Fray Bartolomé de las Casas (1484-1566)

Por Agustín Yáñez

La Santa furia

Agustín Yáñez, “Prólogo”, a fray Bartolomé de las Casas, Doctrina, 5ª ed. México: UNAM, 1992, (Biblioteca del Estudiante Universitario, 22), pp. XXVII-XXX.

Se habla de fray Bartolomé tan familiarmente como si fuese un personaje de nuestro tiempo; pero su biografía no es más conocida que sus escritos. Muchos tienen sólo noticias vagas, recuerdos escolares e ideas míticas del héroe; a otros basta la impresión —esto sí, profundísima— del cuadro muy popularizado en que Félix Parra, pintor mexicano, representó a Las Casas convulso, transido, entre un indio muerto, sangrante, y una india llena de abatimiento, abrazada al hábito del dominico: los elementos pictóricos forjan ideal biografía. Hace falta un trabajo moderno, accesible, que divulgue la memorable vida, con el tono patético que le es propio. 

El de Las Casas fue un vivir a líneas rectas, extraordinario por tesonero, con tesonería febril. Tuvo contacto inmediato con el Mundo Nuevo; su familia cultivaba relaciones con el Descubridor; su padre, Francisco de las Casas o Casaus, vino con el Almirante en la segunda expedición —1493—, y de regreso llevó un indiecillo que s[i]ervió de paje a Bartolomé, alumno salmantino de Derecho en ese tiempo. A punto de naufragio, en la flota que trajo al segundo gobernador de las Indias, Nicolás de Ovando, llegó Bartolomé de las Casas a tierra de América en abril de 1502 —sólo diez años después de los descubrimientos—; residió en la isla Española, donde fue ordenado sacerdote —1510— y celebró la primera canta-misa del mundo americano; en 1511 pasó a Cuba, tuvo indios encomendados y se distinguió por el amor con que los trataba y por la confianza que les merecía.

Pasaron dos años. Llegó el día de Pentecostés —celebración del encendimiento apostólico por el Espíritu que desciende como lenguas de fuego—, y en modo semejante al de Pablo en el camino de Damasco, Bartolomé de las Casas se siente transformado por una voz que cambia el rumbo de su existencia: de entonces para siempre lo posee una santa furia, que terminante y perentoriamente le hace renunciar a la encomienda de indios; lánzalo al torbellino de idas y venidas, predicaciones, disputas, arbitrios, instancias pertinaces ante los poderosos, diatribas y ofensas personales que le dan por pan cotidiano sus enemigos; no hay puerta ni oreja que no toquen sus ruegos o anatemas; nada le arredra: ni el rey provisto de majestad, ni el cortesano fecundo en intrigas, ni el conquistador atrabiliario; también como San Pablo, a todos increpa oportuna o inoportunamente, redarguye, reprende, amonesta; mientras más cerrada la oposición, es mayor el airado impulso; —“echad de ahí ese loco”—, gritaban los ministros cuando fray Bartolomé se presentó en la Audiencia de los Confines a reclamar el cumplimiento de las Nuevas Leyes —octubre de 1545—; y era verdad que padecía la locura de los grandes iluminados.

Tampoco le importaron los fracasos, ni las aparentes derrotas que una realidad, valida de la fuerza, infligiera sobre las ideas y empresas, fallidas éstas por los temores, prejuicios y traiciones de las gentes en quienes depositó confianza fray Bartolomé; así los padres jerónimos,1 Luis de Berrio (que de acuerdo con Las Casas debía seleccionar los labradores para el intento de colonización pacífica) y los hombres que fueron escogidos al fin de realizar la conquista pacífica y los hombres que fueron escogidos al fin de realizar la conquista pacífica de la zona capitulada con el emperador, en mayo de 1520; así Alonso de Maldonado que le debía ser presidente de la Audiencia de los Confines e injurió a su benefactor llamándolo “bellaco, mal hombre, mal obispo, desvergonzado” cuando recurrió a la autoridad de aquel cuerpo; así Gil Quintana, deán del obispo de Chiapa, dos veces traidor, que suscitó uno de los disturbios mayúsculos contra su prelado, con motivo de las reglas para confesores, y después de obtener perdón, trabajó en España para que fray Bartolomé fuese desposeído de la mitra; así tantos otros que burlaron los proyectos y trabajos del gran dominico, cuyas ideas sobrevivían a los fracasos, con muy mayor fuego. 

España, las Antillas, Nueva España, Guatemala, Perú, son el escenario de la santa furia. Y cuando Las Casas muere —31 de julio de 1566—, América tiene ya por siempre la fisonomía que su padre y doctor trabajó: fisonomía y estilo que retratan perdurablemente a fray Bartolomé. Como éste, América es intransigencia, tenacidad, coraje; su clima es clima de lucha; su aspiración a la libertad irreductible; América es dialéctica inacabable de abuso y derecho, de tropelía y verbo insumiso, de tiranía y democracia. Bien puede triunfar la violencia y vencer las argucias de los detentadores: América no se conformará, no se rendirá, como en jamás, ni en la hora de la muerte, pese a la adversa realidad y a lo aparentemente inútil del esfuerzo vital, se doblegaron el ánimo y las convicciones del fraile. Cuántos entre los americanos eminentes copian el temple de Las Casas: perseguidores de una idea, no les interesa que se les venga encima el mundo, que se les tache de soñadores, fanáticos o dementes; los ahogan ultrajes, calumnias, desprecios; enfrentan la muerte y más aún: el ridículo; por el resultado de sus empresas parecerá que los desmiente la realidad: ni su voz, ni su doctrina cejarán; les asiste la certidumbre de que si es preciso, del sepulcro mismo surgirán sus ideas, perseverantes hasta el triunfo final. 

Por todo ello queda dicho que fray Bartolomé de las Casas es uno de los sumos padres y doctores de América. 

Transcripción por Fernando A. Morales Orozco

Hipervínculos por Alaide Morán Aguilar