Alí Chumacero (1918-2010)

La divina proporción

por Adolfo Castañón

Adolfo Castañón, “La divina proporción”, en Revista de la Universidad de México”, nueva época, núm. 81, noviembre de 2010, pp. 25-30. Online disponible en: La divina proporción | Adolfo Castañón (revistadelauniversidad.mx) 

Todas las situaciones, por sórdidas que sean; todos los personajes, por deleznables que parezcan son dignos de aparecer en la poesía. Para mí los temas del ladrón, del rufián, del asesino son absolutamente legítimos. Más aun, el amor prohibido, el amor contra natura, no es tema vedado a la escritura. En esto un poeta es como un médico: no elige según criterios morales, no descarta, no pregunta: sólo mira el mal y lo alivia. Lo mismo hace un poeta: de las situaciones, observa los hechos y simplemente los toma.

Alí Chumacero (1980) a Cristina Pacheco en Al pie de la letra (2001)

La víspera de la festividad de San Pedro y San Pablo de 1937 [28 de junio]

 Vicente Quirarte, Elogio de la calle. Biografía literaria de la Ciudad de México 1850-1992, Ediciones Cal y Arena, 2010, pp. 565-566. (n. del a.)

 —como recuerda Vicente Quirarte—, Alí Chumacero —proveniente de Guadalajara, de cuya universidad había sido expulsado por actividades políticas— se instala en la Ciudad de México, en la calle de Costa Rica 118-6. Allí escribe algunos poemas de su primer libro y desarrolla la poética lopezvelardeana del hombre solo que, entre los límites de su habitación provisional —que no hay otras—, descubre la soledad, el desamor, se descubre a sí mismo. Sobre todo en los poemas de Palabras en reposo (1956), Chumacero hará los retratos del viudo, el suicida y el hijo natural, abandonados que intentan contraer inútiles nupcias con la ciudad caída. Tres años después, en enero-febrero de 1940, publicaría, en el número 1 de la revista Tierra Nueva (cuyos responsables fueron Jorge González Durán, José Luis Martínez, Alí Chumacero y Leopoldo Zea y uno de cuyos sellos distintivos será la ecuación que une poesía lírica y devoción erótica) su “Poema de amorosa raíz”:

Antes que el viento fuera mar volcado, 
que la noche se unciera su vestido de luto 
y que estrellas y luna fincaran sobre el cielo 
la albura de sus cuerpos. 

Antes que luz, que sombra y que montaña 
miraran levantarse las almas de sus cúspides, 
primero que algo fuera flotando bajo el aire, 
tiempo antes que el principio. 

Cuando aún no nacía la esperanza 
ni vagaban los ángeles en su firme blancura, 
cuando el agua no estaba ni en la ciencia de Dios,
antes, antes, muy antes. 

Cuando no había flores en las sendas 
porque las sendas no eran ni las flores estaban, 
cuando azul no era el cielo ni rojas las hormigas, 
ya éramos tú y yo.
D.R. © UNAM 2009
Editorial: Fondo de Cultura Económica
Lectura a cargo de: Alí Chumacero
Estudio de grabación: México, DF
Operación y postproducción: Flor Falconi / Sonia Ramírez
Año de grabación: 2009

El texto no ha variado ni una coma desde esa primera publicación, y lo podemos releer en las obras del propio Alí o en antologías como El oro ensortijado. Poesía viva de México (2009). En este último volumen se da una onomatología del bardo nayarita:

Alí Chumacero (Acaponeta, Nayarit, 1918-[México, Distrito Federal 2010]). 

Alí: Árabe, de la misma raíz semítica al o el, de la cual procede el nombre de Dios en hebreo, el y el Allah árabe. Alí es “alto, excelso, sublime, elevado”.

Chumacero: port. Chumaceira, chumaco, “colchón”, lat. Plumacium, pluma, “por las plumas que llevan el colchón”: “pieza de metal o de madera, con una muesca en que descansa y gira cualquier eje de maquinaria”. Probable significado completo: Sublime pieza en que descansa y gira el eje de una maquinaria.

“A Chumacero —sentencia Carlos Monsiváis— no le ha interesado nunca convertir en fórmulas sus aciertos. Reacio a la moda, le da la razón a los Contemporáneos en su idea del poema, objeto y no acción, fin y no medio. Absorto en el dominio de la forma, todo lo cede (temas, sensaciones de permanencia o de fugacidad, descripciones o creencias) a la perfección expresiva, al esplendor verbal. En Palabras en reposo, sin embargo, a la obsesión de maestría se le agrega un propósito narrativo, una historia de hazañas interiores en la que la fe en el ser amado se traslada a símbolos de la agonía cristiana. Si el amor es una religión alternativa, Palabras en reposo es un libro litúrgico, aprovechamiento de los himnos para decir las pasiones. La última consecuencia del culto por la forma es la indistinción entre el primer viaje de la tribu y el naufragio de los sentimientos. Vivimos en el siglo, y el valle de Josafat será un salón de baile donde aguardan en su heredad los borrachos, los pecadores y las vírgenes”.

Carlos Monsiváis, La cultura mexicana en el siglo XX, El Colegio de México, 2010, p. 240. (n del a.)

De ahí que, como dice su contemporáneo y amigo Jorge González Durán citado por José Luis Martínez, en Chumacero se reconozca su “derroche democrático”, su gusto por la compañía y la fiesta y su capacidad para inventar retruécanos, aforismos y albures, algunos inolvidables, como aquel festivo y citado de que “no acostumbraba comer entre bebidas”. La persona de Alí Chumacero no carecía de humor a pesar de su solemne apariencia. Recojo una anécdota recordada por el humorista “Catón”, a su vez referida por el propio Alí. “El gobierno de Nayarit, su estado natal, lo invitó a ir a Tepic a recibir un homenaje. Cuando llegó en el tren se emocionó al ver la estación llena de gente. La banda municipal tocaba un aire alegre, los niños de las escuelas agitaban banderitas. Vio el escritor una gran manta sostenida por manos campesinas. En ella se leía con grandes caracteres: ‘¡Viva Alí Chumacero, el mejor poeta de Nayarit!’. Debajo de esa frase había otra, escrita con letras más pequeñas que desde lejos no se podían leer. En un momento propicio se acercó el homenajeado a aquella manta, con la curiosidad de leer completa la inscripción. Decía: ‘¡Viva Alí Chumacero, el mejor poeta de Nayarit!’. Y abajo, entre paréntesis:

 ‘Sin contar a Amado Nervo’”

 Periódico Reforma, Opinión, 26 de octubre de 2010, p.3. (n. del a.)

A la larga, la voz de uno y otro se confundirían en el disco editado por el Fondo de Cultura Económica donde el oyente puede releer con los oídos la poesía de Nervo en la poderosa voz de Chumacero. 

Uno de los maestros leídos por Alí Chumacero fue Salvador Díaz Mirón, de quien ha dicho Jorge Cuesta: “Su fecundidad está en su silencio. Otros poetas fueron indignos de callar”. “El silencio es su forma”, recordaba Octavio Paz acerca del autor de Lascas; podríamos trasladar ese saludo a nuestro poeta-tipógrafo. Al igual que su amigo, el admirable y casi olvidado Manuel Calvillo, con cuya substancia y proyecto poético tanto tiene en común, la obra de Alí Chumacero se cuenta entre la de aquellos que saben reconocer las virtudes de la obra decantada por el sentido de la ausencia que va ahondándose en el tiempo. 

Alí Chumacero ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua en noviembre de 1964. Su discurso de ingreso es memorable, y se encuentra recogido en la recopilación practicada por Miguel Ángel Flores con el título de Los momentos críticos (1987). Ahí también se alojan sus pulidos y bien labrados ensayos sobre temas, zonas, poetas, poemas, prosistas y narradores mexicanos, hispanoamericanos y españoles que le tocó leer, tratar, editar, prologar y aun diagnosticar. Ahí también figura un puñado de sus gratas compañías en otras lenguas, voces y libros que invariablemente suelen remitir a México. Cierra Los momentos críticos una decena de ensayos sobre pintores y escultores mexicanos como José Clemente Orozco, Rufino Tamayo y Lucinda Urrusti que recuerdan que Alí estuvo casado muchos años con la galerista y curadora Lourdes Chumacero, quien seguramente algo tuvo que ver en algunas regiones de su obra. 

II

Conocí su nombre cuando apenas dejaba de ser adolescente. Iba estampado en colofones y páginas preliminares de muchos libros (ya sea editados por el Fondo de Cultura Económica o por la Imprenta Universitaria), en planas de revistas y hojas de suplementos. Era un misterio. Lo asociaba —sin darme cabal cuenta— con la existencia misma del alfabeto. La vida me fue llevando cerca o a la sombra de este hombre-libro, Señor-Letra. Desde esa distancia que imponen la admiración y el respeto, lo asociaba a sus amigos y compañeros de generación como José Luis Martínez y Jaime García Terrés, quienes trabajaban como él por entonces —un entonces que se prolongó desde 1975 hasta muchos años después en la Editorial. En su despacho, en el Fondo de Cultura Económica reinaba el orden. Había en su mesa dos tipómetros y un diccionario desencuadernado por el uso. Entraban y salían colaboradores de la editorial, como el veterotestamentario José C. Vázquez —quien había cuidado los libros del Fondo de Cultura Económica desde antes de que la editorial naciera, es decir, desde los tiempos de El Trimestre Económico (ca.1933), y llegaba todos los días a ella a las 7:30 am. Alí no llegaba tan temprano, pero se iba muy tarde, y me impresionaba su fuerza y el poderío bíblico de su risa silenciosa que hacía estallar con una breve agudeza las carcajadas de los demás. Era entonces el hombre capaz de despejar cualquier duda lingüística, ortotipográfica, geográfica o de dilucidar los arcanos de un manuscrito ilegible. Sus sabias manos habían reunido los manuscritos, documentos y papeles varios de Xavier Villaurrutia, de Gilberto Owen, de Jorge Cuesta —en colaboración con Miguel Capistrán y Luis Mario Schneider—, entre muchos otros. Su vitalidad, resistencia y elegancia corrían por las calles y pasillos como leyendas.

Durante muchos años nos encontramos en la editorial compartiendo espacios y a veces tareas. Incluso llegué a ocupar con él un cubículo, “el palomar’’, lo llamaba Alí, en el anexo al edificio del pequeño Fondo antiguo, en Avenida Universidad y Parroquia, cuyos corredores de madera de cedro parecían jaulas o tiros de mina de donde iban saliendo las voces o los rostros del mencionado señor Vázquez, don Lauro Zavala —sí, el papá—, Wenceslao Roces, o de los compañeros trabajadores del almacén como el señor Eligio o el señor Sánchez de Gráfica Panamericana, o como Miguel Camacho, sin olvidar al inolvidable Cándido. Alí Chumacero era un luminoso misterio capaz de atravesar indemne quién sabe cuántas administraciones de la editorial, quién sabe cuántas reformas… con la única guía de su lápiz sagaz que iba revisando con fina letra la solapa o cuarta de forros, viendo en la portada el error que a todos había pasado inadvertido…

III

Pronto leí su poesía: Páramo de sueños (1940), Imágenes desterradas (1948), Palabras en reposo (1956). La soterrada música clamorosa de su verso magistral hacía sentir escalofríos y, para decirlo con una expresión de Ramón Xirau, no el sentido de la presencia, sino el de una ausencia lacerante y abrasadora… la certeza de una pérdida difícilmente explicable y que aquella voz parecía sentir como una amputación. Rubén Darío, Salvador Díaz Mirón, Ramón López Velarde, Xavier Villaurrutia y Gilberto Owen, para no hablar de la Biblia en la traducción de Cipriano de Valera, habían dejado su huella en esa voz a la par doliente y magnífica, capaz de hacer sentir en el teclado del endecasílabo el rumor de una música grave como de majestuoso órgano de iglesia. En otras letras, en otros idiomas, desde luego resonaban Dante, Baudelaire, Mallarmé y Paul Valéry.

Sus zapatos, que parecían rechinar a la par que lanzaban fulgores, su elegancia gris Oxford, su austeridad querendona y su circunspecta efusión, su erudición taurina que iba de la anécdota al léxico y llegaba a punzar en la carne viva de la historia a fuerza de precisión, su eterna disponibilidad para los jóvenes poetas, su socarronería bonachona, todo eso lo hacía como un contertulio ideal. Y es que la tertulia era como el agua de mar en que mejor se bañaba esta rara avis subetérea que lo mismo dominaba el orden profano y los entresijos cortesanos del Mundo del Mando que el desbarajuste de un manuscrito en busca de autor… o siquiera de copista. Y no dudaba Alí Chumacero Lora en acaudillar la tertulia tumultánime, y en salir con correctores y traductores, secretarias y administradores, mozos y jefes a departir, como un torero después de la corrida, el taco amenizado por la salsa borracha y el indispensable ‘etiqueta negra’…

IV

Un día después del quincuagésimo aniversario del FCE, un día después de que le mostrara y regalara la Gaceta de aniversario donde había yo traducido un texto de Robert Graves sobre Omar Khayam, y armado un dossier ad hoc, se dejó llegar Alí a la oficina con una bolsa de mandado. Me estaba regalando quién sabe cuántas ediciones raras y exquisitas del poeta-astrónomo persa, acompañadas de dos o tres discos donde se leían en inglés las traducciones del “Omar de Fitz” [Gerald] —como decía Robert Graves. Una de las ediciones tenía, según me dijo, un origen singular. Se trataba de la edición políglota —persa antiguo e iraní, alemán, inglés, francés e italiano— de las Rubaiyatas. Era la edición que había mandado a hacer el Sha de Irán, Reza Pahlevi, con motivo de un aniversario del poeta. Como se recuerda, el Sha estuvo refugiado durante unos meses en Cuernavaca y tuvo que salir precipitadamente del país. Algunos de sus custodios o acompañantes —“guaruras”, en la voz mexicana— habían ido a vender ciertos objetos dejados por el príncipe en su retirada. La edición de Khayam que incluye un valioso ensayo de Sadeg Hedayat —el inquietante hipnotizador de La lechuza ciega— y suntuosas ilustraciones provenientes de numerosas miniaturas persas era la pieza central de ese obsequio principesco que Alí me regaló en aquel entonces, envuelto en una bolsa más aproximada para ir a la Merced que para llevar libros. Al regalo lo envolvieron y acompañaron varias anécdotas, como, por ejemplo, aquélla de una pupila de La Bandida, la célebre regidora de los placeres carnales, que se ponía a recitarle al cliente las rubaiyatas o que le pedía se las leyera en serpentina voz susurrante… Ése fue el aire de los días que me llevarían a dedicarle un poema:

Cuarto sextante para Alí Chumacero en sus 80 años 
No habla la luna 
Voz de mí Deseada 
Hoy celebro a Alí 
Al joven Chumacero 

Ochenta sueños más 
—verano y sismo— 
de placeres traen 
consonante ritmo 

Dos veces cuarenta: 
monumento de vida 
Cuatro veces veinte: 
versos más besos menos 

¿Cómo tanto Alí 
misterio tan fresco? 
¿Chumacero tanto 
jubiloso y sagaz? 

Brindo por El Dandy 
¡Artista!     ¡Salud! 
Háblanos del vino 
de su lección locuaz 

Poeta galante: 
dama y escritura 
—tipógrafo elocuente— 
pones en cintura 

Pule en la sombra 
versos de arrayán 
¡Dinos dónde ríe 
solar Omar Khayam

 Adolfo Castañón. La campana y el tiempo. (n. del a.)

V

Muestra de savoir vivre y de larguesse spirituelle, la poesía escrita y vivida era algo que sin duda ya traía este varón bíblico de sangre mulata, pero también fue algo que cultivó cerca de sus maestros y amigos, Octavio G. Barreda, Xavier Villaurrutia, Gilberto Owen, Jorge Cuesta, Carlos Pellicer, Jaime Torres Bodet, Agustín Yáñez, José Luis Martínez y Octavio Paz. 

Alí Chumacero es el nombre de una persona, de un maestro, de uno de los mejores y más estrictos artífices del verso castellano, el nombre de un personaje legendario y la cifra en que se cristalizó y se transmitió una tradición poética representada por los nombres de sus amigos y maestros: Xavier Villaurrutia, Gilberto Owen, Jaime Torres Bodet, Constantin de Brancosi, Octavio G. Barreda.

Adolfo Castañón, Correo electrónico escrito para Mary Carmen Sánchez Ambriz el 23 de octubre de 2010. (n. del a.)

Páramo de sueños, Imágenes desterradas y Palabras en reposo son los títulos de los tres libros de poemas donde se alojan versos y estrofas de perfección inquietante. Leve y alada, su palabra de platino se alza en el páramo como un ave metálica capaz de dar la sombra generosa de su sabiduría escrita y entrelineada al lector. Su sapiencia lo llevaba a romper con el buen humor, el hielo triste de la soledad petrificada. 

Alí Chumacero, eslabón imprescindible en la cadena del ser poético de México, iba sacando de la vida lecciones de cada hora con elegancia impecable y estoica, risueña dignidad. 

A lo largo de casi sesenta años trabajó en el Fondo de Cultura Económica poniendo cintura, leyendo y releyendo, reescribiendo y purificando las palabras de la tribu, los cuerpos hirsutos y las cajas destempladas de poetas, narradores, prosistas, traductores, filósofos, sociólogos, lingüistas, artistas escribientes para hacerlos dignos de su nombre. Su obra invisible como ángel guardián de la tradición poética se alcanza a vislumbrar en las páginas de la correspondencia sostenida por Arnaldo Orfila y Octavio Paz en torno a la antología Poesía en movimiento, en la que también participaron José Emilio Pacheco y Homero Aridjis.

VI

Conviven en las tres letras de Alí Chumacero la humanidad, el libro y la poesía. El Fondo de Cultura Económica tiene con él una deuda que se confunde con la de su propia historia. Como la del Fondo de Cultura Económica, la suya se confunde con la historia literaria de México. Alí ha sido el editor de cientos de libros: “He sido corrector de pruebas, tipógrafo, editor, autor, diseñador” —como se retrata a sí mismo—, “más que escritor soy tipógrafo, he corregido estilo de cantidad de escritores, los veintiséis tomos de las Obras completas de Alfonso Reyes, de Paz, de Rulfo, de Juan José Arreola”. En la edición, como en la poesía, su guía ha sido la obra bien hecha:

…para mí el libro —continúa— no sólo es una expresión espiritual; es un objeto, yo sé cuándo un libro está bien hecho y cuándo está mal hecho. Tocar libros, ver libros, hacer libros: ésa ha sido mi vida, el libro no es un objeto ajeno, forma parte de mí mismo.

Alí Chumacero es así un hombre-biblioteca, un individuo hecho de letras y plomos en quien se hace carne el papel y tinta la sangre. ¿A quién le extrañará entonces que sea el dueño —por no decir el padre— de una biblioteca a la vez selecta e innumerable, una biblioteca que como un órgano de varios teclados suena la música encadenada, diversa de los amigos muy distintos y dispares de los que Alí Chumacero es compañía e interlocutor? Pues Alí Chumacero —al igual que aquellos bancos del antiguo cajista— es un hombre de muchos cajones y compartimentos y, como la regla del tipómetro, un hombre de muchas escalas, de varias medidas aunque nunca pierde de vista la Divina Proporción, la áurea mesura. En el reloj de arena de su longevidad sin sosiego, corre la arcilla ardiente del poeta, la arenilla para enfriar el plano y la arena del ruedo taurino. Porque Alí Chumacero conoce como pocos el oficio de los novilleros toreros, banderilleros y matadores. Sabe cuándo un libro está bien hecho, un verso bien escrito y una estocada valiente bien hundida. Por todas esas virtudes cualquier homenaje a la obra de su persona o a la persona de sus obras más allá de honrarlo a él, sólo puede honrar a quienes lo tributan.

¡Que siga su viaje en la otra orilla del tiempo!

Transcripción y edición por Fernando A. Morales Orozco

Hipervínculos por Diego Eduardo Esparza Resendiz