y San Cristóbal: todas las cuales entran en la de México y Texcoco. Y aunque para medir estas distancias desde el punto que hizo fijar de mampostería en la orilla de esta laguna, hasta el salto de Tula, pretendía fuese por una línea recta, se lo impidió la loma nombrada de la Visitación: por cuyo motivo le fue necesario hacer varias inflexiones, aunque buscando siempre el camino más breve. Determinó varios trechos, y procedió a sus medidas con cordeles bien acondicionados, y reducidos a la vara castellana, que de orden del señor Felipe II se trajo a esta ciudad, y se mantiene dentro de una caja de fierro en las casas de cabildo de ella.

No contento con la primera medida, la repitió para mayor comprobación; y con este motivo descubrió el gran error que resultaba en otras que se habían hecho el año de 1764 en los mismos parajes en que había ejecutado las suyas: cuya excesiva diferencia importaba la gran cantidad de 3,552 varas que componen cerca de tres cuartos de legua.

Bien conocía la exactitud de sus operaciones las cuales eran casi conformes a las que se hicieron del mismo modo el año de 1611 por Alonso de Arias, maestro mayor de arquitectura y fortificación, en presencia de Enrico Martínez, autor y maestro del desagüe de Huehuetoca: pero como el asunto era de tanta importancia, no quiso omitir diligencia ni trabajo alguno para rectificarlas: y para esto se valió de indagar las distancias parciales, resolviendo una serie de triángulos, cuyos ángulos, en las partes y puntos convenientes, midió varias veces con un buen instrumento geométrico inglés exactamente dividido y montado con dos bien claros anteojos. De resulta de esas observaciones dedujo con mayor precisión las verdaderas distancias, que fueron poco diferentes de las que había hallado antes con el cordel, y concluyó que se debía estar a estas últimas, y aun añadir alguna cosa más, por las razones que refiere en su papel, y formó de todos el correspondiente plano topográfico. Por la misma serie de triángulos descubrió otros puntos, con los cuales solicitó la resolución de otra multitud de ellos, que le sirvieron de demarcar rumbos, y designar las curvaturas e indecisiones del río, para poderlo representar con su propia figura, como lo hizo, en otro plano iconográfico.

Ejecutadas las medidas, como se ha dicho, procedió a las nivelaciones del terreno, comenzando desde el mismo punto que había situado dentro del vaso de la laguna, hasta acabar en el plan interior del Salto del río de Tula. Los inteligentes saben bien las dificultades que tiene una operación de esta naturaleza, y el continuo trabajo que cuesta ejecutarla, por no poder hacerse de una vez, sino por parte, y estas de corta distancia, para hallar con toda precisión las mismas diferencias. El Señor Velázquez la ejecutó por medio de dos exactos niveles de ampolla de aire, el uno inglés y el otro francés, y por trechos de 400 varas, o menos, según era la comodidad del terreno, conforme el método de Monsieur Picard,7 que se tiene por el mejor. Por esta nivelación resultó la posibilidad de un desagüe general de la laguna de México y Texcoco, por haberse hallado más que el necesario descenso hasta los lugares a donde debían conducirse sus aguas, para unirse después con las del río Tula. Demostró los grandes errores que se habían cometido en la nivelación del año de 1764, cuyas excesivas diferencias eran más notables que las que se habían reconocido en las medidas de aquel año, y manifestó la bondad de las que se practicaron a principios del siglo pasado por los maestros Enrico Martínez, Damián Dávila, Alonzo Martín, Juan de la Isla y Alonzo de Arias, que comparadas con las del Señor Velázquez, tuvieron una muy corta diferencia. Formó para mayor comprobación, otros planos, en que se veía demostrado el corte de todo el terreno por su longitud y latitud; y describió sus operaciones en un informe que hizo al Excelentísimo Señor virrey, con fecha de 15 de diciembre de 1774.

Sin embargo de estar con estas ocupaciones en los citados años de 73 y 74, no le impidieron emplearse en tareas igualmente útiles: pues habiendo sido uno de sus más principales deseos, a beneficio del real erario y de los vasallos, la conservación y aumento de la minería, que por falta de unión entre sus individuos, y de sujetos que los habilitasen, se veían algunos precisados a abandonar sus minas: hizo a Su Majestad como apoderado de ellos, en consorcio de don Juan Lucas de Lasaga, una extensa representación, con fecha de 25 de Febrero, que se imprimió en México el propio año de 74. En ella relacionó los perjuicios que se seguían a su real corona, y a los mismos mineros de mantenerse en el estado que antes tenían; y el beneficio que resultaba de que se uniesen en un cuerpo formal, erigiéndose un tribunal a semejanza del del consulado, con un banco que se estableciese, para que con los fondos de él se suplieran a las personas que por falta de dinero no podían trabajar las minas, aquellas cantidades necesarias para ello, bajo de las precauciones correspondientes: con cuyo fomento se podrían habilitar muchas que en aquel tiempo estaban sin dar fruto al rey y a sus dueños. Pidió que por primeros fondos del banco mandase Su Majestad devolver la cantidad que importaba el real del señoreaje, que equivocadamente se había estado cobrando por duplicado. Propuso también la erección de un seminario metálico, donde se enseñase la geometría, la maquinaria, la estática y pirotecnia, y demás ciencias necesarias para poder instruir a la juventud, y crear unos perfectos y sabios mineros, que pudiesen con sólidos fundamentos dedicarse al trabajo de las minas, con lo cual consiguieron crecidas utilidades, y se aumentaría necesariamente el real erario: pues el modo como se habían estado trabajando, era librando el dueño de la mina todas sus confianzas en unos hombres ignorantes, sin instrucción ni estudio; los cuales, caminando a oscuras, no sabían las dilecciones que llevaban las vetas, como lo manifestaban las muchas que se hallaban emborrascadas, tantos tiros y socavones errados, y otras grandes obras perdidas y con ellas los caudales.

Tuvo tan buen efecto este informe, que mereció la aprobación de Su Majestad y que mandase despachar sus reales cédulas y órdenes para el establecimiento del tribunal y colegio, que aprobase las ordenanzas dispuestas por el Señor Velázquez, a quien nombró por director general (habiéndole antes dado el título de Alcalde de Corte honorario). A su instancia también se consiguió la baja del precio del azogue, por otra representación que a nombre de la minería había hecho el Excelentísimo Señor Virrey Marqués de Croix el año de 1766, de que hace mención en la impresa el año de 74.

Establecido ya el Tribunal de Minería fueron innumerables los asuntos que se le encomendaban, como pertenecientes al mayor arreglo y utilidad de este cuerpo, a más de los negocios que entre sus individuos se trataban, que también despachaba como asesor. Las representaciones que hacía a la corte, y a los Excelentísimos Señores virreyes sobre varios puntos de gravedad, de que no podía desentenderse, en fuerza de las obligaciones de su ministerio, como fue la que formó sobre que se declarase no deber cobrarse el real derecho de alcabala de los utensilios y efectos que inmediata o indirectamente conducían al laborío de las minas (que se imprimió en México el año de 1781, con las declaraciones a su continuación del Excelentísimo Señor virrey) eran unas continuas tareas, que lo tenían siempre con la pluma en la mano. Y no obstante estas sucesivas ocupaciones que le precisaban a mantenerse en esta ciudad en un continuo trabajo: se le proporcionaron otros asuntos para fuera de ella, de que no pudo prescindir, y le fue forzoso hacer varios viajes a diversos lugares del reino. Uno de ellos fue el que hizo a la ciudad de Guanajuato, para transigir y componer los ardientes pleitos, que sobre pertenencias y derrumbe de labores estaban siguiendo el Señor Conde de Valenciana, y don Ramón de Aranda, cuya transacción quedó ejecutada, debiéndose una subsecuente paz y tranquilidad entre ambos sujetos, a la gran prudencia y literatura del señor Velázquez, quien no solamente se dedicó en aquella ciudad a estos asuntos judiciales; sino que con ocasión de haberse inundado el año antecedente por las abundantes lluvias, facilitó medios para precaverla de semejante riesgo en lo sucesivo: de que le quedaron igualmente agradecidos así ambos litigantes, como el Ayuntamiento de aquella ciudad.

Debieron a su industria, fundada en reglas de una buena mecánica, muchos reales de minas el ahorro de operarios, de costos y de tiempo con la invención de la máquina del repaso: con la construcción de malacates dobles; y hubieran debido mucho más con el precioso instrumento para las medidas subterráneas que su acelerada muerte no le dejó acabar de perfeccionar, o al menos declarar los usos a que pensaba aplicarlo: algunos me comunicó la primera vez que se llevó por el artífice a probarlo. ¡Cuántos hubiera puesto en ejecución que tenía meditados para el más fácil y sencillo modo de medir, así los parajes montuosos o inaccesibles como las superficies planas, sin dependencia de la aguja, cuya declinación es tan varia en distintos lugares y tiempos, que ha causado grandes errores en la fábrica de socavones, lumbreras y tiros!

Mientras las cotidianas tareas de su empleo le dejaban algunos intervalos de tiempo desocupados, los aprovechaba, ya con la pluma, escribiendo varios papeles curiosos, ya con el cuadrante y el anteojo, observando los fenómenos celestes, y ya con los vasos químicos, e instrumentos metalúrgicos, analizando las materias, inspeccionando y ensayando los minerales. En la falta de azogue que se experimentó en este reino, ¿quién hizo descubrir en pocos meses, más de cien vetas de este semi-metal, que examinó y benefició, a pesar de los que le negaban la existencia en estos países?8 ¿Quién facilitó las fundaciones, disponiendo fuelles apropiados, y máquinas que los moviesen uniformemente, sino el señor Velázquez, con su ingenio, con su estudio, y con su grande aplicación y continuados experimentos?

Cuando estaba ocupado en asuntos tan heterogéneos, se le volvió a encomendar por la Nobilísima ciudad otro arco triunfal, en obsequio del Excelentísimo Señor Don Matías de Gálvez, para la entrada pública que hizo el día 8 de febrero de 1784: y sin embargo del poco tiempo que faltaba cuando se le encomendó, condescendió en ello con aquella facilidad con que aceptaba todos cuantos asuntos se le encargaban, por ser de su naturaleza obsequioso, y estar siempre dispuesto a servir en todo cuanto conocía depender de su persona y voluntad. Determinó la idea, y la dio al artífice para que la representase en el arco; pero la multitud de negocios que le ocurrían le fueron insensiblemente gastando el tiempo que tenía para ello; hasta que faltando ya cuatro o cinco días, en casi solo uno escribió y dispuso con el mayor acierto y primor, todos los motes, emblemas y adornos, como si los hubiera meditado muchos meses antes.

Estos se reducían a representar las propias acciones heroicas de Su Excelencia ejecutadas en la guerra que contra los ingleses tuvo, cuando conquistó el castillo e isla de Roatan, atacando y rindiendo a Criva, recuperando el castillo de Omoa, defendiendo el lago de Nicaragua, y libertando la costa de Honduras. Y las que obró en la Paz, con su acertado gobierno político y económico, edificando la Nueva Guatemala y su acueducto: promoviendo las obras del desagüe de México: hermoseando su ciudad con la uniformidad de los suelos: protegiendo las artes y ciencias: patrocinando la industria, agricultura y comercio; y fomentando todos los proyectos útiles al beneficio público. Estas nobles acciones, las sabias y acertadas providencias que dictaba, y sus esclarecidas virtudes, semejantes en todo a las del Excelentísimo Señor Marqués de Sonora, su hermano, y a las del Excelentísimo Señor Conde de Gálvez, su hijo, dieron ocasión al señor Velázquez para que oportunamente simbolizara esta ilustrísima familia en aquella antigua romana, que con la toga, espada, y bastón, defendió y rigió el imperio: esto es, aquellos tres grandes héroes, Flavio Sabino, Flavio Vespasiano y Tito Flavio, que lo gobernaron con el mayor acierto, prudencia y tranquilidad. Figuró en cuatro emblemas, que descifró con otras tantas octavas castellanas, los felices auspicios con que aseguraron los romanos la exaltación de esta familia vespasiana, a la que colocó con gran propiedad los motes y epígrafes latinos, de los célebres poetas Virgilio, Horacio y otros, y cuya alegórica historia explicó doctamente en el cuaderno que se imprimió el mismo año de 84.

Casi a este mismo tiempo nos llegó la noticia del feliz nacimiento de los dos infantes, que de un parto dio luz nuestra Serenísima Princesa de Austrias; y queriendo el real tribunal de minería celebrar tan plausible suceso, determinó el señor Velázquez, como su director general, hacerlo grabar en una medalla, en cuya faz anterior se representasen las imágenes de nuestro católico monarca, de los Serenísimos Príncipes, y de los dos infantes gemelos, con la inscripción de sus nombres, de los motivos que obligaron al cuerpo de la minería a dedicarla, y del año en que se batía.9 Y en el reverso, la galera de una mina; varias piedras metálicas, que estaban rompiendo los operarios de ella; algunos instrumentos de su uso, y un héroe que representaba al Excelentísimo Señor Ministro (a cuya solicitud debió aquel cuerpo su erección y aumento), señalándoles al sol, en quien se simbolizaba nuestro augusto monarca, que benignamente influía en sus mayores adelantamientos: y este luminoso planeta, en la parte del zodiaco que correspondía al signo de Géminis, representado por los dos hermanos Castor y Polux, en cuyo signo había entrado poco antes. En el contorno de esta segunda faz se leía el séptimo verso de la Égloga cuarta de Virgilo, en que aludiendo este poeta al nacimiento de Salonini, hijo de Cayo Asinio Polión, cónsul romano, vaticina el fin de la edad de hierro, y que con la nueva generación se levantaría en todo el mundo el siglo de oro. Este mismo pensamiento aplicó el Señor Velázquez a la nueva progenie de los infantes gemelos, inscribiendo el Jam nova progenies demitur Cælo alto,10 del verso séptimo, y en lo inferior, aquella parte del nono, que dice: Surget gens aurca mundo.11

Dispuesta en esta forma la medalla, no pudieron perfeccionar prontamente los troqueles, así por las muchas ocupaciones del artífice, como por haberse roto uno de ellos. Y en este intervalo hubo la desgracia de que murieron ambos infantes;12 pero al mismo tiempo que nos llegó esta infausta noticia, dio nuevamente a luz la Serenísima Princesa otro infante varón,13 que templándonos el dolor de la falta de los otros, diera ocasión al señor Velázquez de mantener su misma idea, y al Real Tribunal de Minería de demostrar su nuevo regocijo, haciendo batir otra medalla, que aunque se varió en lo material de los troqueles, permaneció en ella el propio pensamiento, más alusivo, como más nuevo, y más literalmente acomodado al asunto del poeta.

Apenas se había concluido esta medalla, cuando asaltó al señor Velázquez la voraz fiebre, que creciendo por instantes, le quitó la vida el día 6 de marzo de este presente año. Pero más que ella misma le fatigaban los asuntos que tenía a su cuidado, y no había podido concluir; siendo uno de ellos, la explicación de la medalla, que había de enviarse con ella a la corte: y para que por su falta no quedase informe su idea, la dictó desde la cama con tanto acierto, que parece que sobre su generoso ánimo y claras potencias, no llegó a tener imperio el horrible furor de la fiebre, que en otros perturba primeramente las potencias y sentidos. En la misma explicación (que corre impresa en la Gaceta de México de 16 de mayo) se manifiesta el juicio y grande erudición que mantenía cuando la dictó, como pudiera haberlo hecho en tiempo de la mayor robustez de su salud. Así también siguió concluyendo otros negocios de importancia, hasta que falto de fuerzas, acabó sus intelectuales tareas, con los últimos alientos de su vida.

Esto es lo que, en compendio, puedo decir a usted de su grande ingenio y elevados talentos, y lo que supe en cerca de veinte años que le comuniqué, omitiendo otras muchas cosas, por no hacer más

Esto es lo que, en compendio, puedo decir a usted de su grande ingenio y elevados talentos, y lo que supe en cerca de veinte años que le comuniqué, omitiendo otras muchas cosas, por no hacer más dilatada esta carta, y ser notorias así a usted, por haberle acompañado en sus viajes, y vivido en su casa, como a todos los que le conocieron. Ni hablaré cosa alguna de su ilustre nacimiento, de su afabilidad, prudencia, modestia y cortesía, con otras brillantes circunstancias que le rodeaban, y que caracterizan a un hombre de perfecto sabio, por ser igualmente notorias a usted y a los que le comunicaron: solo diré el dolor que ha causado su muerte, aun a aquellos que menos lo conocían, prorrumpiendo en varias justas expresiones de su sentimiento. Lo cierto es, que perdió el reino un hijo que fue el lustre y honor de la nación: el orbe literario un varón, que por la pública utilidad, se procuró hacer sabio en todas las ciencias: el real tribunal de la minería, un director, que difícilmente tendrá semejante: y yo un verdadero amigo, depósito de mis mayores confianzas, de quien podré decir a usted lo que dijo Cicerón a Servio Sulpicio por la muerte de su hija Tulia: Habebam quo confugerem, ubi conquiescerem, cuius in sermone et suavitate omnis curas, doloresque deponerem; nunc autem hoc tam gravi vulnere etiam illa, quae consanuisse videbantur, recrudescunt. Epistolarium ad Familiares, Libro 4, Epístola 6.14

Deseo a usted la más completa salud, y que en ella le guarde Dios muchos años.

México y octubre 6 de 1786.– Besa la mano de usted su más atento servidor.– Antonio de León y Gama.

Transcripción de Antonio Saborit

Edición de Fernando A. Morales Orozco

Hispervínculos de Alaide Morán Aguilar