Manuel de la Parra (1878-1930)

por Alfonso Reyes (1889-1959)

PARRITA

En Obras Completas, t. XXII

Manuelito de la Parra, “Parrita”, delicadísimo poeta siempre estaba un poco mareado (“a medios chiles”, en lenguaje popular de México”, achaque de su época literaria que no perdonó a los mayores ni a los menores. Se presentaba con los ojos vidriosos y, al recitar, hacía ademán de llevar en la mano una copita invisible.

Convidado a alguno de los pueblos del Distrito Federal para decir unos versos en el templete público del 16 de septiembre (fiesta de nuestra Independencia), se presentó como si anduviera ya en las nubes y acompañado de otro excelente poeta de nuestro crepúsculo “modernista”, Rafael López, quien se había impuesto la tarea de cuidarlo.

Subió Parrita a la tribuna y empezó un poema sobre el Cura Hidalgo con su vocecita meliflua:

—¡Blanco anciano de Dolores!

Y aquí se saboreó, satisfecho, según solía hacerlo, como si acabara de echar un trago. La invocación no podía ser más feliz para quien conoce la figura de Hidalgo, y lo cierto es que valía por sí sola todo un poema. (Referencia a los “Versos ungulares”, segundo ciento de estas Burlas veras.) Y luego Parrita continuó:

—¡Blanco anciano de Dolores!

El público se desconcertó un poco ante la reiteración, pero en fin –se dijo– ¡estos “modernistas” son tan extravagantes!

Tras otro saboreo de satisfacción, Manuelito volvió a decir:

—¡Blanco anciano de Dolores!

Era demasiado. La gente comenzó a gruñir. Rafael López, previendo la inminente catástrofe, tiró de la manga de Manuelito y le dijo:

—¡Bájate, Parrita!

Y, entre los gritos de protesta, Parrita bajó de la tribuna dando las gracias, saludando y convencido de que había recitado ya todo su poema.

Por no haber participado yo nunca en esta suerte de hazañas poéticas, alguien, al despedirme yo para Europa el año de 1913, se dejó decir que tal vez yo exclamaría más tarde, como Rubén Darío: “¿Fue juventud la mía?” Si, sí fue juventud la mía, pero divagaba por otras sendas.

Transcripción por Ernesto Sánchez Pineda

Hipervínculos por Diego Eduardo Esparza Resendiz