Dolores Castro (1923-2022)

por Carmen Galindo

Imágenes de Dolores Castro

Carmen Galindo, “Imágenes de Dolores Castro”, en Siempre! Presencia de México, 28 de julio de 2012.
 

Quisiera comenzar con eso, con algunas imágenes de la hoy homenajeada Dolores Castro. Como fui alumna de Rosario Castellanos no recuerdo exactamente la primera vez que escuché su nombre, aunque eso sí, siempre supe que las dos poetisas –yo no considero el término femenino como peyorativo- eran amigas, las mejores amigas. Ya muy tarde, al leer las estremecedoras Cartas a Ricardo, publicadas 20 años después de la muerte de Rosario, me enteré que Dolores Castro había sido novia de Pedro Coronel. Mi asombro fue absoluto. Al pintor lo vi una sola vez, en su casa, invitada por Roberto Páramo, y me causó una extraña impresión. Me pareció muy desinhibido, bastante agresivo y francamente machista, ya no estaba casado con Amparo Dávila, sino con una rubia que decía riéndose “era una india de Estados Unidos”. Aunque el amor no es lógico, nunca me compaginó Dolores Castro con Coronel, pero el comentario de Rosario no deja la menor duda. Así, una de mis imágenes de Dolores Castro es de novia de Pedro Coronel.

Dolores Castro, como personaje teatral

Al leer El eterno femenino, la obra de teatro de Rosario Castellanos, siempre tuve en la mente que la escritora que observan las jóvenes poetisas estaba inspirada en Gabriela Mistral y las dos jóvenes eran: una, Rosario Castellanos, y la otra, Dolores Castro. Así, una segunda imagen de Dolores Castro es como personaje teatral de El eterno femenino.

Dolores Castro, como huarachudita

Para mí, una experiencia inolvidable fue la lectura de las memorias de Marco Antonio Millán. En sus páginas vi recreadas muchas figuras muy cercanas a mí como don Enrique Ramírez y Ramírez o José Revueltas, pero un párrafo se me quedó fijo en la memoria y hoy lo recupero para ustedes. Cito textualmente:

Por ese tiempo se nos acercaron dos huarachuditas; las llamo así, porque ambas llevaban zapatos muy bajos que contrastaban con su ropa de elegante sobriedad. Eran Rosario Castellanos y Dolores Castro, que daban clases en una escuela religiosa. Nos enseñaron sus poemas y los publicamos (se entiende que el propio Millán y Efrén Hernández en la legendaria revista América). A la vez se refirieron a ciertos amigos suyos que comenzaban a escribir y cuyos textos quizá nos interesaran para América: Sergio Magaña, Emilio Carballido, Jaime Sabines… Comenzamos a hacer reuniones semanales en un café de chinos que convertimos en nuestra sala de redacción. Fue una época muy agradable.

 Marco Antonio Millán. La invención de sí mismo. Edición de Daniel González Dueñas y Alejandro Toledo. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2009. p. 73. (n. de la a.)

No puedo dejar de añadir que América llevaba el subtítulo de “Revista antológica”, con la contradictoria

condición de que no publicaríamos nada reproducido, sino originales

Ibidem, p. 49

Páginas adelante, se refiere al grupo de los ocho poetas con estas palabras: En ese periodo se formó un nuevo grupo en torno a Efrén (Hernández); a sus antiguos amigos (Octavio) Novaro, (Leonardo) Pasquel, (Ricardo) Cortés Tamayo, se sumaron Rosario Castellanos, Dolores Castro, Alejandro Avilés… Como fruto de esa amistad publicaron un libro llamado Ocho poetas mexicanos; algunos de ellos tienen aún el orgullo de afirmar.

Yo fui uno de los ocho

Ibidem, p. 73-74

Los ocho poetas, como se sabe, eran además, de Lolita, Rosario y Alejandro Avilés, Roberto Cabral del Hoyo, Honorato Ignacio Magaloni, Octavio Novaro y en los últimos lugares, pero no menos importantes, Efrén Hernández y, por supuesto, Javier Peñalosa.

La propia Dolores Castro, cuando presentó la entrevista-biografía de Millán, recuerda así lo vivido entonces:

Rosario Castellanos y yo conocimos a Marco Antonio y a su inseparable Efrén Hernández, ya subdirector de América en esa época, cuando ambos fueron especialmente a visitarnos una tarde de 1948 a la facultad de Filosofía y Letras, en su edificio de Mascarones, en la calle de San Cosme.

           Quedamos sorprendidas de que nos conocieran y más al saber que solicitaban nuestra colaboración para la revista. ¡Una revista antológica, que publicaba textos inéditos … sólo con la exigencia de calidad!

            Se refiere igualmente a las reuniones en el café de chinos y en el Tampico Club para luego destacar la brillante compañía:

Los críticos llegaron a compararla con un ladrillo por su volumen ¡un ladrillo con textos de Gorostiza, Pellicer, Torres Bodet, Rubén Salazar Mallén, Salomón de la Selva, que también por otra parte da oportunidad a los jóvenes poetas, narradores o dramaturgos como Jaime Sabines, Sergio Galindo, Emilio Carballido, Sergio Magaña y otros, y a mujeres como Margarita Michelena, Margarita Paz Paredes, Emma Godoy, Guadalupe Dueñas, Guadalupe Amor, Rosario Castellanos, en aquella época en que esto no era frecuente.

Y remata el tema con estas significativas frases:

Especialmente, para nosotras las mujeres, fue además el reconocimiento de una vocación que no se ahogaría en medio del rechazo sin más razón que pertenecer al género femenino.

Dolores Castro, en persona

Y un día conocí a Dolores Castro. Ella no se ha de acordar, compartimos una mesa redonda, en la cual, además de mí, estaban dos personas, dos personajes memorables: el escritor Carlos Montemayor, que si bien traté pocas veces era el más afín a mí ideológicamente, y la propia Dolores Castro. Recordábamos, los tres, a Rosario Castellanos, mi ponencia se hundió en un comentario al margen sobre la muerte de Rosario que corrió en la prensa, y se olvidaron los planteamientos de una novela lírica en Balun Canán, de la influencia clásica en Oficio de tinieblas y de su humor a prueba de todo en la vida real. Pero, en fin, escuché a Dolores Castro evocar a su gran amiga y a Montemayor afiliarse como discípulo de Rosario.

Breve paréntesis: Dolores Castro, como novelista

Es curioso que las novelas de Rosario Castellanos se acercan a la lírica y en cambio, la única de Lolita, que ha frecuentado la poesía exclusivamente, es la de una novelista, los personajes bien delineados, la trama planeada como ajedrez y nada de arranques líricos. Sucede en un pueblo que no se nombra, pero que ella me apunta de viva voz que es Zacatecas. Dos personajes son centrales, una joven y su padre. El ambiente es de cristeros, por más que esa guerra ha quedado atrás. En algunos lados he leído que la novela, titulada La ciudad y el viento, no es maniqueísta, que no hay buenos y malos; la verdad, y yo creo que eso es uno de sus valores, los malos son los que, con los bienes de la Iglesia puestos su nombre, se han enriquecido. Al contrario, víctimas de interesadas habladurías, dos personajes son asesinados brutalmente. Hay, como en las novelas de Castellanos, una denuncia social.

La poesía de Dolores Castro

Sin embargo, y esto es obvio decirlo, la imagen de Dolores Castro, la más importante, es la que ella misma delinea en su poesía. Ella es, y ahorita mismo aporto las pruebas, un junco inclinado por el viento o un pájaro sorprendido por su vuelo, siempre, y esto es un ritornello, una llama. Para mí, sus dos temas son la fugacidad de la vida y la certeza de la muerte, pero no vistos como temas filosóficos, sino como experiencia cotidiana, personal. Al mismo tiempo y en sentido contrario, el renovado ánimo de vivir, que no deja de ser una prueba, un ponerse a prueba, un vencer obstáculos, está en cada página. Este mantenerse al margen de los grupos literarios, se manifiesta en su poesía que es un continuo interrogarse a sí misma, investigando, en soledad y en profundidad, el rumbo de la vida, ignorando de dónde se viene o a dónde se va.

Otro rasgo que acompaña a sus poemas, salvo raras excepciones, es que no es jamás anecdótica, narrativa, es, como si la poesía estuviera atenida, librada sólo a las palabras, como si dentro de ellas estuviera alguna respuesta. Los poetas medievales, en un horizonte religioso, creaban loas al creador hablando de la naturaleza, Dolores Castro, nos muestra en cada poema, su asombro ante el viento, las estrellas y, de nueva cuenta hay que mencionarlo, los pájaros.

Dos citas, aunque sean breves:

Este titulado “Tiempo trascurrido”1:

La ceniza
tan leve, tan ala, tan nieve,
ancla del fuego
testigo del vuelo
y de la breve órbita
del volador

O este otro:

No hay hilo que conduzca a la salida
del laberinto
Al compás de nuestros pasos
arrastramos
cadenas de necesidad.
¿Qué nos queda?
Volver sobre lo mismo,
o en el profundo sueño
de hormigas aferradas
a la naranja
que se traslada y gira,
penetrar
al único hechizo de cada noche
y al prodigio de cada día,
despertar

El primer poema, por cierto, está lleno de aliteraciones, pero casi nunca es así, Dolores Castro suele dejarse llevar por el ritmo, pero nunca por la retórica.

Si éste es el tono de su poesía, no es menos cierto que dos poemas más asibles por sus temas directos, no pueden olvidarse, el que evoca a su madre en “Refugio” y el que titulado “Elegía a Javier Peñalosa”, del que rescato aquí, sólo una parte:

Amontono las piedras ardientes
en torno de tu imagen
y me quiero apartar, alejarme,
ya no pensar en ti.
Pero quedo atrapada
recordando
el tibio trato tuyo
sol nuevo y más hermoso cada día
y luego tus acciones
de corte delicado y sorpresivo
más allá de medidas
humanas mensurables.
Todavía estoy prendida
al fuerte canto de tu corazón
activo y deslumbrante.
Al cauce cálido que formamos
con tu cuerpo y el mío.
Y levanto mi triste fortaleza
con piedras que se apagan lentamente
sobre tu amor, el real, el de tocarse
y contestar palabras.
……………………………

Y la última estrofa:

Las noches me recuerdan otras noches

las cosas se me vuelven enemigas:

la cabecera de la cama

y tu lugar vacío.

Participación en el Homenaje a Dolores Castro en la Sala Ponce de Bellas Artes, organizado por Stasia de la Garza.

Transcripción por Fernando A. Morales Orozco

Hipervínculos y notas por Diego Eduardo Esparza Resendiz