Miguel Othón Robledo (1893-1914)

Por José Alvarado

UN POETA MALDITO

Correo Menor, 6 de julio de 1948.

Un día apareció, perdida entre las páginas de un diario de la tarde, esta noticia: ayer murió en el Hospital General, otra víctima del alcoholismo: el albañil Miguel Othón Robledo. Después se supo: se trataba de un joven cuyos versos eran declamados entre corrillos de estudiantes, parroquiano de tabernas, muchachas de la mala vida y algunos literatos. Habían sido publicados en ciertas revistas.

Miguel Othón Robledo era telegrafista y vino de Jalisco. Anduvo por Campeche y por otros lugares; ganó sueldos mezquinos en sórdidas y frías oficinas de telégrafos de provincia. En la ciudad de México frecuentaba las más feas piqueras de los callejones perpendiculares a las calles de la Palma. Allí tuvo un camarada de alcohol, todavía más pobre, pero indiferente a todo. Llamaba a Robledo: Coleguita. Miguel le decía el Colegón.

–¿Invita un mezcalito, Coleguita?

–Pídalo usted, Colegón.

Por las mañanas sentábase a a tomar el sol en las bancas de la ya desaparecida Plaza de Villamil. Nadie lo acompañaba; con ninguna hablaba. En los últimos meses de su vida, Miguel Othón Robledo cambió los brebajes de los callejones de Palma por los del rumbo del Dos de Abril, donde todavía, pasada la media noche, se reúnen extraños miserables barbudos y danzan al compás de la sinfonola. De una banqueta de Dos de Abril fue recogido una mañana para llevarlo al hospital.

Lo mejor de la obra de Miguel Othón parece perdida. Hay quien lo asegura: un escritor conserva los originales y se niega a publicarlos. Algunos de sus amigos o admiradores han reproducido ciertos versos mediocres e ingenuos, escritos quizás en la soledad de la provincia durante los primeros año. Su prestigio en el tiempo cercano a su muerte fue el de poeta maldito. Nadie lo recuerda ahora.

Miguel Othón Robledo fue hombre tocado por la desdicha. Alma desesperada y desencanto sucio de la vida. Quizá no llegó a ser un poeta. Pero en algunos destellos de su palabra hay un impulso de liberación; en otros se advierte lamento inarticulado, pero esencial, de un espíritu en duelo con el mundo. Romántico cuando ya era demasiado tarde para serlo, Robledo llevó también a su versos un eco sarcástico.

Tal vez no fue un poeta, pero luchó por serlo. Nadie puede quitarle, en cambio, lo maldito. Y la poesía no existiría si no tuviera esos feligreses afortunados cuya palabra no llega nunca a la fórmula ardiente, ni a la transparencia, pero su alma las buscó siempre en los más tristes lugares y sufrió por ello.

El peor de los errores sería publicar, a fuer de noticia erudita, los versos defectuosos de Miguel Othón Robledo, sobre todo si se han perdido los mejores. Nadie gana con disminuir la leyenda de un hombre.

Transcripción por Antonio Saborit

Hipervínculos por Diego Eduardo Esparza Resendiz