Lorenzo Boturini Benaducci (1702-1755)

por Joaquín García Icazbalceta

García Icazbalceta, Joaquín. Obras de D. J. García Icazbalceta, Tomo IX, Biografías IV, México: Imprenta de V. Agüeros, 1899, pp. 293-301.

Señor de la Torre y de Hom, nació en la villa de Sondrio, obispado de Como, en Italia, hacia el año de 1702. Poco se sabe de su vida antes de que pasase a la América; siendo aún de tierna edad fue llevado a Milán, donde hizo sus estudios, y de allí se trasladó a Viena, en cuya capital residió ocho años hasta que se vio obligado a salir de ella con motivo de haberse mandado por la corte de España, que todos los caballeros italianos saliesen de los dominios austriacos, cuando en 1733 se declaró, nuevamente, la guerra entre España y la casa de Austria. De Viena pasó a Portugal con buenas recomendaciones, y la reina quiso nombrarle ayo de los infantes; pero él lo rehusó y se trasladó España, recomendado por el infante don Manuel al ministro Patiño.

Precisado permanecer en Madrid por continuar aún la guerra, la condesa de Santibáñez1 le persuadió a que pasase a las Indias, y el 16 de marzo de 1735 le dio sus poderes para que le cobrase lo vencido y corriente de un pensión de 1000 pesos que se le pagaba en las cajas reales de México, como descendiente del emperador Moctezuma. Aceptó Boturini el encargo, y se embarcó, sin cuidar de proveerse del permiso indispensable a todo extranjero para pasar a las Indias, por ignorar que fuese necesario tal documento. Ignorancia que no deja de ser extraña, y mucho más lo es que a pesar de esta falta nadie puso impedimento a su embarque, ni a su entrada en la Nueva España, adonde llegó en febrero de 1736.

Hallándose ya en la capital, fue, como era natural en un extranjero devoto y curioso, a visitar el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, y preguntando las circunstancias de la aparición, le informaron de ellas, añadiendo que, o por no haberse cuidado entonces de extender instrumentos auténticos del suceso, o por haberse perdido con el transcurso de los años, en el día no contaba casi con otro apoyo que la tradición. Sintióse Boturini movido de “un superior tierno impulso”, como él mismo dice, para dedicarse a suplir esta falta, buscando documentos antiguos que pudiesen servir para confirmar la verdad del milagro.

Púsose desde luego a la obra con todo celo, y gastó unos seis años en recoger sus materiales, empleando este tiempo en viajar por diversas partes, y en tratar y familiarizarse con los indios para inspirarles confianza y conseguir que le descubriesen los mapas y manuscritos antiguos que dejaron ocultos sus mayores. Empresa cuyas dificultades solo podrá apreciar quien conozca el carácter de los indios. Mas al buscar Boturini documentos que probasen el milagro de Guadalupe, hallaba con más frecuencia otros que sin tener relación con aquel, eran importantísimos para la historia de la Nueva España; y con el aliciente de estos hallazgos ensanchó su plan proponiéndose escribir la historia antigua de este país, sin perder de vista su primer intento de probar en obra especial el milagro de la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe.

El fruto de todos sus viajes y fatigas fue un copiosa y magnífica colección de manuscritos y pinturas antiguas de que que apenas puede dar idea el Catálogo que imprimió en Madrid. Solo en los inventarios judiciales que se hicieron al recogerle todos sus papeles es en donde se conoce el mérito de aquella desgraciada colección. Reunida ya la mayor parte de sus materiales, se retiró al santuario de Guadalupe, a una pequeña ermita que había entonces en el lugar que hoy ocupa la capilla del cerro, y allí se entregó con todo ardor a su estudio; pero el exceso de su devoción a la imagen de Guadalupe, le precipitó a dar un paso que fue la causa de su ruina.

Acostumbra, o acostumbraba entonces el cabildo de la Basílica Vaticana de Roma, conceder la gracia de que fuesen coronadas públicamente con un corona de oro las imágenes “taumaturgas”, según el legado que dejó al efecto el conde Alejandro Sforza Pallavicino, y Boturini se empeñó en lograr esta gracia para su imagen favorita. Consiguióla en efecto, y en julio de 1740 se le despacharon en Roma los documentos necesarios; mas por un descuido de sus agentes le llegaron sin el “pase” indispensable del Consejo de Indias. No era posible devolverlos para subsanar la falta, porque la guerra con Inglaterra tenía a la sazón el mar infestado de corsarios, y Boturini ocurrió a la Audiencia para que supliese el paso, lo que alcanzó sin dificultad.

Como en el permiso concedido para la coronación se expresaba que los gastos serían de cuenta de Boturini, y este no tenía capital para costearlos, resolvió apelar a la piedad de los fieles. Escribió, pues, de su propio puño un prodigioso número de esquelas a los obispos, deanes y cabildos, a las audiencias de Guadalajara y Guatemala, a las autoridades, y a infinitas personas particulares, solicitando que le ayudasen para los gastos de la solemnidad. El éxito no correspondió a su celo, porque los auxilios que recibió fueron insignificantes.

Llegó por entonces a la Nueva España el virrey conde de Fuenclara, y en su tránsito por Jalapa, el alcalde mayor de aquella villa le presentó la esquela que le había dirigido Boturini. Causó extrañeza al conde que un extranjero anduviese empeñado en aquella pretensión, y apenas llegó a la capital, mandó hacer una información sobre el caso. Boturini fue obligado a comparecer ante el alcalde del crimen el 28 de noviembre de 1742, y continuada la causa fue acusado:

1°. De ser extranjero y hallarse en este país sin licencia;

2°. De haber colectado donativos sin autorización;

3°. De haberse atrevido a promover el culto de la santa imagen, siendo extranjero;

4°., De haber tratado de poner en la corona otras armas que las de Su Majestad. De conformidad con el pedimento fiscal fue Boturini reducido a prisión el 4 de febrero de 1743, embargándosele al día siguiente sus bienes, que se reducían a su “museo” y a lo poco que había colectado.

Ocho meses se pasaron en trámites judiciales durante los cuales se mantuvo preso a Boturini y en el entretanto el virrey había dado cuenta del negocio al Consejo de Indias. Este cuerpo aprobó la conducta del virrey, y le encargó que a puerta cerrada repondiese severamente a los oidores por haber suplido el pase, y que enviase a Boturini a España con su proceso y un catálogo razonado de sus papeles, los que quedarían depositados en un lugar seguro. Ya para entonces había reconocido el juez la inocencia de Boturini; pero creyendo que no le convenía su residencia en el país, opinó que se lo remitiese a España, como se verificó, embarcándolo a principios de 1744.

Nuevos trabajos aguardaban a Boturini, pues el buque en que iba cayó en poder de los corsarios ingleses, los que después de despojarle hasta de su ropa, le echaron a tierra en Gibraltar. Los corsarios tuvieron la consideración de darle un vestido de marinero, y con aquel disfraz y dos pesos en la bolsa emprendió a pie el camino para Madrid. Encontró allí a nuestro historiador don Mariano Veytia, para quien llevaba una carta de recomendación. Hospedóse en su casa y se trabó entre ambos una estrecha amistad que duró hasta la muerte de Boturini.

Luego que este llegó a Madrid se presentó al Consejo de Indias pidiendo se le castigase si era culpado; pero que en caso contrario se le devolviesen sus papeles y se le indemnizase de los perjuicios que había sufrido. El Consejo reconoció su inocencia, y consultó que debía concedérsele una recompensa por el trabajo que había empleado en recoger tantos documentos. El rey, en efecto, lo nombró historiógrafo de las Indias, y mandó que volviese a México con el sueldo de 1,000 pesos anuales, devolviéndosele todos sus papeles para que pudiese escribir la historia que meditaba. La devolución de los papeles no llegó a tener efecto, porque Boturini no quiso regresar a México, sino que permaneció en España trabajando en la composición de su historia, y por el mes de abril de 1749 presentó al Consejo el primer volumen con el título de Cronología de las principales naciones de la América Septentrional; mas aunque obtuvo licencia para imprimirla, no llegó el caso de darla a la prensa porque antes lo sorprendió la muerte. El Consejo se apoderó de los papeles del difunto, que más adelante fueron remitidos a la secretaría del virreinato de Nueva España.

Los herederos de Boturini continuaron el pleito reclamando los sueldos que este había devengado, el valor del museo y demás papeles, y que se dejase a su beneficio el producto de la impresión del primer volumen de la historia. Después de muchos años de reclamos infructuosos nada pudieron conseguir, y todavía en 1790 proponía el relator del Consejo que se nombrase un defensor a la testamentaría para que continuase el pleito, cuya terminación, si la tuvo, la ignoramos.

El escogido museo de Boturini quedó depositado en la Secretaría del Virreinato. El descuido, la humedad, los ratones y los curiosos lo menoscabaron notablemente. Sus restos pasaron a la biblioteca de la Universidad, donde padeció nuevos extravíos, hasta reducirse casi a nada; los últimos residuos fueron depositados en el Museo Nacional.

Las obras de Boturini son: 1°., la Idea de una nueva historia general de la América Septentrional, que escribió en Madrid cuando se hallaba en casa de Veytia, e imprimió allí en 1746 en un tomo en 4°. Es como un apartado o introducción a la historia general, y trata de sus grandes divisiones, sin descender a pormenores. Está escrita en un estilo fantástico y pomposo, y sobre ser de poco provecho, da mala idea del partido que podía sacar Boturini de sus documentos. A la Idea va unido el Catálogo de su museo, que como ya hemos dicho no comprende todos los artículos del inventario judicial. 2°., la Cronología que mencionamos arriba, cuyo paradero ignoramos. 3°., Laurentii Boturini de Benaducis, Sacri Romani Imperii Equitis, Domini de Turre et Hono cum pertinentiis, Margarita Mexicana, id est Aparitiones Virginis Guadalupensis Joani Didaco, ejusque avunculo Joanni Bernardino, necnon alteri Joani Bernardino, Regiorum tributorum exactori, acuratis expensae, totius propugnatae, sub auspitiis… Bajo este título conozco un fragmento del “Prólogo Galeato” de la obra; tan pequeño que no completa la exposición del primer “fundamento” de los treinta y uno que asienta al principio el autor.

Transcripción por Antonio Saborit García Peña 

Hipervínculos por Alaide Morán Aguilar