Julieta Campos (1932-2007)

Julieta Campos. Los goces especulares

Por Aline Petterson

Aline Pettersson, “Julieta Campos. Los goces especulares”, en Revista de la Universidad de México, núm. 102, septiembre de 2012, pp. 26-28. (Online disponible en: Julieta Campos. Los goces especulares | Revista de la Universidad de México).

Novelista, ensayista, dramaturga, periodista, Julieta Campos (La Habana, Cuba, 1932-Ciudad de México, 2007) sostuvo una constante y afortunada búsqueda literaria plasmada en sus libros. Aline Pettersson se sumerge en el universo metamórfico de la autora de Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina, La forza del destino y Reunión de familia, entre otros, para darnos la cartografía de una obra ineludible para nuestras letras.

Narrar es casi siempre poner en palabras un sueño que se sueña en la vigilia con los ojos más o menos abiertos.

Julieta Campos

Tenía los cabellos cortos y se llamaba Julieta. Tenía un baúl lleno de sueños que navegó por el mar calmo y proceloso de una escritura muy cuidada, muy meditada, muy volcada en sí misma, en esas obsesiones que nos acompañan (que la acompañaron) a lo largo de la porción particular de su tiempo. El 8 de mayo, habría llegado a su octava década.

Girar la llave, abrir el baúl, extraer el contenido y darle cuerpo de papel y tinta a sus reflexiones, a sus lecturas, a su aprehensión del mundo recreado a través de una clara inteligencia. El mar que se mira, que se palpa con el cuerpo, que sala los labios y que arrulla o aturde con su rumor o su estruendo los oídos y que vuelve, vuelve siempre, evocando a Valéry, en la escritura de Julieta Campos.

Los textos de una vida, como esclusas literarias, abren y cierran compuertas. La líquida presencia de sus letras se derrama por medio de una amplia cultura dirigida hacia muchas vertientes que engloban a creadores de diferente índole. Sus libros están salpicados por su conocimiento de quienes han ido dejando una huella indiscutible en el desarrollo de la trayectoria humana a lo largo de centurias o, incluso, milenios. Se trata de un amoroso cuidado de aquello que marca nuestro paso por la Tierra: las letras, la música, la plástica, la arquitectura, la buena mesa, la historia. En fin, la meditación que cava un surco de riqueza intelectual, emocional, sensual.

Tal vez la década que cobró una importancia literaria muy grande para Julieta fue la de los años setenta en que publica tres novelas Muerte por agua (1973), Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina (1978) y El miedo de perder a Eurídice (1979). Su erudición y buceo en el lenguaje que habla del lenguaje mismo se vuelca en estos tres libros alejados de una primera instancia anecdótica para dirigirse hacia fronteras abiertas al lector en registros menos frecuentados y más exigentes. La invitación era la de dejarse ir en el flujo de la escritura y atracar en orillas, no insólitas, pero sí divergentes en cuanto a una superficialidad inane. La isla, el mar, el eterno ir y venir, el amor/desamor, la espera se despliegan en ellos. Y estarán presentes en el pensamiento, el recuerdo, la añoranza de la escritora durante el trayecto de su vida.

Su obra mantuvo proximidad literaria con el trabajo de Salvador Elizondo y, cuando tardíamente conoció a Josefina Vicens, Julieta manifestó su sorpresa y admiración por encontrar en El libro vacío un punto de partida, aunque muy diferente en tono del suyo, para una reflexión similar. Fueron años de agudos experimentos formales que buscaban sumergirse y navegar en las ondas textuales mismas. De hecho, un personaje de Muerte por agua está bordando un tapiz y es indudable que la cercanía entre tramar un tapiz de hebras y tramar uno de palabras ofrece la posibilidad de optar, en el segundo caso, por la selección meticulosa y el enlace verbal más decantados.

Su infancia cubana le quedó impresa para siempre, tal como advierte Rilke sobre estos rasgos iniciales. Así también permaneció el mar que se le escapó al vivir en la zona montañosa de la Ciudad de México, donde el carácter mismo de sus habitantes difiere mucho del de su lugar de origen. Desde su juventud, a través de sus estudios, de su residencia en París y de su residencia mayor en el arte, Campos fue creando un universo especial donde la exquisitez del espíritu no estuvo reñida, después, con la inminencia de su reflexión y compromiso políticos.

En tiempos dieciochescos y no se diga renacentistas, por caso, la sabiduría y el interés alrededor del desempeño público de los individuos iban a menudo de la mano. Pero en el siglo XX las orillas se habían ido distanciando. El compromiso político trabajaba con bastante frecuencia en demérito de la escritura literaria, por ejemplo, al ser llevada ésta en una dirección incómoda para su inherente desarrollo. Muchos poetas se solían refugiar en su torre buscando aislarse de preocupaciones terrenales y pedestres. El caso es que la mente cultivada, sofisticada de Julieta Campos le hizo sitio a la parte más apremiante de la vida y, tanto se comprometió con ésta, como escribió acerca de problemas muy concretos de su tiempo, señaladamente hacia la etapa final. Y es de llamar la atención, debido al fino matiz de su entorno y de sus libros, en los que, por otro lado, asoma un tinte poético, que redondea en las imágenes lo que acaso no cierra del todo en el relato.

Durante los seis años que radicó en Tabasco, dedicó sus conocimientos y esfuerzo a llevar exitosamente la cultura por el estado. Acercó la Quinta Grijalva, residencia oficial, al tono de las casonas antiguas de La Habana con sus muebles de mimbre blanco y la presencia formidable del agua y la naturaleza tropical que Villahermosa le ofrecía. Y quizás ahí empezó a darle vueltas a su extenso libro La forza del destino. ¿Cómo saberlo?

Las ideas revolotean en el tiempo interior hasta un instante milagroso en el que se cuelan por la rendija de los deseos y se convierten en un proyecto. La primera referencia que hallé a este trabajo futuro está en la entrada de su diario, el domingo de Pascua de 1991, en su casa de campo de Tetecala. Estos escritos fueron publicados póstumamente como Cuadernos de viaje y la cito:

me he ocupado con fruición en el rastreo de la historia familiar, la exploración de ese árbol de la vida que fue creciendo del tronco de la pareja fundadora y se bifurcó y echó ramas por todos lados. Cada día descubro algo que puede desenvolverse en una novela por sí sola, o en una novela dentro de la novela.

Y, a través de la lente de esa familia que empezó a llegar de España a Cuba “en el vaivén del oleaje” del siglo XVI, se ofrece asimismo la historia del país hasta los años recientes, que es la etapa con la que inicia el libro publicado en 2004.

Tanto en Un heroísmo secreto (1988) como en Cuadernos de viaje, (2008) se perfilan lo mismo sus gustos literarios como su mirada en torno a diversos tipos de acontecimientos en el mundo y en el mundo del arte.

Y si bien es cierto que la época de experimentación ya había menguado en la búsqueda de los creadores, Julieta Campos permaneció fiel a los placeres de su espíritu entrevistos tempranamente, en primer lugar, el gozo de la escritura y su envés: la lectura; el arte; la meditación constante que yuxtapone planos en asuntos muy diversos del quehacer humano; el viaje; el deleite que le proporcionan los encuentros con amigos; la naturaleza; la luz particular de las ciudades; el portento de una comida salpicada por el buen vino y la conversación chispeante o reflexiva.

Y si el inmenso bagaje cultural que poseía se desplegó en toda su obra, la lectura de los ensayos de Un heroísmo secreto y el recorrido por los cuadernos que conforman su libro póstumo aproximan a la mujer concreta que fue Julieta Campos con sus lectores. Quien se asome a esas páginas, carentes del barniz protector de la ficción, va a atisbarla mientras vierte sus gustos y disgustos, sus anhelos y decepciones pero, sobre todo, sus pasiones. Ahí se despliega la impronta de una humanidad inquieta circundada por múltiples facetas y “…entregada a la lujuria de la lectura, de la reflexión, a esos placeres solitarios de la inteligencia recogida en la intimidad de los refinados goces especulares”.

Transcripción y edición por Fernando A. Morales Orozco

Hipervínculos por Diego Eduardo Esparza Resendiz