Sor María de la Encarnación (1594-1693)

Por Laureana Wright de Kleinhans (1846-1896)

Wright de Kleinhans, Laureana. Mujeres notables mexicanas. México: Tipografía Económica, 1910, pp. 93-95.

Sor María de la Encarnación, religiosa profesa del convento del Carmen de Puebla (escritora)

La vida de esta monja, escrita por el presbítero Pedro Salmerón en 1675, está precedida como todas las que se escribieron en aquella época de varias Aprobaciones y Licencias seculares y eclesiásticas, entre las cuales figuran la siguiente de puño y letra del virrey: 

“Licencia del señor Virrey:

El ilustrísimo y excelentísimo Señor Maestro D. Fr. Payo de Ribera, Virrey de esta Nueva España dio su licencia para la impresión de este libro. Como consta por decreto de 20 de febrero de 1675. Rubricado de su excelencia”.

“La Madre Isabel de la Encarnación (llamada en el siglo Isabel de Bonilla), dice su cronista, nació en esta ciudad de los Ángeles de la Nueva España, el tres de Noviembre de año de 1594. Sus padres fueron Melchor de Bonilla y María de Piña su legítima mujer, naturales de la villa de Brihuega, junto a Guadalajara, en el Arzobispado de Toledo; cristianos viejos, limpios de toda mácula, y lo que es más, siervos de Dios, de buena vida y ejemplo. 

Los cuales, entre muchos otros hijos, tuvieron por su dichosa suerte a la Madre Isabel de la Encarnación, para tanta gloria y honra de Dios nuestro Señor, de sus padres y deudos y de su patria”.

Hízose esta monja notable por su sumisión, humildad y grandes virtudes monacales; pero sobre todo, según se desprende del volumen en que, con testimonio de sus compañeras de convento, se encuentran fenómenos extraordinarios en su vida, por la valiente y terrible lucha que desde el momento que pisó el claustro, tuvo que sostener contra los entonces llamados demonios que se le presentaban en formas humanas y hasta conocidas por ella en la tierra durante su vida y la persuadían a que interrumpiese el noviciado y no tomara el hábito, porque aquel estado era sólo de carga y no provecho. Asegurábanla que si no desistía habían de sacarla por fuerza de allí, y hubo ocasión en que, mientras las religiosas la buscaban en el coro, ella, llena de terror, se sentía levantada en el aire por una fuerza invisible que la paseaba por la cúpula interior de la torre golpeándola contra las rejas, cual si quisiera hacer pasar su cuerpo por entre ellas. 

Otras veces, sintiéndose arrebatada por tenaces manos, luchaba desesperadamente contra ellas, pedía auxilio y de tal manera llegaron a alarmarse sus hermanas y confesores, que se decidieron a comunicarle que por la turbación y trastornos que introducía en la Comunidad, tendrían que entregarla al Santo Oficio, pues la juzgaban endemoniada, puesto que los constantes exorcismos y conjuros que le habían hecho todos los sacerdotes más notables, no habían bastado para libertarla de aquella persecución. 

De este cargo, salvóla su confesor, explicando a las monjas que no era poseída, sino obsesa, que los demonios no estaban dentro, sino en torno de su cuerpo, y que antes era una lucha gloriosa para ella combatirlos y vencerlos. 

El combate duró toda la vida de la monja, con mayores o menores alternativas; pero prevaleciendo la opinión del sacerdote, el horror convirtióse en admiración a su fortaleza y veneración a su santidad, tanto fuera como dentro del convento. 

Escribía todos los fenómenos de que se sentía presa, y algunas composiciones ajustadas naturalmente a los sentimientos e ideas de que se hallaba animada. De aquellos escritos sólo se conserva la siguiente octava: 

Si obedezco tendré paz:

En lo demás ¿quién me mete?

Ruede el mundo, paz del alma,

Y venga lo que viniere

Cuatro rosas he de hacer

Si me quiero conservar:

No ver, oír y callar,

Y callando ensordecer.

Murió en opinión de mártir y santa el día último de febrero de 1633, y fue objeto su memoria de gran respeto y casi de culto.

Transcripción por Fernando A. Morales Orozco

Hipervínculos por Alaide Morán Aguilar