Edmundo Valadés (1915-1994)

por Carmen Galindo

El generoso Edmundo Valadés

Carmen Galindo, “El generoso Edmundo Valadés”, en Siempre!, 5 de mayo de 2015. Online disponible en: El generoso Edmundo Valadés | Siempre!

Mi tía Cuquita, hermana de mi mamá, está separada de José C. Valadés, su marido por 30 años y pico, quizá 40. Al principio, ella vive, con uno de sus hijos en Londres, luego en Los Ángeles, finalmente viene a vivir con nosotros. Estamos comiendo en familia y digo casualmente que me gustaría escribir en un periódico. Mi tía dice “muy sencillo, puedo hablar con Mundito”. Y yo pregunto, lo recuerdo perfectamente:

—¿Y quién es Mundito?

—El primo de José. Trabaja en un periódico.

Apenas terminamos de comer se acerca al teléfono y le habla a Edmundo Valadés con la que considero la peor recomendación del mundo y mi tía, la mejor:

—Tengo una sobrina muy inteligente que saca muy buenas calificaciones en la escuela y quiere escribir en tu periódico.

Para mi sorpresa, el Sr. Valadés me cita al día siguiente en Novedades. Cuando llegamos, mi hermana y yo, está cerrando su sección, la de espectáculos. Nos dice que está muy ocupado, que lo esperemos en el café de abajo, el Anacapri. Los periodistas que están en las mesas de junto no tardan en abordarnos y les contestamos de modo cortante hasta que se retiran. Comienzo a sufrir porque veo que oscurece y el Sr. Valadés no aparece. Sé que vamos a esperar hasta que llegue, sería mi primer trabajo. Sonriente, educado, llega finalmente. Me pregunta qué quiero escribir en el periódico y yo, que ya lo he estado pensando, le digo que como hija de un productor de cine conozco a todos los artistas y podría entrevistarlos. Me pide que le entregue unas cuartillas para ver cómo escribo. Nos cita más temprano dos o tres días después, en el Anacapri. Llego con unas paginitas a máquina, sin folder, y dobladas a la mitad con la cabeza expuesta y legible, tal como me enseñaron en las dos semanas que estudié periodismo en la Universidad Femenina. Las lee y comenta. “Mire, tengo una columna que se llama “Tertulia Literaria” y pensaba dejarla porque tengo demasiado trabajo con mi sección y como aparece tres veces a la semana, ya había hablado con Gastón García Cantú, Juan Rulfo y Henrique González Casanova para que ellos la escribieran, pero ellos pueden publicar en cualquier lado y usted es una joven, déjeme hablar con ellos y si están de acuerdo, usted se queda con la columna. A los dos días me habló por teléfono y me quedé con su columna unos 15 o 20 años, después de los cuales, como ya escribía en El Día mi columna que se llamaba “Literatura y política”, me habló y me dijo: “Carmen, como veo que ya no escribe usted “Tertulia Literaria”, ¿le importaría regresármela para que yo la continúe?” Si no recuerdo mal, creo que hasta tartamudeé, al contestar: “Por supuesto, señor Valadés. La columna siempre ha sido de usted”. No me extraña, pues, que en este centenario de su nacimiento el adjetivo que más se ha escrito sea generoso. Haberme cedido su prestigiada columna para que yo comenzara a escribir es una raya en el agua, pero haberme hablado para pedir mi autorización muchos años después es el gesto de un hombre educado como no existe otro.

Su primera esposa, me parece, se dedicaba a la publicidad. De su hija Adriana escribe páginas autobiográficas en La muerte tiene permiso. Muchos años después, Adriana tenía con su primer marido, un restaurante: El Quinqué, y ahí fue la despedida de soltero para su papá y su segunda esposa, que se llama igual, Adriana. De los invitados, unos cuantos, recuerdo a Renato Leduc que me pareció medio machista. Adriana, hija, estudiaba Filosofía y fuimos a varias manifestaciones juntas después del 68, finalmente se divorció, se fue a Alemania y se casó con un alemán, profesor de Filosofía. Es el matrimonio más extravagante. Por sus trabajos, ella vive en Bonn, él en Berlín y los fines de semana los pasan juntos en París. Adriana, hija, es muy guapa y sus minifaldas escandalizaban a mi tío José. Adriana, esposa, también guapa, es unos años menor que Adriana, hija, y es lo que dicen una castañuela.

Después de “Tertulia Literaria”, el señor Valadés estuvo dirigiendo la sección cultural de Excélsior, ya con Regino Díaz Redondo en la dirección y ahí estuve colaborando con él. En ese momento apareció su nueva columna “Excerpta”, en donde compartía sus lecturas con el público, pues excerpta quiere decir cita o fragmento. Sin embargo, lo más gozable de esa columna eran las líneas finales dedicadas con frecuencia a “la Señora de la cultura alrevesada”. No tengo el libro que reúne algunas de esas columnas, pero contaré una de la señora de cultura alrevesada, cuando asegura que le fascina Harry James (el trompetista) cuando los demás están hablando de Henry James (el novelista).

Escribió un libro que se titula Por el camino de Proust y me comentó que lo comenzó a leer sin saber bien a bien quien era Proust, pero añado yo, su buen juicio literario lo convenció que era un escritor excepcional y se aficionó a leerlo. Creo que Miguel Ángel Quemain llama la atención sobre el curioso dato de que un admirador de la microficción se aficione por las varias novelas que forman En busca del tiempo perdido. El señor Valadés destaca en ese libro aspectos como el que voy a relatar. Comenta que van a salir los duques de Guermantes cuando les avisan que está agonizando el Barón de Charlus, hermano y cuñado de la pareja, ellos deciden que no pueden pasar a visitarlo, porque llegarían tarde a su reunión; en ese momento, la duquesa advierte que los zapatos que lleva no combinan con su vestido y regresan a la casa para cambiarlos, porque no hacerlo sería una catástrofe. Reyes decía que cualquiera puede ser un buen escritor, pero lectores excepcionales hay uno por siglo y Edmundo Valadés lo fue.

Cuando fue Presidente de la Asociación de Escritores de México dirigió la revista La vida literaria e inventó que los números, monográficos, debían contener varias notas de homenaje y una nota en contra, y a mí me correspondió escribir, lo que hice con mucho gusto, a favor de Elena Poniatowska y en contra de Arreola. Ya no recuerdo qué otras escribí en contra, pero me costaron varias amistades.

A finales de 1994 nos invitaron a un homenaje a Salvador Novo en la Sala Ponce de Bellas Artes. A la salida, fuimos al Sanborns de los Azulejos, ya estaba muy enfermo del enfisema, incluso el doctor le había prohibido los Delicados que le había permitido un tiempo, y fue la última vez que lo vi.

Transcripción por Fernando A. Morales Orozco

Hipervínculos por Diego Eduardo Esparza Resendiz