Agustín de Rotea (m. 1788)

por Joseph Antonio Alzate y Ramírez

ELOGIO HISTÓRICO

DE DON AGUSTÍN DE ROTEA

Alzate y Ramírez, José Antonio. Gaceta de literatura de México, Tomo I, Número 8, 12 de junio de 1788, pp. 65-69.

Faltaría al plano de la Gaceta de literatura, si omitiese las noticias respectivas que merecen los sujetos literatos, que por su sola aplicación adquieren conocimientos verdaderamente científicos; en su muerte que es el tiempo en que todos los hombres son apreciados según sus acciones en la balanza de la realidad, y cuando el verdadero mérito se registra en sus justas proporciones: la adulación entonces no logra objeto que le sea proporcionado, la envidia no tiene pábulo en que se sostenga su fuego atormentador; la verdad es la que se presenta con toda claridad; la falta de cronistas y de escritores públicos en la Nueva España, por precisión contribuye a que se olviden las fatigas, los méritos útiles de aquellos que han contribuido a propagar el estudio de las ciencias.

Mientras la ejecución de la Gaceta de literatura se dirija por mis débiles luces, procuraré exponer en breve compendio el mérito literato de los que fallezcan; y de cuando en cuando ocurriré a los sepulcros para revivificar la memoria, de aquellos que nos ilustraron, y que con ingratitud tenemos olvidados a pesar de lo que les debemos. Los elogios históricos del célebre abate Clavijero, y del señor Velázquez, tiempo hace que están concluidos, y solo esperaban ocasión oportuna para su impresión, lo que ya se ha logrado por medio de haberse establecido la mencionada Gaceta.

Al presente trataré del mérito de un sabio desconocido al común de las gentes, cual era don Agustín de Rotea, clérigo presbítero de este arzobispado: si alguno merece ocupar un clásico lugar en la obra que se principió a publicar (y que no se finalizará) con el título De Infelicitate literatorum,1 ciertamente fue nuestro Rotea. Sus padres (nobles, aunque pobres) procuraron se instruyese en los rudimentos de la latinidad, en lo que hizo felices progresos, buenos testigos son las traducciones de algunos retazos de los autores del siglo de Augusto, cuyas copias conservan algunos curiosos: finalizados los estudios de clase, por sí, sin otro maestro que su aplicación y su ingenio, se dedicó a las matemáticas ¡pero con qué éxito! Baste decir compuso un curso de geometría, en el que abandonando el método de Euclides, siguió un nuevo plano, en el que con demostraciones más sencillas, y más metódicas se resuelven los problemas; pero este trabajo tan útil, aunque infructífero para el autor, y que debía colocarle la frente de laureles, fue el fermento que le agrió los días que le restaban de vida. Porque cansado al fin de luchar con tantas dificultades como se le ofrecieron para la impresión de su obra, la abandonó de tal modo, que ni cuidó de quedarse con copia de ella, ni sabía en manos de quién podía hallarse; expresiones que le oí algunos meses antes de morir: de la buena fe de los que poseen algunos de los ejemplares copiados se espera, los comuniquen advirtiendo cuál es su verdadero autor.

Aunque no dejó obra impresa con su nombre, el amor a la verdad me obliga a manifestar que la parte geométrica incluida en el Curso de Filosofía del doctor Gamarra,2 la compuso don Agustín de Rotea, aunque no siguió el método de su invención, porque con esta condición se le encargó.

Su pobreza era igual, o mayor, que sus talentos y aplicación, cargado de las precisas obligaciones de mantener a su madre, y hermanas desvalidas, y sin otros bienes que los réditos de una corta capellanía, y la limosna de la misa, se vio precisado a cargarse en muchas ocasiones de la molesta ocupación de pedagogo. ¿Un geómetra reducido a sufrir el capricho, la flojedad de la niñez, que no tendría que padecer? ¿Es lo mismo resolver triángulos que enseñar el A. B. C.? ¡A lo que obliga, y lo que sufre la pobreza desvalida! Su habilidad en enseñar la gramática la palpé cuando vi, que a un sujeto que se había ocupado en el comercio, y se determinaba a abrazar el estado eclesiástico, en pocos meses lo instruyó en la latinidad, no por el método común, y poco acomodado a la instrucción de la juventud, sino comenzando por la continua traducción y explicación de los buenos autores. ¡Ojalá, y este ejemplar se propagase! Lo cierto es, que así se desea por sujetos de juicio: apréndase cualquier idioma por el uso; que las reglas se fijarán después, y se entendieran con mayor facilidad, y con reconocida utilidad.

Su exterior, en que tenía mucha parte su genio, y mucho más su gran pobreza, no prevenía en su favor. Necesitado seguir la suerte de Bernardo el Ermitaño,3 y sin arbitrio de elegir, no era capaz de pedir de importunar. Tan solamente su necesidad se presentaba los amigos que podían favorecerlo.

Jamás solicitó acomodo, porque aunque era aplicado a la geometría, lo era a la que enriquece el entendimiento; pero ignoraba la geometría política, aquel arte de combinar los acontecimientos, de acechar las ocasiones, de medir zaguanes, de… en fin, de dar a conocer su propio mérito: en esto último verdaderamente fue omiso, porque los que dan, o proporcionan los empleos como desean acertar, esperan a que el mérito se haga conocer, lo que no es regular ejecute otro que el mismo interesado: su infatigable estudio (pero siempre en libros ajenos) lo puso en un estado muy vecino a la ceguera, y sus continuadas meditaciones le quebrantaron su salud; en este cúmulo de tribulaciones se hallaba, cuando en el 28 de marzo inmediato, una fiebre lo libertó de las penalidades de este mundo.

Vecino a la muerte se le presentaría el estado infeliz en que dejaba a los suyos: esto hubiera sido un penoso conflicto para un entendimiento mediano y poco instruido en las máximas evangélicas; pero nuestro Rotea, que lo tenía muy elevado, y siempre atento a conservar la pureza del estado que abrazó y muy radicado por esto mismo en los conocimientos de nuestra santa y sublime religión, consideraría, que la providencia que da incremento a las más despreciables hierbas; que sustenta a los más viles insectos, sostendría a los que dependían de su débil existencia: así piensa el filósofo cristiano; y de este carácter era nuestro literato.

Transcripción, edición y notas por Antonio Saborit García Peña 

Hipervínculos por Alaide Morán Aguilar