Eraclio Zepeda (1937-2015)

Por Silvia Molina

Eraclio Zepeda a un año de su muerte

Silvia Molina, “Eraclio Zepeda, a un año de su muerte”, en Memorias de la Academia mexicana correspondiente de la española, Tomo XLII (2016), México: AML, 2018, pp. 241-244.
Discurso leído en sesión pública solemne, con motivo del homenaje luctuoso a don Eraclio Zepeda, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, el 22 de septiembre de 2016.

Eraclio Zepeda contaba que su nombre, que viene de Heracles, había perdido la “ache” porque durante la Intervención francesa, a su bisabuelo le había dicho su coronel que era afortunado porque “Heraclio Zepeda” tenía 14 letras, que por eso no le iba a pasar nada; porque si hubiera tenido una menos, es decir 13, como era un número de mala suerte, lo podían matar. Entonces, enfatizaba, que su abuelo reaccionó asegurándole al coronel que desde ese momento tachaba para siempre la ache a ver cómo se ponían los cocolazos. Por eso su padre y él aseguraba, habían heredado el nombre “desachado”. Sin embargo, una tarde le oí contestar, con la cara sonriente, la chispa en los ojos y su calidez rayando la inocencia, a la pregunta: “¿Por qué su nombre no tiene ache como Heraclito o Heracles?” Así: “Mira, hermano, porque me la robó Henrique González Casanova.” Así era Eraclio, travieso, juguetón, inventivo.

Me gusta cómo lo describió Octavio Paz en el prólogo de Poesía en movimiento: “La primera y única vez que vi a Eraclio Zepeda me pareció, en efecto, una montaña. Si se reía, la casa temblaba; si se quedaba quieto veía nubes sobre su cabeza. […] Uno de los mejores poemas de Zepeda es Asela: el hombre que mira a la mujer tendida, el monte frente al mar extendido.”

Hablar de un escritor que fue intenso y tuvo varias facetas es difícil: poeta, narrador, teniente de veras, maestro, antropólogo, actor, hombre de campo, viajero, actor, luchador social, combatiente en Cuba, etc. Parecería contradictorio que un hombre bondadoso y gentil, caballeroso y dulce, simpático y lleno de sentido del humor como él, fuera experto en armas, de tino perfecto, pero no lo es: Eraclio Zepeda se entregaba a las causas sociales por esa personalidad tan humana, tan amorosa, tan original que se fue forjando a lo largo de la vida.

Quienes lo conocimos de cerca admiramos no sólo su poesía —a él, por cierto, también le gustaba recordar Asela (1962. “Este amor tiene más furias que el mar.”), uno de los poemas amorosos más bellos de México—; por las imágenes poéticas que construye, los personajes de carne y hueso que crea, el lenguaje que pule y trabaja para dejarlo sencillo y directo, las vivencias transformadas en cuentos redondos. Laco no se repitió: los cuentos de su primera etapa, los de Benzulul, terminaron allí, los cosmopolitas de su segunda etapa, Asalto nocturno, alternaron con los cuentos llenos de sentido del humor. Se dio el lujo de escribir cuentos para niños llenos de gracia, y de contar cuentos perfectos por su capacidad para crear atmósferas, situaciones satíricas, y más tarde, mucho más tarde, sus novelas. Una tetralogía, una saga familiar, la de los Urbina, donde nos presenta novelada la historia de su familia al mismo tiempo que nos entrega la historia de Chiapas y la del país. La obra de Eraclio Zepeda es poseedora de un valor estético y literario que la harán perdurar.

Recuerdo una situación extrema, quizás una prueba de fuego para Laco, aquella vez que fuimos a Alemania un grupo de escritores, entre los que iban María Luisa Puga, Guillermo Samperio y Juan Villoro.

Le tocó a Laco participar como cuentero, ante un público que sólo hablaba alemán. Estaba nervioso. Tuve miedo de que la traducción simultánea no le hiciera justicia; pero Laco comenzó como si nada, despacio, midiendo sus tiempos, con chispa, con elocuencia, con malicia, sonriente, dueño de su arte, con ironía y seguridad.

Se echó al público a la bolsa. Nadie parpadeaba, todos se reían y seguían el movimiento de sus manos como si fueran una varita mágica y del ceño, el arco de sus ojos era el indicio de la gravedad del relato. Cuando terminó todos nos pusimos de pie, los alemanes y los que hablábamos español, y no cesaban los aplausos.

Yo, que había escuchado ese cuento con anterioridad, me di cuenta de que, como siempre, lo había cambiado. Cuando Laco contaba un cuento, iba puliéndolo con pulcritud, limpiándolo de todo aquello que le sobraba, haciendo literatura oral. Nunca dejó de tener un estilo sencillo, así como fue él.

Si su primer libro de cuentos fue bien recibido por la crítica, incluyendo a Emmanuel Carballo, que dijo: “En Benzulul sorprende la habilidad idiomática de Eraclio Zepeda: emplea un lenguaje que en apariencia es el que habla determinado grupo indígena y que en realidad sólo es real en sus cuentos. (…) Sus metáforas y metáforas no desmerecen ante las de Rulfo y Revueltas, dos de nuestros grandes poetas en prosa”; su segundo, Asalto nocturno, le mereció su primer premio. Entre el jurado estaba nada menos que Juanito de la Cabada, su compañero de militancia política, su testigo de boda, de ese matrimonio veloz que terminaría en una fuga de más de 10 años en la que Elva no vio a su familia ni dio ninguna explicación directa. Cuando ella me contó el reencuentro con su padre, lloré. Era tremendo, lleno de dolor y al mismo tiempo de felicidad, como un cuento de Laco no escrito ni contado, contenido, lleno de pasión y sentimientos de culpa.

Estoy segura de que Laco también será recordado por su faceta de actor, sus papeles como Pancho Villa en México insurgente, de Paul Leduc, y en Campanas rojas, de Serguei Bondarchuk; la primera basada en la obra homónima de John Reed, y la segunda, en la biografía del periodista estadounidense, y en De tripas corazón de Antonio Urrutia, cortometraje nominado al Óscar, con una actuación de Laco deslumbrante, natural, como de quien ha vivido y conoce el ambiente campirano. Un carnicero encantador, pícaro y sensible.

No podremos asimilar fácilmente que Laco ya no está con nosotros, como el buen viajero que fue, emprendió otro camino: el que siguen sus personajes de Benzulul, más allá de todos los viajes que realizó por el mundo. Lo extrañamos, echaremos de menos ese bienestar que uno sentía al estar cerca de él; sin embargo, nos dio tantos regalos, que sólo basta con abrir uno de sus libros o ver una de sus películas o escuchar su voz en YouTube para sentirlo a nuestro lado.

Transcripción por Fernando A. Morales Orozco

Hipervínculos y notas por Diego Eduardo Esparza Resendiz