Manuel de la Parra (1878-1930)

por Alfonso Cravioto (1884-1955)

PARRITA

Alfonso Cravioto, “Parrita”, Revista Moderna de México, mayo de 1911, p. 113.

Manuel de la Parra —en la intimidad Parrita—, el bonísimo muchacho de equivoco talento y ojos miopes que marcha por ahí, nefelibata empecatado, peregrino de silencio, inmune al accidente de la calle por especial merced del dios custodio de poetas, es el escritor de personalidad más delicada que ha producido la generación actual. ¡Ah, la poesía de de la Parra, llena de fuerza cándida, llena de gracia triste, con alado son de flauta y melancolías de ópalo, toda simplicidad y toda sentimiento! Realiza este milagro de interés: nos pone frente a un alma. Realiza este milagro de sinceridad: nos entrega un hombre.

Aquí no encontraremos los colores vivos del pleno aire y del pleno sol. Lejos estamos del tomo exuberante de una paleta franca. Vemos predominar la gama de los grises; pero no del monótono gris de las neblinas, sino del irisado y flexuoso de las perlas. En la obra, de claror de luna, la vida no irrumpe en gritos de pasión o desesperanza, ni el dolor da a los vientos sus quejas tonitruantes. La vida se refracta en estos versos, sin brusquedad y sin crudeza. El color se vuelve melancolía y la pasión, saudades. No hay lamentos, suspiros; ni hay desesperaciones, nostalgias. Obra es toda de matiz, de tonalidad menor, de languidez, de suavidad y de sordina. Arte que no lleva penacho, ni lo quiere. Arte finísimo de transponer, de suscitar, de sugerir; y emana de él fascinador misterio de lejanías de siglos, que trasfunde pretéritos encantos, y se nos entra en el alma como el perfume leve de los arcones viejos. La mujer es el leit motiv de esta poesía, el núcleo de las inspiraciones del artista; pero la mujer pasa aquí como la Efigenia de Meleagro; toda ligera, sin pesar sobre la tierra; toda pura con sus perfiles vagos; extáticamente contemplada como una abstracción lírica y evocada con misticismo, sin carnalidad y sin sexo, a mil leguas de la ciudad doliente del Pecado.

Dice Julio Lemaitre, hablando de Teodoro de Banville, que el poeta funambulesco tuvo en su vida pocas ideas, siendo la más persistente la de no expresar ninguna de sus poesías. Afirmo cosa idéntica de Manuel de la Parra. En su estética no caben sino la íntima sensación y la melodía. Eso sí: personalísima la sensación y la melodía siempre evocadora. Ojos que acaso todo lo han visto y siguen siendo adámicos; nervios que acaso todo lo sintieron y aún quedan primitivos; oreja sutilizada e infalible al bordar con las hebras los ritmos; ágil sensorio ingenuo y aguzado, que sólo da emotivamente, partículas de verdades embrionarias. ¿Ideas? Y para qué, si la Belleza no las necesita. Aquellos versos adorables, con preludio de balada popular:

Una: la Luna;
Dos: el Sol;
Tres: San Andrés…

nada dicen, nada resuelven y son todo el poema de la infancia. La musa del poeta no es Athenea la de los hondos pensamientos, sino Phoebé Potamia, la casta virgen dulce, compañera de las ninfas, que pone prestigios argentados en la corteza de la tierra, mientras las fuentes y los bosques miran entretejerse el coro de las danzas, y la noche se va yendo, toda negra, lentamente, como una gran tristeza fatigada. El campo no es muy vasto, cierto; pero es un campo singular, un campo que es muy propio, un campo que es un feudo. ¿Influencias? Verlaine, Verlaine y Verlaine… y nadie más. De educación y de temperamento místicos, Manuel de la Parra, agraciado con poderoso don del ritmo, que hace brotar la magia de las harmonías al par que brota el verso, y que sostiene en ondas impalpables la tenue sensación que cristaliza, tuvo, desde antes de leerlo, afinidades con el gran pánida sonoro que después se han acrecido.

Conservando su personalidad indiscutible, distinta y distinguida, Manuel de la Parra, doctor en la fragancia ingenua y en la caricia melódica, es el mejor verlainizante de nuestra literatura joven. Otros habrá de retórica más suntuosa, de técnica más rica, de lenguaje más cuidado, de fantasía mas abierta y de pensar más vigoroso. Ninguno como él nos causa esta impresión de lirismo exclusivo, de suavidad evanescente, de música esencial, de ternura florentísima, de amplio misterio que prolonga el país que se ve, en el que no vemos; y esto consigue realizar aspectos del gran arte único y múltiple; y esto consagra ya título espléndido de gloria.

¡Ah, la poesía de de la Parra, llena de fuerza cándida, llena de gracia triste, con alado son de flauta y melancolías de ópalo, toda simplicidad y todo sentimiento!

Transcripción por Ernesto Sánchez Pineda

Hipervínculos y notas por Diego Eduardo Esparza Resendiz