Efrén Hernández (1904-1958)

por Rafael Solana

Mayor, mejor o más alto entre iguales

Rafael Solana, “Mayor, mejor o más alto entre iguales”, en Revista América, nueva época, núm. 73, septiembre-octubre, 1959, pp. 7-8.

Éramos estudiantes, pero ya con pujos literarios; soñábamos, como todos los que han estado en nuestro caso, por siglos, “sacar una revista”, y dedicábamos nuestra admiración a aquellos de nuestros inmediatos mayores que ya lo habían logrado; ahora que… el que sacaba un libro, ése era para nosotros ya algo más que digno de admiración; adquiría luces de ser superior, de personaje. 

Aquellos de los estudiantes de nuestros tiempos que primero sacaron libros adquirieron a los ojos de los demás enorme prestigio; fueron Isabel Farfán Cano, Octavio Paz, Carmen Toscano, Mauricio Gómez Mayorga y Efrén Hernández, “Tachas”, cuyo libro El señor de Palo hicimos cosa nuestra; allí sentimos que hablábamos todos nosotros; no era el libro de un maestro (estábamos en esa edad en que se desconfía de los maestros) ni tampoco el de uno de los miembros de aquella generación que ya comenzaba a consagrarse, o por lo menos a ser muy comentada en la prensa, la de los “Contemporáneos”; era el libro de un estudiante, de los nuestros; era el libro que habríamos podido publicar nosotros, que tal vez publicaríamos mañana. 

Mi primer contacto con Efrén fue literario; cómo admiré ese su libro inicial (Conocí “Tachas” después) y que abría ventanas nuevas en nuestro ambiente algo cerrado, en el que imperaban por entonces la prosa de don Ramón María del Valle Inclán y la de “Azorín”, ambas amaneradas; la sencillez, la intimidad y la ternura del estilo de Efrén Hernández nos conquistaron, y no miento si digo que muchos llegamos a soñar con imitar ese estilo. Se publicó por esos días, en la revista de Miguel N. Lira, otro cuento de Efrén, “Unos cuantos tomates en una repisita”. Creíamos estar asistiendo al nacimiento de una nueva moda literaria. 

Más tarde conocí a Efrén personalmente, por conducto de Alberto Quintero Álvarez, y tal vez con la presencia de Octavio Novaro; y mi estimación subió mucho, al compilarse lo literario con lo humano; además de un escritor notable (más tarde lo conocí en verso, cuando le pedí unos para mi “Taller poético”) era un hombre bueno, lleno de fina ingenuidad y profunda delicadeza. Nuestras charlas en mesas de cafés de chinos, acerca de la existencia o no existencia de los ángeles, y otros temas no menos hondos, eran instructivas para quienes escuchábamos su opinión, más poética que docta, más inspirada que científica; nos reunimos con él varias veces en su cuarto de estudiante, en Donceles, o en Balderas, y fuimos poco a poco concediéndole un lugar especial, como de mayor, o mejor, o más alto, entre iguales. 

Él no siguió carreras ajenas a la literaria, como hicimos otros, él no tuvo éxitos cinematográficos, digamos (aunque tal vez los buscó o los soñó al menos), ni se desvió hacia la publicidad, el periodismo, la abogacía, ni otra alguna de las muchas disipaciones que distrajeron a aquella generación y la apartaron del cultivo de las musas; él fue fiel a lo que era al mismo tiempo que su vocación su limitación; mártir de las letras, le llamaríamos, violentando un poco el concepto; vivió poco y mal, murió pronto y pobre; sus libros son breves y buenos, y no muchos. Su figura será recordada, así la literaria, de quienes le lean, como la humana, de quienes le conocimos. Quizá le llamarán un sobrino de “Micrós”; pero tal vez también, con más acierto, un tataranieto de San Juan de la Cruz. Que son dos parentescos muy honrosos. 

Transcripción y edición por Antonio Saborit

Hipervínculos por Diego Eduardo Esparza Resendiz