José Gorostiza (1901-1973)

Por Juan Rulfo

José Gorostiza1

Juan Rulfo, “José Gorostiza”, en Memorias de la Academia mexicana correspondiente de la española, Tomo XXIV (1976-1980), México: AML, 1989, pp. 200-203.

Señor director de la Academia Mexicana de la Lengua, señores académicos, señoras y señores: 

Tal vez por coincidencia. Quizá como identidad de ánimo ante este ambiente tan respetuoso, pero no por ello cargado de solemnidad, me impulsa a repetir las palabras con las cuales nuestro noble amigo y admirable poeta, don José Gorostiza, inició su discurso de recepción el día 22 de marzo de 1955: 

Me presento ante vosotros, si he de decir verdad, lleno de confusión y temor. La Academia Mexicana de la Lengua es institución meritísima a la que dieron fama, en el pasado, muchos de los mayores nombres de nuestra historia literaria y que alberga en su seno, en el presente, a todo cuanto de vivo y valioso milita al servicio de las letras patrias. 

De este párrafo, al cual siguió una de las exposiciones más trascendentales y profundas que tiene registradas esta honorable Academia en sus Memorias, tomo como propias las primeras frases donde hace mención del temor y la confusión con que se presentaba ante ustedes. Temor y confusión que en mi carácter de nuevo miembro de la institución son aún más notorios, ya sea debido a la enorme responsabilidad requerida para pertenecer a ella, como al principio inalterable de merecimientos y atributos de que están dotados todos quienes la forman y la engrandecen con sus obras, desde su fundación hasta el presente. 

Por otra parte, el temor se acrecienta al ser recibido precisamente cuando, habiendo ya cumplido un siglo de historia, viene uno a entorpecer quizá, con inoportuna injerencia, las actividades en que vive sumergida tan respetable Academia. Y mi confusión aumenta de modo indefectible al recibir la honrosa invitación para usufructuar el sitio que dejó vacante, hace ocho años, quien sigue inalterablemente vivo en nuestra razón y en nuestro ánimo, el gran maestro de la palabra y del espíritu, don José Gorostiza, lo cual considero, por mi parte, una falta de respeto.

No obstante, el trato que tuve con él, desde que ambos frecuentábamos a María Izquierdo en los nublados días de su agonía, nos unió como amigos, o tal vez por ser cómplices de iguales sentimientos; de tal manera que con los años subsiguientes mi admiración hacia el maestro fue transformándose, cuando lo visitaba en su despacho de Relaciones Exteriores, en solidaridad y divagación, donde yo, y esto jamás podré agradecérselo, encontré siempre alivio a mis frecuentes depresiones. 

Parecerá a todos ustedes, por lo antes mencionado, que mis pobres palabras no están cumpliendo con el discurso de recepción adecuado o prescrito por los estatutos de esta honorable Academia; tengo la misma impresión. Pero en descargo de tal hecho, y salvo que otros afirmen lo contrario, son muchos quienes se han referido a la trayectoria de la Academia, a la consagración de sus actividades, a sus raíces, sus disciplinas y, singularmente, a su historia; en otras palabras, a sus propósitos fundamentales. Así que insistir en ello me parece, si no incongruente, sí falto de honestidad de mi parte, ya que debo reconocer mis fallas o la autoridad implícita para suscribir dichos temas. Creo, sin embargo, que la misión de la Academia no se discute; por lo tanto, ruego me permitan aprovechar esta pequeña oportunidad para volver con don Pepe; no para exponer o explicar Muerte sin fin que, por una parte, ya todos han discutido y todos ustedes conocen, sino para referirme a su persona y a la comprensión hacia los problemas humanos. 

Es natural que si alguien me pidiera desarrollar el proceso que el maestro Gorostiza siguió para llegar a madurar su honda poesía, mi respuesta no convencería a nadie, pues yo mismo lo ignoro. 

Como ser elemental, siempre he rechazado el análisis y la crítica. Esto debe tener algunas ventajas, pues lo incapacita a uno para saberlo todo acerca de todo, creencia común que se tiene de cualquier intelectual. En cuanto a carecer de sentido analítico es, llegado el caso, ser comprensivo con el prójimo. Y aunque esto ya es raro en nuestro tiempo, algo ayuda para acreditarse una culpabilidad colectiva. 

Después de esta breve disquisición que ruego me perdonen, tomaré el tema donde lo había dejado. 

Don José Gorostiza nació en Villahermosa, Tabasco, en 1901 y murió en la ciudad de México en 1973. Perteneció al grupo Contemporáneos (1928-1931). En 1925 publicó su primer libro de poemas en la Editorial Cultura, titulado Canciones para cantar en las barcas, y en 1939, Muerte sin fin, que le dio fama universal y del cual existen varias ediciones: Editorial Cultura, 1939; 1952, con ilustraciones de Ricardo Martínez y comentario de Octavio Paz; la incluida en Laurel (antología de la poesía moderna en lengua española, 1941); FCE, 1964, que bajo el titulo Poesía publicó en un volumen especial de la serie Letras Mexicanas, donde se incluyen Canciones para cantar en las barcas y otros poemas con prefacio del autor al que llamó “Notas sobre poesía”. La última edición fue hecha por la Comisión Nacional Editora del PRI en 1976 y es facsimilar del texto publicado en 1939 en la imprenta de don Rafael Loera y Chávez, al cuidado del autor y del propio Loera y Chávez. 

El maestro Gorostiza, antes de dar a conocer su poesía, había practicado el ensayo y la crónica periodística sobre diversos temas relacionados siempre con la cultura. Sus artículos y algunas polémicas fueron publicados en El Nacional y en El Universal Ilustrado; pero los que adquieren mayor trascendencia son aquellos reunidos más tarde en Notas sobre poesía, donde se encuentran escritos con estilo y profundidad sus conceptos sobre el significado poético y sus afinidades con las otras artes: la prosa, la pintura, el canto, así como su desarrollo dinámico y, sobre todo, la relación tan íntima con el destino del hombre. 

Era la época de Jorge Cuesta y Xavier Villaurrutia, quienes, a la vez que poetas, desarrollaban una labor cultural brillante y exponían las teorías más avanzadas en el campo de las letras, utilizando métodos cuyos proyectiles se transformaban constantemente, mediante su talento inagotable, en parábolas luminosas. 

José Gorostiza, en perspectivas escalonadas, usaba, con su voz siempre en sordina, si no los mismos procedimientos, sí algunos tanto o más eficaces, que culminarían finalmente en la grandiosidad infinita de Muerte sin fin

Sus Notas sobre poesía, si bien están sometidas a fuentes muy diversas, no intentan demostrar erudición alguna, antes parecen eludirla; pero su consecución lógica, los razonamientos apenas musitados, logran una transparencia y sencillez difícilmente alcanzadas por muchos ideólogos contemporáneos. 

“La afinidad entre poesía y canto —dice el maestro Gorostiza— es una afinidad congénita”. Y añade: 

En un momento cualquiera podrá relajarse o en otro será más íntima; pero habrá de durar para siempre, porque no radica en el lenguaje —en el austero arsenal de la retórica, que caduca y se renueva sin cesar—, si no en la voz humana misma, que el hombre presta a la poesía para que, al ser proclamada, se realice en la totalidad de su perfección. 

Más adelante señala: 

La diferencia entre prosa y poesía consiste en que, mientras una no pide al lector sino que le preste sus ojos, la otra necesita de toda necesidad que le entregue la voz. Cada poeta tiene un estilo personal (a veces indicador de su postura estética) para “decir” sus poesías. Éste las canta, aquél las reza, otro las musita, uno más las solloza. Nadie se confía solamente a leer. Encomendad a quien quiera que diga un poema… a continuación el verso saldrá vibrando de su garganta, con un temblor de vida que sólo la voz le puede infundir; porque ocurre —mis queridos amigos— que así como Venus nace de la espuma, la poesía nace de la voz.

Sabemos perfectamente que José Gorostiza, cuando escribió estas notas sobre el desarrollo poético, no conocía a Rilke. No obstante, cuánta semejanza existe entre ambos hombres; parece una misma intuición o una mente gemela la que concibió tan cercanas ideas y voluntades. No debe extrañarnos que, quien teóricamente vivía una existencia tan sensible, haya extraído de su espíritu la fuerza del más grandioso canto a la inteligencia humana. 

No por algo me siento orgulloso, a la vez que avergonzado, de ocupar el sitial donde el maestro Gorostiza dio y seguirá dando esplendor a este recinto, pues su permanencia perdurable me obligará a honrar dicho lugar, así como a la institución que tanto dignificó con su nobleza, su bondad y su cultura. 

Por último, deseo agradecer profundamente a quienes sugirieron mi ingreso en esta ilustre Academia, hogar de innumerables representantes de la inteligencia mexicana, su noble y desinteresada generosidad para proponerme como uno más de sus humildes miembros y la satisfacción de encontrarme en su grata compañía.

Transcripción por Antonio Saborit

Hipervínculos y notas por Diego Eduardo Esparza Resendiz