María Elvira Bermúdez (1916-1988)

por Ignacio Trejo Fuentes

María Elvira Bermúdez

Ignacio Trejo Fuentes, “María Elvira Bermúdez”, en Siempre! Presencia de México, 17 y 24 de marzo de 2012.

(primera de dos partes)

Este año, María Elvira Bermúdez debía cumplir cien años, pero murió en 1988. No estuve en su funeral, lo que me dolió mucho: vivía yo en Estados Unidos. Éramos amigos.

¿Pero quién fue María Elvira Bermúdez? Le llamábamos, cariñosamente, la Agatha Christie mexicana, por la nada sencilla razón de que era especialista en literatura policiaca: conocedora y practicante. Además de escribir su literatura, publicaba reseñas en varios periódicos y revistas.

Vivía en la calle Flora, en la colonia Roma, y los jueves invitaba a sus (entonces) jóvenes amigos: recuerdo a Agustín Ramos, Leo Mendoza, Carlos Miranda y yo. Nos recibía con sándwiches, y reciprocábamos con ron y whisky. Eran reuniones de agasajo porque Bibis, así le decían sus familiares, entre otros su nieto Juan José Reyes (que publica en estas páginas), nos contaba cosas.
Nos contó, por ejemplo, que fue la primera abogada litigante en este país, y que sus colegas le recriminaban: “¿Qué haces aquí, en este mierdero de hombres?”. Y dijo que luchó porque las mujeres mexicanas tuvieran derecho a votar en elecciones gubernamentales (mi hija Raquel no da crédito a que las damas estuvieran excluidas).

Contó muchas cosas más, que omito por respeto a su memoria.

En esa casona de Flora estuvo trabajando hasta tarde, porque debía entregar un ensayo al día siguiente. Pero como ya era grande y se sintió cansada, se fue a dormir, prometiéndose reanudar el trabajo a las primeras horas del día siguiente. ¡Bendito cansancio! Ocurrió el terremoto del 19 de septiembre de 1985, y María Elvira no pudo despertarse antes: su estudio se vino abajo: hubiera muerto sepultada por sus miles de libros (los demás volúmenes estaban distribuidos en distintos espacios de la casa (¿verdad, Juan José?) (Esto lo cuenta de manera magistral Marco Antonio Campos.)

Una vez le tocó ser parte del jurado del Premio de novela al que convocaba cada año el periódico El Nacional, y ella apoyó Utopía gay. Los otros dos integrantes del Jurado dijeron: “¡Pero cómo puedes apoyar una novela de jotos!”. Ella replicó: “Pinches viejos retrógradas”. Eran Andrés Henestrosa y Miguel Álvarez Acosta. María Elvira se las ingenió para saber el nombre (los trabajos se enviaban bajo pseudónimo) de su “defendido”. Resultó ser José Rafael Calva, quien desde entonces se integró a la tertulia de los jueves en la casa de Flora 14 (ahora, a un lado, está la oficina de detección del Sida).
De ese tamaño fue María Elvira Bermúdez.

Cuento esto porque en fecha próxima se le rendirá un homenaje en el Palacio de Bellas Artes, al que concurrirán quienes fueron amigos de María Elvira. Doy las gracias a nombre propio y el de ellos, a Stasia de la Garza y a Ixchel Cordero, de la Coordinación Nacional de Literatura del INBA, quienes aprobaron la idea de recordar a la Agatha Chirstie mexicana. La próxima semana me referiré a algunos de los libros de la queridísima y admirada Bibis.

(Segunda y última parte)

Aparte de sobrios ensayos, como La vida familiar del mexicano, y de sus antologías (Los mejores cuentos policiacos mexicanosCuentos fantásticos mexicanos), María Elvira Bermúdez practicó la narrativa, cuento y novela. En el Material de Lectura (114) que preparé sobre María Elvira Bermúdez para la Dirección de Literatura de la UNAM en el año 2000, dije que la obra prosística de María Elvira puede dividirse en dos segmentos: en el primero figuran los libros de cuentos Alegoría presuntuosaCuentos herejes Encono de hormigas (título tomado de Ramón López Velarde), en los cuales aborda temas como la ruptura amorosa, el desgaste de afinidades familiares, el resquebrajamiento de ideas mantenidas hasta entonces como ciertas y, principalmente, el acecho implacable del destino feroz sobre las criaturas miserables que somos cada uno de nosotros. En la segunda línea vale destacar Diferentes razones tiene la muerte, novela policiaca que me parece una de las mejores en su género. El detective inventado por María Elvira se llama Armando H. Zozaya, y reaparece en los cuentos de relatos policiacos Detente, sombra (verso de Sor Juana Inés de la Cruz) Muerte a la zaga.

En sus textos policiacos, María Elvira se apega a lo clásico, donde la detection y la prevalencia del Bien sobre el Mal son todo. Y algo muy original: en sus historias aparece la detective María Elena, que si no me equivoco es la primera dama de esa estirpe en nuestra literatura.

Aparte de cuidar el clasicismo de sus textos policiacos, la autora se preocupa por la buena prosa y el buen estilo; y sabe organizar los elementos de manera que no se den pistas falsas al lector, otra condición inapelable del género.

Con lo dicho hasta aquí, podría tenerse un perfil más o menos claro de María Elvira Bermúdez y su literatura. Sin embargo, me parece pertinente destacar su labor como crítica literaria: participó constantemente en diarios, suplementos y revistas: era infatigable. Y por añadidura, prologó obras de autores clásicos como Emilio Salgari, Julio Verne y Edmundo de Amicis (publicados en la colección “Sepan cuántos…”, de la Editorial Porrúa).

En su literatura (que se ocupa de cosas y casos graves), María Elvira se da respiros para incorporar el humor. Y en la vida cotidiana ésa fue una de sus grandes virtudes: nos hacía reír con sus historias y se reía con las que sus amigos contábamos.

Y tuvo cataratas de amigos prominentes como José Revueltas, Efraín Huerta, Carlos Monsiváis, Gustavo Sainz y tantos que sería imposible enumerar siquiera la cuarta parte. Y como dije en la primera entrega, se rodeaba de escritores jóvenes, a quienes apapachaba, pero sobre todo enseñaba.

La celebración por el centenario del nacimiento de esta extraordinaria mujer, a efectuarse en el Palacio de Bellas Artes, planeada por su hija Beatriz Reyes Nevárez (esposa de Salvador Reyes Nevares) es de lo más justo y necesario, y daremos noticia de ello.

Transcripción por Fernando A. Morales Orozco

Hipérvínculos por Diego Eduardo Esparza Resendiz