Carlos González Peña (1885-1955)

por Alfonso Reyes  (1889-1959)

Adiós a Carlos

En Obras completas, t. XXII, FCE, México, 1989, pp. 575-576
Carlos Gonzáles Peña, periodista, retrato. Disponible en la Mediateca INAH, para más información consulte aquí.

Nuestra amistad comenzó antes que nosotros: la heredamos de nuestros mayores. La prepararon, como en promesa, los hogares paternos, en aquella Guadalajara tardíamente romántica, por los años de la Intervención y el Imperio . Se incorporó en nosotros mismos, se fortaleció y se afianzó para siempre en los días de la generación del Centenario : las campañas de la Sociedad de Conferencias, el Ateneo de la Juventud, la Universidad Popular. Nos atacaban y nos elogiaban juntos. ¡Dichosas memorias! Era concurrente asidua a mi curso, en la flamante Escuela de Altos Estudios, la niña Parrodi, que más tarde sería su esposa y madre de sus hijos.

            Varias condiciones eminentes me sedujeron siempre en este fraternal amigo. Y, desde luego, su bondad, su probidad y su sencillez sin tacha; su hermosa y sobria independencia, combativa si se daba el caso; su perfecta consagración a las letras, que hará de sus libros un verdadero registro de nuestra cultura contemporánea; la seriedad de sus empresas y su capacidad para dejar unas cuantas obras fundamentales. Novelística, crónica, crítica, historia literaria, gramática…, su camino puede recorrerse con confianza y sin sobresalto. Es un buen guía, una mano segura. Todo es solidez, sin subterfugios ni escamoteos, sin travesuras ni delectaciones morbosas en los juegos del propio ingenio: arte que se desnuda del yo, que se da todo como en servicio; arte que se parece a un hecho de la naturaleza; que se queda ahí como una roca y un árbol, indiferentes al nombre con que se los bautice. Su obra se reabsorbe en su vida y viceversa. Ya ocupa, desde ahora, su sitio privilegiado y único entre los edificadores de México.

            Al fin dejó de sufrir –padeció mucho durante sus últimos trances–, y nos deja con el sentimiento de una inmensa deuda, entre gratitud, admiración y cariño. Para Carlos González Peña evoco estas líneas de Othón,  que parecen un epitafio de Simónides:

Y al fin en el amor los ojos cierra.
Pues ¿dónde hay más amor que el de la muerte,
ni más materno amor que el de la tierra?

Agosto de 1955.

Transcripción por Ernesto Sánchez Pineda

Hipervínculos y notas por Andrea D. Mandujano