Gerardo Murillo Coronado (1875-1964)

Por Indiana Nájera

El doctor Atl…

Nájera, Indiana. Barbas y melenas célebres (y uno que otro rasurado) (mexicanos contemporáneos). Libro Mex Editores, México, 1960, pp. 21-28.

Aquí tenemos otra barba célebre. ¡Y vaya si es célebre!… El Dr. Atl es casi un personaje de leyenda. Su personalidad corresponde a una silueta escapada de alguna vieja estampa, polvosa, que quizá estaba arrumbada en el desván de un viejo castillo medieval.

Su verdadero nombre es Gerardo Murillo. Pero este nombre, casi desconocido, no puede decirnos nada. En cambio el Dr. Atl (agua) nos recuerda ya tantas cosas, que no en vano el pseudónimo se ha tragado al nombre a través de lustros y más lustros de pródiga acción y cuajada producción.

Cuando llamamos a la puerta de su casa teníamos el propósito de hablar de su pintura. Pero, “el hombre propone y Dios dispone”. Claro que no somos eruditos en la materia, pero, precisamente porque nuestros ojos no están viciados ni la mente ha adquirido influencia de un “snobismo” confuso, podemos aún, sin esfuerzo, apreciar lo bello.

Los que carecemos de conocimientos técnicos sobre pintura somos más sensibles a lo bello que no a lo bonito, porque lo bonito no siempre es bueno. Sin embargo cumple su misión: deleitar, sugerir. ¿Qué? Preguntarán ustedes. Pues eso depende de quien contemple el arte. Los espíritus cultivados, de una fina sensibilidad, los exquisitos, afinan su percepción ante la vida, aprenden a meditar, se ennoblecen, se elevan… los otros, los que viven a ras de tierra, los rudimentarios y primitivos, esos son refractarios a cualquier manifestación de arte.

En éstos no hemos de ocuparnos.

Entonces, como el propósito no era escribir sobre pintura, pues vamos a hablar de libros. Pero antes, tenemos que hablar un poquito del hombre que escribió esos libros.

Imagen tomada de Barbas y melenas célebres (y uno que otro rasurado) (mexicanos contemporáneos), p. 25.

Nos recibe en su estudio, sentado en su silla de ruedas; natural y sencillo se ofrece a nuestra charla intrascendente.

No está solo; bueno, el artista jamás está solo sino con sus concepciones y sus pensamientos.

En esta tarde lluviosa y junto con los pensamientos y las concepciones, convive una jovencita con él. No sé por qué al mirarla, me traslado mentalmente a cualquier atelier de Montmartre donde la juventud presta enorme contingente al arte creador. Ella es, sin duda, mexicana, pero sin que lo sepa, conserva un matiz de acuarela viva a través de la cual se transparenta algo de su espíritu. ¿Curioso? No. ¿Pecaminoso? Tampoco. ¿Despreocupado? Sí… tal vez esto. Convive algunas horas con un hombre aureolado por la fama, con un prestigio continental, de fino espíritu y grandes inquietudes, pero ella no lo advierte. Chatita, de cabellos leonados y alma virgen en que ya pueden perfilarse las nubecillas de un futuro preñado de acontecimientos.

La personalidad del Dr. Atl es bastante conocida en el ambiente cultural de México, no sólo en el artístico, si no en el político, pues su dinamismo y entusiasmo optimista lo han llevado a participar activamente durante las épocas tumultuosas o simplemente de transición, en las cosas de esta tierra azteca.

Su vida es ya tan larga, que según dice, él siempre se recuerda pintando, a pesar de lo cual expresa que empezó a escribir antes que a pintar, y nosotros no sabríamos decir si es más escritor que pintor, o más pintor que escritor porque la complejidad del hombre es tan extensa que es difícil averiguar esas cosas que posiblemente hasta él ignore.

En sus días de juventud fue revolucionario. Pero revolucionario en ideas, en acciones; la convulsión de México lo arrastró porque él sintió que podía ser un engranaje de fuerza en el total de la maquinaria. Y largos años trotó por las sierras, conoció el olor de la pólvora, la sed, la fatiga, el hambre, y también el desengaño. Pero la inquietud mental no es controlable. Ha amado a México como pocos y no le ha importado sacrificarle no sólo su juventud, sino su tiempo, su dinero y su salud, tal vez hasta sus amores. Sus ambiciones y sus ideales son tantos y de tal envergadura,  que si nos pusiéramos a detallarlos, tendríamos que seguir escribiendo quién sabe hasta cuándo. Por esto nos concretamos a trazar a grandes plumadas lo más saliente de la figura mental y moral del hombre.

Entre los libros que ha producido están, por orden cronológico: Las Sinfonías del Popocatepetl que no encontraron mucho eco en México por la incultura del país, pero al ser traducidas al italiano tuvieron éxito halagador. En seguida publicó los Cuentos Bárbaros; luego las Iglesias de México, obra que se llevó seis volúmenes y que encierran un extenso conocimiento del México colonial. Vino después otro libro: Artes populares de México, del que se hizo más tarde la segunda edición, es decir, una en 1921 y otra en 1922 y que trata naturalmente del rico folklore mexicano, y hasta ahora es lo más extenso que se ha escrito sobre la materia. Posteriormente editó los tres volúmenes de Cuentos de todos colores que circularon mucho. Más tarde apareció La actividad del Popocatepetl, una monografía ilustrada; luego una novela titulada: El Padre Eterno, Satanás, Juanito García; esta obra se tradujo al idioma inglés, y ¡claro!, tuvo la resonancia que no encontró en su patria. Siempre sucede lo mismo. Pero, ¿hasta cuándo sucederá? Después vino; Oro, más oro publicada en 1939 para demostrar al gobierno que en nuestro país hay más oro que en cualquier otro. El gobierno, interesado, fundó una empresa de la que el Dr. Atl fue presidente activo y se empezaron a trabajar las minas de Oaxaca, y cuando apenas empezaba a perfilar la cosecha y después de haber invertido algunos millones vino la administración del general Cárdenas y como él no estuvo de acuerdo en buscar oro, se suspendieron las actividades y se disolvió la empresa. Vino otra obra Petróleos en el Valle de México, que pasó sin pena ni gloria, no obstante que por este tiempo el Dr. Atl estaba convertido en periodista colaborando en El Universal y en Excélsior con artículo diario de 1933 a 34. Luego escribió una serie de monografías sobre política internacional; más tarde escribió y publicó: Un grito en la Atlántida, obra que no profanaremos con nuestra ignorancia sobre la materia y que después de leída con la devoción y respeto que merece una obra científica tan profusamente documentada como ésta, nos dejó metidos en un tan soberano lío de fechas y conjeturas que no se sabe dónde apunta la verdad.

Pero sin duda, la obra que más ha llamado la atención en la segunda época de producción literaria del Dr. Alt es Cómo nace y crece un volcán, ilustrada profusa y bellamente a colores y en la que el autor relata todos y cada uno de los acontecimientos relativos al Paricutín en Michoacán.

Dr. Atl, Paricutín, 1943. Imagen tomada de la Colección del Museo Andrés Blaisten.

Su entusiasmo lo llevó a trasladarse a dicho estado con sus enseres necesarios, tienda de campaña, libros, papeles, útiles de dibujo, telescopios y demás… Lo que sufrió sólo Dios y él lo saben, porque aun cuando se da cuenta el lector de las penalidades, peligros, fatigas, etc., apenas y se puede formar una pálida idea de la realidad vivida en aquel tiempo; la tarea que se echó a cuestas estuvo coronada por el éxito, pues pocos son los países que pueden vanagloriarse de haber visto nacer y crecer un volcán. El espectáculo fue maravilloso y es una lástima que no todos los habitantes lo hayan contemplado. Y claro que, nadie más satisfecho que el Dr. Alt, al haber sido el padrino, narrador y fotógrafo y al mismo tiempo pintor de semejante acontecimiento. El libro en cuestión impreso a todo lujo es un fiel testimonio de su dicho y del cariño que él pone en todas y cada una de sus obras y de sus trabajos.

Este hombre tan inquieto, a veces locuaz, otras enfurruñado y hasta grosero como suele suceder a veces a algunos hombres de talento, ofrece aristas y salientes muy dignas de ser estudiadas y analizadas.

Vamos a decir algo en relación con uno de sus más caros sueños que aún no ha cuajado, pero que es muy digno de convertirse en realidad. Se trata de “La ciudad iternacional de la cultura”. Nosotros, francamente al abordar este proyecto nos sentimos fuertemente atraídos hacia la idea, pues la encontramos de suma utilidad y ella rendiría muy bellos y muy útiles beneficios a México en todos sentidos.

Según el proyecto en cuestión, gestado por un puñado de hombres distinguidos en la ciencia y en el arte, “La ciudad internacional de la cultura” no sería una academia ni un cenáculo, ni un partido político sino una oligarquía, una fuerza surgida de las condiciones mismas de la evolución humana cuya misión inmediata consistiría en organizar en México una “coalición de la inteligencia nacional” para intensificar la cultura, base de todo progreso.

En esta obra intervendrían hombres de vasta cultura y distintas especializaciones: inventores, geógrafos, arquitectos, astrónomos, pintores, periodistas y hasta poetas.

Como se ve, la función primordial de la “La ciudad internacional de la cultura” sería reconcentrar el mayor número de elementos científicos, literarios, económicos, industriales, etc., etc., capaces de ejercer una influencia decisiva en el desarrollo del país, cuyas proyecciones alcanzarían desde luego a todos los demás de nuestra América Latina.

Posteriormente, cuando estas páginas iban a ser entregadas a la editorial, quisimos abordar al Dr. Atl para saber algo más acerca de dicho proyecto, pero no lo conseguimos. El Dr. Atl pasaba seguramente por un mal momento y se excusó de recibirnos.

Transcripción e hipervínculos por Verónica Yaneth Galván Ojeda