Martín Luis Guzmán (1887-1976)

Por Agustín Yáñez (1904-1980)

A Martín Luis Guzmán1

En Memorias de la Academia Mexicana de la Lengua, correspondiente de la Española, tomo XXIV, Academia Mexicana de la Lengua, 1985, pp. 223- 224.

Hay vidas ejemplares en cuya tumba inician perennidad intangible. A su duelo se unen trompetas de gloria.

                Existencia fecunda, Martín Luis Guzmán halla hoy cátedra perpetua en cima patria, donde sucesivas generaciones aprenderán enseñanzas proficuas. Desde luego, éstas: fidelidad a un sistema de ideas, que le permitió igualar la vida con el pensamiento; claridad, agilidad mentales, manifiestas en el estilo del vivir y en el dominio de la palabra; espíritu de servicio, que hasta el día postrero (Ayer, no más), a partir de la mocedad, lo entregó a causas populares, a veces como en años últimos, con sacrificio de su más entrañable quehacer: la creación literaria.

                Tres tan fundamentales fases requieren desarrollos, enlaces ilimitados.

                Liberal a macha martillo, se reveló en sus empeños estudiantiles y en sus primeros escritos; luego, asociado al esclarecido grupo del Ateneo de la Juventud —par de Vasconcelos, Antonio Caso, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña y Julio Torri—, concurrió a la reforma espiritual del país y, por cauce lógico, se sumó a la Revolución, en la hora de su estallido; actor y cronista, figuró cerca de Francisco Villa —una de sus última alegrías fue la traslación de sus restos al Monumento de la Revolución—; más tarde colaboró con la causa de la República Española; memorable la batalla que, al realizarse en México el Primer Congreso de las Academias de Lengua Española —1951—, libró por la autonomía de las corporaciones; la revista Tiempo, en sus 35 años de publicarse, ha sido escuela de objetividad, concisión y buen uso del idioma. En fin, desde 1959, consagró su clara inteligencia, su tenacidad, a constituir y poner en marcha la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos, magna obra en cuyo desempeño lo acechó la muerte. Tampoco echaremos en olvido la dignidad con que desempeñó el cargo de senador de la República.

                Quienes tuvimos el privilegio de conversar con don Martín aprendimos, admiramos el orden arquitectónico de su discurrir, su rigor lógico, su apropiada elocución, cualidades que resplandecen a lo largo de su obra literaria, que para mí culmina en las Memorias de Pancho Villa, donde con lenguaje precario, elemental, distinto al de otros libros, mantiene vivo el interés, al hilo copioso de páginas, la lección suprema de maestría.

                En efecto, Martín Luis Guzmán es gran maestro de la lengua española: uno de sus clásicos, cuyos prolijos trabajos de concepción, composición y expresión, transformación de la realidad en arte, mediante la fantasía y el señorío del idioma, se nos dan en sencillez, ajena por completo a formulismos retóricos. Leerlo, sobre ser ocupación gustosa, es aprender secretos en el oficio de la comunicación, menester indispensable para gente en cualquier nivel.

                Martín Luis resumió su postura vital en tres términos: fidelidad a la vocación, amor al oficio, repudio a la improvisación.

                 El gobierno de la República, presidido por don José López Portillo, me ha conferido el honor, por conducto del secretario de Educación Pública, don Porfirio Muñoz Ledo, de pronunciar estas palabras, estremecidas por el sentimiento.

                Propósito presidencial era destinar sitio a Martín Luis Guzmán en la Rotonda de los Hombres Ilustres. El respeto a la voluntad familiar predominó.

                Despedimos los restos mortales de un gran mexicano. Asistimos a su perennidad inalienable.

                A honroso encargo, sumo el acento de la Academia Mexicana de la Lengua, que cuenta en Martín Luis Guzmán a uno de sus varones preclaros.

Transcripción por Fernando A. Morales Orozco

Hipervínculos por Diego Eduardo Esparza Resendiz